? Capítulo 23 – Cazador y presa

Las cámaras no detectaron nada.
Los sensores tampoco.
Pero algo estaba mal.
Elías lo sentía en la piel, como electricidad invisible recorriéndole la nuca.

Alguien lo estaba observando.
No con deseo.
Ni con admiración.

Con cálculo.

En la habitación, Isa hojeaba un libro.
Descalza.
Vestida con seda blanca.
Paz hecha mujer.

—¿Te pasa algo? —preguntó ella sin alzar la vista.

—No —mintió Elías.

Pero sí le pasaba.

Había un nuevo nombre circulando en las cloacas de la mafia: Umbra.
Una organización fantasmal.
Implacable.
Y por primera vez en años, lo habían marcado a él.

Elías no sabía cómo lo sabía.
Solo lo sabía.
Y cuando el instinto le hablaba, lo escuchaba.

Decidió moverse.

Esa semana, cambió su rutina.
Variaba sus rutas, sus horarios, sus escoltas.
Empezó a dejar pistas falsas.
Rastros manipulados.

Pequeñas migas de pan…
Para ver si la sombra mordía.

Y mordió.

Una cámara secreta en el subterráneo captó un movimiento extraño.
Una figura encapuchada.
Un segundo apenas visible.

Pero suficiente.

Elías no lo mostró a nadie.
Ni siquiera a Matteo.

Decidió armar una trampa.

—Me voy a Milán por tres días —le dijo a Isa esa noche mientras se abrochaba los gemelos.

Ella levantó la mirada, fingiendo una leve preocupación.

—¿Es seguro?

—Nunca lo es. Pero es necesario.

Isa sonrió.

—Volvé vivo.

Elías se inclinó, le besó la frente y salió.

Pero no fue a Milán.

Fue al búnker subterráneo.
Donde solo se entra con huella, código ocular y una clave mental que cambia cada hora.

Montó vigilancia.
Guardias en silencio.
Cámaras.
Micrófonos.
Armas.

El Silenciador estaba cazando a su cazador.

Y tenía una sola regla:
nadie lo toca y vive para contarlo.

Lo que no sabía…
era que la sombra que estaba buscando…
ya conocía los códigos.
Ya había entrado antes.
Y ya estaba allí,
mucho antes que él.

Isa, desde una cámara térmica oculta en el sistema, lo observaba.

—Buen intento, mi amor —susurró con una sonrisa en los labios—.
Pero aún estás bailando a mi ritmo.

Y apagó la señal.