Rosas de Sangre

? Capítulo 39 – El principio de la caza

Una de las reglas de Elías Gavron:

Nunca subestimes a los vivos, ni olvides a los muertos.

Adriano no era cualquiera.
Era su hombre.
Su sombra.
Su lealtad con piernas.

Y alguien lo había hecho callar.
Dentro de su propia casa.
Sin dejar rastro.
Sin que sus sensores detectaran nada.
Sin que su sistema de seguridad diera un solo aviso.

Eso era personal.
Eso era una advertencia.
Eso era… una firma.

Umbra.

Dijo que no pensaría en eso.
Pero su cerebro no obedecía.

Elías se encerró en su oficina esa noche, después de ver a Isa dormir.
Siempre tan serena.
Inmaculada.
Con ese aire de inocencia que, ahora, empezaba a parecerle una máscara demasiado perfecta.

—Tráeme los archivos de Umbra —le ordenó a uno de sus hombres más antiguos, Nico.

—¿Umbra? ¿Otra vez?

—Sí. Y quiero todo. Hasta lo no verificado. Rumores, leyendas, chismes. Lo quiero en mi escritorio antes del amanecer.

—¿Ocurrió algo?

—Adriano murió y escribió una letra antes de morir.
—I…

Nico se quedó en silencio.
Sabía sumar.
Y ahora, temía la respuesta.

—¿Vos creés que Isa…?

Elías lo fulminó con la mirada.

—Yo no creo nada. Voy a saberlo.

Amaneció con un centenar de carpetas en la mesa.

Umbra.

Un nombre sin rostro.
Un hombre —supuestamente— que se movía como un fantasma.
Que lideraba una organización imposible de rastrear.
Que entregaba trabajos limpios, quirúrgicos.
Letales.

Y sobre todo, un detalle que Elías no había notado antes:

“Nadie ha visto a Umbra.
Solo se comunican a través de símbolos.
No da órdenes en voz alta.
No deja firmas físicas.
Y nunca… jamás… trabaja para el mismo cliente dos veces.”

—¿Y si no es un hombre? —murmuró Elías.

Nico lo miró.

—¿Qué?

—¿Y si Umbra no es un hombre?

El silencio se espesó.

Elías empezó a conectar los puntos.

  • Isa siempre sabía más de lo que decía.
  • Isa desaparecía de la vista sin dejar rastro.
  • Isa sobrevivió a tres ataques sin un rasguño.
  • Y ahora…
    Adriano había muerto antes de siquiera mencionar su nombre.

Elías se pasó las manos por el rostro.
Por primera vez en años, no estaba en control.

—¿Puedo pasar? —la voz dulce interrumpió sus pensamientos.

Isa estaba en la puerta.
Vestido color menta, sonrisa serena, ojos de "no-rompo-ni-un-plato".

Elías asintió.

—Claro.
—No viniste a desayunar —dijo con voz suave, acercándose—. ¿Todo bien?

—Sí —mintió él.

—¿Todavía pensás en Adriano?

—Sí.

Isa bajó la mirada.

—Él me caía bien —susurró—. Siempre me ofrecía té cuando ibas a reuniones.

Elías se quedó en silencio.

Ella levantó la vista, dulcemente preocupada.

—¿Querés que te lo prepare yo?

—No, gracias. Ya me voy. Tengo que hacer unas visitas.

Isa ladeó la cabeza, como si le doliera.

—¿A quién?

—Viejos enemigos.

—¿Querés que te acompañe?

Él la miró.
Una mirada que ya no era de ternura.
Era de estudio.
De caza.

—No. Mejor quedate acá.

Isa sonrió.

—Como quieras, mi amor.

Y salió.
Dejando tras de sí una fragancia de jazmín… y algo más.

Algo que Elías no podía nombrar aún.
Pero que ya empezaba a reconocer.

Peligro.




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