Elías dormía.
Por primera vez en días, su respiración era tranquila.
Había dejado su pistola sobre la mesa de noche.
Isa la observaba desde el marco de la puerta, con una bata de seda y el cabello suelto, como si fuese frágil, como si el mínimo viento pudiera romperla.
Mentira.
Apenas la cerradura del dormitorio hizo clic tras ella, Isa caminó por el pasillo como un fantasma.
En la sala secreta, su otro rostro la esperaba.
Tres pantallas encendidas.
Líneas de datos, nombres, rutas.
Un mensaje nuevo.
«Los Rosetti acaban de cerrar trato con uno de los socios de Cárdenas. Si se unen, podrían dominar el tráfico de armas en el este.»
Isa apretó el puño.
«Objetivo: Marco Virelli. Último peón de los Rosetti en tu red. Tiempo estimado: 6h.»
Isa tecleó rápido:
«Cambio de orden. Marco debe ser capturado, no eliminado. Quiero saber qué sabe. Lo quiero hablar. Yo.»
Enviar.
Luego, un segundo mensaje para su hombre más leal: Sombra Tres.
«Quiero a Pietro Rosetti. Esta noche. Vivo.»
Horas más tarde, mientras Elías se reunía con sus hombres y juraba venganza,
en un almacén abandonado del lado norte, Pietro Rosetti abría los ojos con una pistola en la boca y una mujer frente a él.
Vestido blanco.
Guantes de encaje.
Un antifaz negro.
—¿Sabés quién soy? —susurró ella.
Pietro apenas murmuró.
—Umbra…
Ella sonrió, dulce.
—Muy bien. Entonces sabés que tenés exactamente cinco segundos para explicarme por qué tocaste a El Silenciador…
o te saco los ojos con una cucharita de postre.
—No sabíamos que él estaba con vos…
—No. Claro que no lo sabías.
Porque nadie lo sabe.
Porque nadie puede saberlo.
Se inclinó, con los ojos ardiendo tras la máscara.
—Pero ahora vas a entenderlo bien: Elías es mío. Nadie lo toca. Nadie lo amenaza. Nadie lo utiliza.
El único que puede jugar con él soy yo.
Le mostró una tablet.
En la pantalla, una cuenta bancaria.
La suya.
—Vas a transferirme todo lo que robaste en armas los últimos seis meses.
Y luego, vas a desaparecer de esta ciudad.
O la próxima vez… no vas a despertar atado a una silla.
Vas a despertar… muerto.
Pietro tragó saliva.
Obedeció.
Y cuando Isa se giró para irse, dejó una nota en la mesa.
Umbra ya no es neutral.
Esa noche, Elías recibió un mensaje anónimo.
“Los Rosetti se han retirado.
El trato ha sido cancelado.
Umbra te devolvió el favor.”
Elías arrugó el papel con fuerza.
Y murmuró:
—¿Quién carajo sos?
Mientras, en la cocina, Isa preparaba café…
como si nunca hubiese salido.