Rosas de Sangre

⚔️ Capítulo 35 – El hijo del Cuervo

La carta llegó en una caja de madera oscura,
sin remitente,
sin huellas.
Solo un símbolo tallado en la tapa: un cuervo con las alas abiertas y las garras ensangrentadas.

Isa la encontró sobre su cama.

Sabía exactamente lo que era.

Y aún así, abrió.

Dentro,
un cuchillo de plata.
Largo, delgado.
Limpio.

Y debajo, una nota escrita en tinta negra:

“Tu sombra está creciendo demasiado.

Y ya sabes lo que hacen los cuervos con los cadáveres calientes.

— E.”

Isa se quedó en silencio.
Solo el viento rozaba las ventanas.
Un viento frío.
Como si alguien acabara de pronunciar su nombre desde muy, muy lejos.

E…
Esmond.

Un apellido que Isa no escuchaba desde hacía años.
Desde antes de que Umbra fuera Umbra.
Desde antes de que el mundo la temiera.

Un fantasma.
Una deuda sin pagar.

El hijo menor del Clan Esmond.
Los Cuervos del Este,
traficantes de armas, asesinos y ladrones de secretos.
Sádicos.
Impredecibles.
Creían en el miedo como religión.

Y ahora…
alguien había despertado a uno.

—¿Algo que quieras contarme? —preguntó Elías, desde el umbral.

Isa no se dio vuelta.

—No.

—¿Eso es un cuchillo?

—Sí.

—¿De quién?

Ella cerró la caja y se giró.
La bata blanca, el cabello recogido,
la frialdad en su voz como el filo del mismo cuchillo.

—De alguien que me debe más de lo que yo le debo a él.

Elías frunció el ceño.

—¿Querés que lo mate?

Ella sonrió, suave.

—No.
Quiero que lo mires cuando venga por mí…
y sepas que no tenés ni idea de con qué me crié.

Esa noche, Isa se encerró en su oficina secreta.
Mandó tres mensajes codificados.
Selló dos rutas de escape.
Activó una célula dormida en Praga.

Los Cuervos eran un problema.
Pero no uno que la asustara.

Solo uno que divertía.

Mientras tanto, Elías recibía una llamada:

—Señor, hay movimientos en Europa del Este.
La familia Esmond está activa.
Y están preguntando por un nombre…

—¿Cuál?

—Umbra.

Elías colgó.

Y en sus ojos no había furia.

Había fuego.
Uno que solo se encendía cuando otro alphas amenazaban lo que era suyo.

Porque aunque no lo dijera…
aunque ni siquiera lo entendiera del todo…

Isa era suya.
Y nadie, ni siquiera un Cuervo,
pondría las manos sobre ella y viviría para contarlo.




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