Isa caminó por el pasillo alfombrado hacia el baño con la misma gracia con la que una bailarina cruza el escenario.
Los hombres la miraban.
Las mujeres la odiaban.
Y ella…
sonreía como si no pudiera romper ni una copa.
Entró sola.
Se lavó las manos.
Se acomodó el cabello frente al espejo.
Y cuando abrió la puerta para salir, él estaba ahí.
—Te ves deliciosa.
Un murmullo empapado en alcohol.
Una mano gruesa que se apoyó en la pared, bloqueándole el paso.
El oro pesado en su cuello decía que tenía poder.
Pero sus ojos… sus ojos la subestimaban.
—Tu vestido pide que alguien lo arrugue —murmuró, estirando la mano hacia su cintura.
Isa lo dejó tocarla.
Solo un segundo.
Después, su codo chocó contra su esternón con una precisión perfecta.
Y cuando cayó de rodillas, ahogado, Isa se agachó y le susurró:
—La próxima vez, pregunta.
O mejor… no vuelvas a hablar.
Luego le rompió la muñeca.
En silencio.
Sin ensuciarse un solo dedo.
Salió del pasillo como si nada.
Y caminó directo hacia Elías.
Lo encontró en el centro del salón, rodeado de hombres que fingían no temerle.
Y entonces… Isa activó la bomba.
Corrió hacia él.
Lo abrazó con fuerza.
Temblando.
—Elías… alguien me tocó —susurró, con voz cortada.
Silencio.
Uno tan denso que los cristales parecieron vibrar.
Elías no dijo nada.
Solo la soltó con lentitud.
Y caminó al centro de la sala.
—¿Quién fue?
Nadie respondió.
Entonces sacó su pistola con silenciador.
Y disparó a la copa del primero que lo miró mal.
Cristales. Gritos. Caos.
—CIERREN LAS PUERTAS —rugió uno de sus hombres.
Las entradas se bloquearon.
—Uno de ustedes tocó lo que es mío —dijo Elías, tranquilo, caminando por la sala—. Y si no me lo dicen ahora…
voy a disparar hasta encontrar al correcto.
Otro disparo.
Otra copa estallada.
Ahora sobre el mantel blanco.
Las esposas lloraban.
Los mafiosos se tensaban.
Isa se quedó al fondo.
Con sus manos entrelazadas sobre el regazo.
La mirada baja.
El alma en llamas.
Hasta que el tipo, aún pálido, entró desde el pasillo con la muñeca rota y el orgullo triturado.
—¡Fui yo! ¡Fue un malentendido!
Todos giraron hacia él.
Elías lo miró.
Solo un segundo.
Y luego caminó.
Lo levantó del cuello.
Lo miró como si ya estuviera muerto.
—Ella te rompió el brazo y aun así viniste a confesar.
Debiste quedarte desangrándote como un hombre.
Y con un disparo seco, lo derribó.
Silencio.
Puro.
Implacable.
Elías guardó su pistola.
—La próxima vez que uno de ustedes toque lo que es mío…
no disparo a las copas.
Disparo a las cabezas.
Y con eso, tomó a Isa de la mano y salió de la gala como si no acabara de desatar una masacre silenciosa.
Ella lo había provocado.
Y él había respondido.
Como un rey.
Como un demonio.
Como el Silenciador.
( Quiero pedir disculpas, si cometo algun error, o si no les atrae mucho esta historia. Es mi primera vez haciendo esta clase de historia y espero que a todos les guste, estoy intentando salir de un bloqueo de escritora)