Elías abrió la puerta del penthouse.
Era de noche.
El silencio estaba cubierto de perfume dulce y el sonido lejano de jazz.
En la cocina, Isa.
Vestido suelto, de lino claro.
Descalza.
El cabello recogido en un moño bajo.
Parecía salida de una postal de paz.
Pero él ya no creía en postales.
—¿Cocinando? —murmuró él, dejando su abrigo.
Isa se giró y sonrió, como si nada en el mundo estuviera mal.
—Sopa de cebolla —dijo, acercándose con la cuchara—.
Ideal para hombres que no saben cuándo dejar de salir de noche.
Elías la observó, silencioso.
La besó en la mejilla.
Ella se quedó quieta un segundo.
Como si su perfume y su instinto no pudieran coexistir.
—¿Te pasó algo? —preguntó Isa, sirviendo la sopa—. Estás tenso.
—No dormí bien —mintió él.
Se sentaron.
Comieron.
Pero los ojos de Elías no dejaban de observarla.
Los movimientos pequeños.
Las pausas.
Isa no parecía nerviosa.
Y sin embargo, él sentía que algo estaba fuera de lugar.
—¿Qué harías si alguien intentara matarme? —preguntó de pronto, sin expresión.
Isa parpadeó.
Luego rió, suave.
—Depende. ¿Lo merecés?
—Probablemente —contestó él.
Silencio.
Ella dejó la cuchara.
—Entonces, haría lo que hace una buena novia —dijo—.
Lloraría…
y luego encontraría al responsable.
Y lo mataría.
Elías la miró más tiempo del que debía.
Y por un segundo, la vio.
La sombra.
Pero no tenía pruebas.
Solo un presentimiento.
Ella se inclinó, le besó la mandíbula.
Sus dedos en su nuca.
—Estás sangrando —dijo, notando una herida leve en su cuello.
Él la dejó tocarlo.
Y respondió, sin mirar:
—No es nada. Solo una advertencia.
—¿De quién?
—De alguien que sabe que soy difícil de matar.
Isa sostuvo su mirada.
No dijo nada.
Pero su mente repetía:
Soy alguien que aún no quiso hacerlo.
Esa noche durmieron juntos.
Piel con piel.
Corazón con corazón.
Mentira con mentira.
Y en medio de la madrugada, Isa se levantó sin hacer ruido.
Descalza, cruzó el pasillo y entró a su sala secreta.
Abrió la computadora.
Una nueva alerta.
Un nuevo contrato.
Esta vez no era para matar.
Era para proteger.
El Silenciador.
Múltiples mafias se habían unido para intentar eliminarlo por el precio más alto jamás ofrecido.
Isa cerró los ojos.
La guerra estaba cerca.
Y nadie…
nadie iba a tocar lo que ya era suyo.