El ambiente en la mansión estaba enrarecido.
Como el aire antes de una tormenta.
Los guardias se movían con más precaución.
Las puertas se cerraban con más fuerza.
Y Elías… Elías no dormía.
El archivo de Umbra no salía de su mente.
Ni tampoco las coordenadas que alguien había filtrado.
Solo él conocía ese escondite.
Solo él… y alguien más que jamás habría imaginado sospechar.
Isa.
Pero… ¿cómo? ¿Por qué?
¿Y quién demonios era Umbra?
Isa lo observaba desde el balcón, mientras él hablaba con dos de sus hombres junto a los autos.
Traje negro. Mandíbula apretada. Mirada letal.
El Silenciador.
Y sin embargo… él no era el único asesino en esa casa.
Isa estaba cansada de esperar.
Cansada de su juego a medias.
Y decidió actuar.
Esa misma noche, organizó una cena privada.
Solo los dos.
Velas. Vino tinto. Música suave.
Un cuadro de perfección.
Elías, siempre atento, supo que algo no encajaba.
Pero no lo dijo.
Hasta que Isa sirvió el vino.
Y le sonrió con una dulzura tan peligrosa que casi dolía.
—¿Por qué siento que hay algo detrás de esto? —preguntó él.
Isa se sentó frente a él, cruzando las piernas lentamente.
—Porque soy muchas cosas, Elías. Pero jamás aburrida.
Él bebió. Un trago lento. Medido.
—No me estás respondiendo.
—Tampoco preguntaste en serio.
Elías entrecerró los ojos.
Isa se inclinó sobre la mesa, dejando que su escote hablara más que sus palabras.
—¿Por qué estás tan nervioso últimamente?
—¿Y por qué estás tan tranquila?
—Porque cuando el caos se avecina… yo no corro.
Yo bailo.
Más tarde, mientras él dormía en su sillón —con la pistola aún al alcance de su mano y los documentos de Umbra sobre el escritorio— Isa entró en su oficina.
Silenciosa. Como un susurro.
Dejó un sobre negro sobre la mesa.
Con un contenido que solo ella podía tener.
Dentro había fotos de uno de los hombres de Elías recibiendo pagos de los Rosetti.
Y una nota escrita con la misma tinta plateada que Umbra usaba en sus amenazas.
“Querías una pista. Te doy una. No soy tu enemiga… aún. Pero el cáncer está en tu casa, no en la mía.”
Y debajo, firmado:
U
A la mañana siguiente, Elías encontró el sobre.
Y por primera vez… dudó de sus propios hombres.
No de Isa.
Todavía no.
Pero algo en su interior empezó a quebrarse.
Y mientras él ordenaba investigaciones internas y ejecutaba al traidor en una bodega de cemento…
Isa, sentada en su terraza, comía una frambuesa con los dedos, mientras observaba desde lejos cómo el tablero comenzaba a caer.
Ella había movido primero.
Y Elías… estaba atrapado en su propia red.