Rosas de Sangre

? Capítulo 28 – El rostro de Umbra

La noche caía sobre un monasterio abandonado en las afueras de Roma.
Cubierto de hiedra, sus columnas derruidas lo convertían en una postal antigua, olvidada.
Nadie imaginaría que, bajo sus ruinas, operaba la fuerza más temida por todos los capos italianos.

Sombra Uno la esperaba frente a la entrada subterránea.

—¿Está segura? —preguntó—. Nunca han visto su rostro. Es parte de lo que la hace… ella.

Isa bajó del auto, con un abrigo largo y gafas oscuras.

—Quiero que lo vean ahora —dijo—.
Para que no lo olviden jamás.

El salón subterráneo se llenó de murmullos cuando la figura de Umbra entró.

Casi treinta miembros.
Soldados. Informantes. Hackers. Sicarios.

Todos, arrodillados.
Todos, al servicio de alguien que jamás habían visto.

Y cuando Isa se quitó el abrigo, los susurros cesaron.
Vestía de negro.
El cabello suelto.
El rostro sin maquillaje.
Ella. En carne y hueso.

—No soy un hombre —dijo—.
No soy una leyenda.
No soy una historia que se cuenta en susurros.

Dio un paso adelante.

—Soy la mujer que los sacó del barro.
La que les dio una causa.
La que limpió su camino a sangre y fuego.

—Umbra… —susurró uno de los nuevos, incrédulo.

—Sí. —Isa lo miró directo—.
Y si alguno de ustedes cree que puede cuestionarme por tener rostro de mujer,
recuerde esto:
todos los cadáveres sobre los que pisan hoy… yo los puse ahí.

Silencio.

Y luego, como una sola voz, los presentes golpearon el pecho con el puño derecho.

Umbra.

Isa asintió.
Y respiró hondo.

—Los Rosetti han intentado usarme.
Han tocado algo que no debían tocar.
Mi guerra es su guerra ahora.
Y si alguien más me traiciona, como Marco Virelli lo hizo…

Sacó una foto de Marco, con una bala marcada sobre la frente.

—…terminará igual o peor.

Esa misma noche, mientras Isa volvía al penthouse,
una camioneta negra se alejaba del monasterio con el cadáver de Marco en su interior.
Sin lengua.
Sin ojos.
Sin manos.

Una advertencia silenciosa.

Elías la vio llegar.

Isa sonrió.
Inocente.

—¿Saliste a caminar otra vez? —preguntó él, desde la cocina.

—Sí. Necesitaba aire.

—¿Y qué tal el aire?

Isa lo miró.

—Tranquilo.
Y con olor a muerte…
pero de la buena.

Él frunció el ceño.

—¿Isa?

—¿Sí?

—Tenés algo de sangre en el cuello.

Isa sonrió, apenas,
y se la limpió con el dedo.
Luego lo lamió. Sin apartar los ojos de él.

—Tomá —dijo—.
Ya pasó.

Y lo dejó ahí,
con una mezcla de deseo, furia
y una sospecha que crecía como un tumor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.