Rosas de Sangre

? Capítulo 41 – Jugar con fuego

Los días siguientes fueron un desfile de tensión contenida.

Elías estaba cada vez más distante.
Más frío. Más calculador.
Como si cada segundo a su lado lo desgastara.

Isa lo notaba todo.
El cambio en su respiración cuando ella entraba a una habitación.
Cómo ocultaba su teléfono al recibir mensajes.
Las cámaras que aparecieron en lugares nuevos de la mansión.
Las puertas cerradas con clave.

Desconfiaba.

Y eso, lejos de molestarla, la excitaba.

—¿Sabés que estás más callado últimamente? —le dijo Isa una mañana, mientras desayunaban juntos, solos, en el comedor principal.

—Tengo cosas en la cabeza.

—¿Como qué?

—Negocios. —La respuesta fue seca, casi automática.

Isa sonrió levemente, y acercó su taza de café a los labios.

—¿Y entre esos negocios estoy yo?

Elías la miró.

Sus ojos, oscuros, duros como acero.
Pero Isa… no desvió la mirada.
La sostuvo.

—Vos sos otra cosa —respondió él.

—¿Buena… o peligrosa?

—Aún no lo decido.

Isa dejó la taza en la mesa con un pequeño “toc”.
Su expresión era una mezcla de dulzura y desafío.

—Ojalá te apures en decidirlo.
—¿Por qué?

—Porque a veces… dudar de mí… puede ser lo más peligroso de todo.

Esa noche, Isa volvió a moverse como Umbra.
A sus órdenes, dos Sombras se infiltraron en un banco clandestino que financiaba operaciones encubiertas para los Rosetti —enemigos de Elías y también de Isa.

Cayeron sin saber qué los golpeó.
Cuentas vacías.
Contactos expuestos.
Un mensaje:

“No toquen lo que no les pertenece.”

El golpe fue quirúrgico.
Letal.
Y nadie lo conectó con Isa.

Pero Elías…
recibió el informe al día siguiente.

Y su sangre se heló cuando leyó la firma del ataque.

Umbra.

—¿Estás bien? —preguntó Isa esa noche, entrando a su oficina sin previo aviso.

Elías tenía las manos apretadas contra el escritorio, mirando las fotos de la redada.

—¿Sabías que Umbra atacó a los Rosetti? —preguntó sin mirarla.

Isa parpadeó con dulzura.
Un gesto tan cuidadosamente ensayado que hasta parecía genuino.

—¿Umbra? ¿El tipo misterioso del que todos hablan?
—Sí.

Isa caminó hasta él y se sentó en el borde del escritorio.

—¿Por qué te afecta tanto lo que haga ese fantasma?

—Porque está demasiado cerca de mí. Y no lo puedo ver.

Isa apoyó una mano sobre su pecho.

—¿Y si te dijera que podés confiar en mí?

—¿Y si te dijera que ya no confío en nadie?

Isa sonrió.
Y con un susurro, se inclinó hasta que su boca rozó la de él.

—Entonces… no me subestimes. Porque si no confías en mí… te vas a perder mucho más que la verdad.

Y lo besó.
Fuerte. Con hambre. Con poder.

Como si estuviera dándole una advertencia… o una promesa.

Esa madrugada, Umbra atacó otro punto.
Uno que solo Elías conocía.
Uno del que Isa jamás debió saber.

Pero ella sabía.
Siempre supo.

Y ahora… Elías lo comenzaba a sospechar.

El juego estaba por romperse.

Y cuando lo hiciera…
alguien iba a sangrar.




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