Nunca le gustó Isa.
Demasiado perfecta.
Demasiado sonriente.
Demasiado dulce.
Adriano Vega había servido a Elías Gavron durante seis años.
Lo había visto destripar traidores, incendiar ciudades enteras y dormir con un ojo abierto.
Sabía reconocer los silencios peligrosos, las amenazas disfrazadas de palabras suaves.
Y la chica con vestidos pastel y voz de muñeca…
era una bomba disfrazada de canción de cuna.
El ataque en el hotel lo había dejado intranquilo.
No por la emboscada.
Eso era rutina.
Sino porque, en medio del caos, Isa no se había despeinado.
Literalmente.
Ni una gota de sangre.
Ni un solo roce.
Ni siquiera polvo en los tacones.
Y los enemigos…
los enemigos que se acercaban a ella…
morían sin que él los viera caer.
—Algo no cuadra —le dijo a Rami, otro de los hombres de confianza de Elías.
—¿Qué cosa?
Adriano bajó la voz, como si temiera que ella lo escuchara desde kilómetros de distancia.
—Ella.
No hay forma de que alguien sobreviva a ese ataque sin protección directa. Y Gavron estaba disparando, no cubriéndola.
—¿Y si fue suerte?
—¿Desde cuándo existe la suerte con francotiradores en las ventanas?
Rami se calló.
Esa noche, Adriano accedió a las cámaras internas.
No era la primera vez que violaba protocolos,
pero sí la primera que sentía un nudo en el estómago.
Rebobinó una y otra vez.
Y ahí estaba:
Isa, caminando entre disparos.
No corriendo.
No agachada.
Caminando.
Como si supiera que nadie la tocaría.
Y en un fotograma, apenas un segundo…
Una silueta detrás de ella.
Negra.
Invisible.
Pero él la vio.
Y supo que no era de los suyos.
—Hija de puta —susurró.
Al día siguiente, la siguió.
Isa fue “de compras”.
Solo.
Sin guardaespaldas.
Algo que Elías jamás permitiría.
Algo que una chica común jamás haría.
Adriano la vio detenerse en una tienda…
y entonces desaparecer.
Literalmente.
Como si se la hubiera tragado la tierra.
Pero él no era estúpido.
Rodeó la calle, bajó por un callejón, y encontró una puerta metálica entre dos paredes.
Sin marcas.
Sin cerradura.
Solo un símbolo grabado en el marco:
Un cuervo con alas rotas.
La puerta no se abrió.
Pero su celular vibró.
Un mensaje sin número:
"No es tu guerra, Vega.
Retrocede mientras aún podés ver el sol.
— U"
Esa noche, Adriano no durmió.
Solo se quedó frente a la ventana, mirando la ciudad.
Pensando.
Ella lo sabía.
Sabía que él la había seguido.
Y sabía su nombre.
Una chica como Isa no debía saber esas cosas.
Pero Umbra sí.
Y por primera vez desde que servía a Elías Gavron…
Adriano tuvo miedo.
No de perder.
Sino de que Elías nunca descubriera…
que la verdadera guerra dormía en su cama.
Perfecto.
Vamos a armar una escena tensa, rápida y brutal, donde la paranoia se vuelve verdad… pero demasiado tarde.
Una escena al puro estilo Danielle Lori meets John Wick.