? Capítulo 12 – No todos los lobos aúllan

Marco esperó hasta la medianoche.

Sabía que Elías no estaba.
Reunión con los Varga en las afueras de la ciudad.
El momento perfecto.

Isa había salido al jardín trasero, como cada noche.
Té de manzanilla, bata de seda, pies descalzos.
La visión perfecta de una dama inocente.
La presa perfecta.

Se acercó en silencio.
Cuchillo en el bolsillo.
Silenciador en la pistola.
Y el ego inflado como una bomba a punto de estallar.

—Nunca debiste meterte, princesa —susurró detrás de ella, apuntándole con el arma.

Isa no se sobresaltó.
Solo giró la cabeza con suavidad, como si ya supiera que él estaba ahí.

—¿De verdad viniste solo?

—Con una zorra basta una bala —escupió Marco, acercándose.

Isa dejó la taza en la mesa.
Se levantó, despacio.
Bata suelta, cabello suelto, mirada baja.

Y justo cuando él creyó que la tenía, Isa se giró.
Rápida. Precisa.

Una navaja brillante en su mano.
Y el filo directo al muslo de Marco.

El grito fue seco.
La pistola cayó al suelo.
Marco intentó atacarla, pero ella ya estaba encima.

Una rodilla en el pecho.
La navaja contra su garganta.

Isa jadeaba, no por miedo.
Por rabia.

—Te di la oportunidad de callarte en la mesa.
Y ahora mírate…
un hombre grande, armado, reducido por una mujer en bata.

Marco escupió sangre.

—Elías no va a dejar que me mates…

Ella sonrió.

—¿Y quién dijo que voy a matarte?

Le cortó apenas la piel del cuello.
Un hilo de sangre resbaló.

—Solo quiero que recuerdes esto cada vez que veas una mujer con vestido.
No somos frágiles.
Solo sabemos cuándo atacar.

Isa se levantó.
Agarró la pistola.
Y disparó.

No al pecho.
A la rodilla.

Marco gritó como un animal herido.

—Eso es por intentar tocar lo que no es tuyo.

Cuando los guardias llegaron alertados por el disparo, Isa ya estaba sirviéndose otra taza.
Marco tirado. Inmóvil.
Ella… impecable.

—Llévenselo. Y díganle a Elías que limpie su casa, porque yo no pienso volver a ensuciarme las manos con basura.