Rosas de Sangre

? Capítulo 40 – Fuego en la mirada

Isa se encontraba en el jardín trasero de la mansión, sentada entre magnolias, con una taza de té entre las manos y su falda vaporosa cubriéndole las piernas cruzadas.

El canto de los pájaros y el sonido del agua del estanque creaban la ilusión de paz.
Pero la expresión de Isa era otra cosa.

La dulzura de su mirada era una máscara.
El ligero temblor de sus dedos al sostener la taza no era nerviosismo.
Era anticipación.

Frente a ella, de pie y visiblemente incómodo, estaba uno de sus Sombras.
Encapuchado. Silencioso. Invisible para todos… excepto para ella.

—¿Estás segura? —preguntó él en voz baja.

Isa sorbió su té con delicadeza.

—Sí. Elías empieza a sospechar. Ha estado revisando los archivos de Umbra. Mandó traer información, y se encerró en su oficina desde la muerte de Adriano.

—¿Y quiere moverse contra vos?

Isa sonrió. Una sonrisa lenta. Lenta y afilada.

—Todavía no. Aún no tiene pruebas. Solo dudas. Y si tiene dudas… puedo manejarlo.

El Sombra bajó la cabeza.

—¿Querés que lo eliminemos?

Isa dejó la taza sobre el platito con un suave clink.

—No. Todavía lo necesito.
—¿Para qué?

Isa se levantó despacio, alisándose el vestido como si se preparara para una función.
El sol brilló sobre su cabello como una corona.

—Para jugar —susurró—. Y porque nadie más tiene el poder de destruirlo… excepto yo.

Esa noche, Elías volvió más tarde de lo normal.
Tenía el ceño fruncido, las manos manchadas de tierra y pólvora. Había ido a buscar respuestas entre enemigos viejos, pero encontró solo más sombras.

Isa lo recibió con una copa de vino en la mano, y un vestido color durazno que se aferraba a su cuerpo como seda líquida.

—Tuve un día muy solitario sin vos… —dijo, caminando hacia él con una lentitud calculada.

Elías no respondió. Solo la observó.

Isa ladeó la cabeza.

—¿Algo en tu mirada cambió, Elías?

—¿Sí?

—Sí. Es como si me miraras… con menos deseo y más cálculo.

Él frunció los labios.

—Y vos… ¿me mirás cómo?

Isa se acercó. Muy cerca. Tan cerca que su perfume lo envolvió.

—Como si estuvieras jugando con fuego.
—Tal vez lo estoy —respondió él, apenas moviendo los labios.

Isa sonrió… y le tomó la mano.

—Entonces, arde conmigo.

Esa noche, hicieron el amor como enemigos.
Como cazador y presa.
Como si uno quisiera arrancarle al otro la verdad con cada caricia, con cada mordida.

Isa estaba encendida, atrevida, libre.
Y Elías… estaba perdido en ella.

Pero mientras él dormía más tarde, exhausto y con la respiración pesada, Isa se levantó.
Se envolvió en una bata y fue al escritorio de él.

Revisó los archivos. Las notas. Las sospechas.

Y dejó un mensaje anónimo en su teléfono, desde un número imposible de rastrear:

“Jugás con fuego, Gavron. Y Umbra no necesita sombra para quemarte. Ya está adentro.”

Luego volvió a la cama.
Y se acurrucó en su pecho como una niña.
Mientras en su mirada… el juego recién empezaba.




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