Rosas de Sangre

? Capítulo 29 – La tormenta en casa

Los rayos de una tormenta iluminaban la ciudad.
En el penthouse, todo estaba en calma.
Demasiada calma.

Isa estaba sentada en uno de los sillones de terciopelo blanco,
una taza de té entre las manos,
la mirada perdida en el ventanal.

Vestía una bata de satén color marfil,
el cabello recogido,
las uñas impecables.

Como si el mundo no estuviera a punto de explotar.

—¿Sabés qué me encanta de la lluvia? —susurró, como si hablara con alguien invisible—.
Que siempre anuncia algo.
A veces limpieza.
A veces… destrucción.

Elías estaba en su oficina, revisando archivos encriptados.
Uno de sus hombres, Viktor, entró sin tocar.

—Tenemos un problema —dijo, con el rostro pálido.

—¿Qué clase de problema?

—Un grupo armado acaba de derribar la entrada del edificio. Van directo al piso.

—¿Cuántos?

—Al menos doce. Muy bien entrenados.

Elías se levantó sin decir una palabra.
Sacó su arma.
La cargó.

—Que se preparen todos. Nadie entra y sale de acá vivo… excepto nosotros.

Cinco minutos después,
el infierno tocó la puerta.

Explosión.

Humo.

Gritos.

Las puertas blindadas cayeron y los hombres entraron con silenciadores y visión térmica.
Pero lo que no esperaban era encontrar a Isa,
sentada con una pierna cruzada sobre la otra,
tomando té de jazmín como si nada sucediera.

—¿Quién…? —preguntó uno, dudando.

Isa sonrió,
como si la situación le resultara divertida.

—Ah, ¿ustedes no sabían que esto es el territorio del silenciador ?

Y justo entonces,
la sombra de Elías apareció en la escalera.

Disparos.

Un hombre cayó.
Luego otro.

Los guardias de Elías emergieron desde las paredes como espectros.
Gritos.
Cuchillos.
La guerra estalló adentro.

Isa seguía sentada.

Uno de los atacantes, confundido, corrió hacia ella.
—¡El objetivo! ¡Es ella!

Isa lo miró.

—Lindo error, amor.

El tipo cayó al suelo antes de tocarla.
Una bala limpia en la frente.
Elías.

—¡¿Estás bien?! —gritó él.

Isa lo miró por sobre el borde de la taza.

—¿Te parece que no?

Veinte minutos.
Doce cuerpos.

El penthouse estaba hecho trizas.
Vidrios rotos.
Paredes marcadas.
Sangre.

Isa se levantó y caminó descalza entre los cadáveres, como si fueran charcos de agua.

—¿Sabés quiénes eran? —preguntó, mientras Elías limpiaba su pistola.

—Rosetti, probablemente. O alguien que quiere que pensemos que fueron ellos.

—Qué divertido —dijo ella, con esa voz suave suya—. Justo hoy estaba de humor para matar.

Elías la miró.
Y por primera vez,
no supo si lo que lo estremecía de Isa era su belleza…

…o la certeza de que ella había estado completamente en control todo el tiempo.

—Esto es una guerra, Isa —dijo él, serio.

Ella se detuvo, girando lentamente.

—No, Elías.
Esto…
es el prólogo.

Y sonrió.




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