Era una mañana como cualquier otra en la mansión.
O eso creían.
Isa despertó con una presión sorda en la cabeza, como si la noche se le hubiese quedado incrustada entre las sienes.
Se sentó en la cama, con el estómago revuelto, el pulso acelerado.
—Mierda… —susurró, antes de correr al baño.
Vomito amargo.
Sudor frío.
Temblor en las manos.
No era la primera vez.
Había pasado tres veces en la semana.
Mareos repentinos, náuseas, dolores de cabeza que la dejaban paralizada por minutos.
Pero esta vez…
fue peor.
Elías estaba en su despacho, hablando con su contacto en Roma, cuando uno de los guardias tocó la puerta.
—Señor, la señorita Isa… está indispuesta. La doctora de confianza ya está con ella.
El teléfono quedó en el escritorio con un clack seco.
Su mundo se detuvo durante medio segundo.
—¿Qué pasó?
—Se desmayó en el pasillo, señor.
Isa estaba en la cama, débil pero aún con ese porte de realeza que no se quebraba ni sangrando.
La doctora cerró el maletín con lentitud, evitando la mirada de Elías.
—¿Y bien?
—No puedo confirmarlo al cien por ciento sin los análisis, pero… —la doctora tragó saliva—. Hay una posibilidad alta de que esté embarazada.
Isa giró el rostro lentamente hacia la doctora, como si acabara de escuchar un idioma extranjero.
Y Elías… Elías se quedó de piedra.
—¿Qué dijiste?
—Quiero hacer los exámenes, señor. Pero los síntomas encajan. Y si no es eso… tendremos que evaluar algo más grave. Un problema neurológico, quizás.
Isa bajó la mirada.
Por primera vez en mucho tiempo… sin sonrisa.
—Estoy bien —murmuró—. Solo es agotamiento.
—No lo parece —dijo Elías, y su voz era tan filosa que cortaba el aire.
Isa lo miró, con los ojos entornados.
—¿Estás insinuando algo?
—Estoy diciendo que si estás embarazada… necesito saber si es mío.
La tensión se volvió hielo puro.
Isa se sentó lentamente, el cabello cayéndole por los hombros.
—Qué encantador sos cuando dudás de mí.
—No confío ni en mi sombra —respondió él—. ¿Por qué confiaría en vos?
—Tal vez porque soy la única que no ha intentado matarte.
—¿Estás segura de eso?
Ambos se quedaron en silencio.
Dos fieras encerradas en un cuarto lleno de verdades sin decir.
Esa noche, Isa no pudo dormir.
No por el dolor.
Ni por el posible embarazo.
Sino por lo que significaba.
Un error.
Un punto débil.
Si el hijo era de Elías, todo se complicaba.
Si no… ni pensarlo. Porque solo podía ser de él.
Apretó el puño sobre el vientre plano.
Las sombras no podían saber.
Nadie podía saber.
Ni siquiera él.
Porque un hijo era una amenaza… o un arma.
Dependía de cómo se jugara la partida.
Y Isa… sabía jugar como nadie.