La ciudad no dormía.
Las luces de neón parpadeaban sobre los tejados, como si intentaran advertir que algo se acercaba.
Algo oscuro.
Letal.
Esa noche, uno de los cargamentos más valiosos de Elías estaba por llegar al puerto.
Drogas, armas, dinero.
Una operación limpia, perfecta.
Hasta que Umbra decidió que no.
—¿Estás seguro de que no querés que te acompañe? —preguntó Isa desde la cama, envuelta en una bata de satén marfil.
Elías se colocaba el reloj, su rostro serio, enfocado.
—Prefiero que te quedes. No es un sitio seguro esta noche.
—¿Desde cuándo algo ha sido seguro en nuestra vida?
Él la miró.
Por un instante, sus ojos se suavizaron… pero solo por un segundo.
—No insistas, Isa.
Ella sonrió con dulzura.
—Jamás lo hago.
Pero apenas él salió por la puerta, Isa giró hacia su tocador.
Abrió un compartimento secreto detrás del espejo.
Dentro, un pequeño auricular.
Una pulsera negra.
Umbra entraba en escena.
En menos de una hora, la operación en el puerto era un caos.
Las luces se apagaron repentinamente.
Las cámaras cayeron una por una.
Y luego, los primeros disparos.
—¡Tenemos un intruso! ¡Alguien está dentro! —gritó uno de los hombres por el comunicador.
Elías, furioso, se bajó de la SUV y sacó su arma.
—¡Nadie sale del perímetro! ¡Quiero a ese bastardo vivo!
Pero no encontraron nada.
Solo los cuerpos de sus hombres.
Limpiamente ejecutados.
Uno por uno.
Y en el centro del contenedor principal, una caja.
Cuando la abrieron, encontraron algo peor que bombas o armas:
Documentos clasificados de las operaciones de Elías en Europa del Este.
Todos robados. Todos expuestos.
Y sobre ellos…
una nota.
“Esta fue una advertencia. La próxima no seré tan misericordiosa.”
— U
Mientras tanto, Isa observaba todo desde una pantalla en su habitación.
Sus sombras le transmitían en tiempo real los movimientos, las muertes, el caos.
—¿Todo limpio? —preguntó.
—Sí, señora —respondió una voz entrecortada por el auricular—. Ninguno de sus hombres vio nada. Solo escucharon los disparos.
—Perfecto. Borren todo. Que parezca… un fantasma.
—¿Y el mensaje?
Isa se recostó contra los cojines de terciopelo.
Una sonrisa suave curvó sus labios.
—Suficientemente claro. Elías debe entender que no controla este juego.
—¿Y si empieza a sospechar?
Isa se rió bajito.
Casi como si hablara con un niño.
—Él ya sospecha.
Solo que todavía no sabe de qué.
A la madrugada, Elías volvió a la mansión.
El olor a sangre aún impregnaba su ropa.
Los ojos le ardían.
Y lo peor de todo… se sentía vulnerable.
Isa bajó las escaleras como si acabara de despertarse.
Llevaba puesta solo su bata.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Elías no respondió.
Solo la miró.
Largo.
Silencioso.
Isa dio un paso hacia él y le tocó el rostro.
—¿Fue Umbra?
—Sí —dijo él, casi con un gruñido.
—¿Y qué vas a hacer?
Él apretó los dientes.
—Encontrarlo. Matarlo.
—¿Y si es alguien más cercano de lo que pensás?
Esa pregunta lo golpeó.
Pero antes de que pudiera responder, Isa lo besó.
Despacio. Profundo.
Y mientras lo hacía, pensaba:
“Matalo si podés, Elías… si podés.”