Rosas de Sangre

Capítulo 45 – Lo que no debe saberse

Las paredes de la mansión eran de mármol, pero no podían contener la presión que crecía dentro de Isa.
Desde la noticia, los silencios entre ella y Elías eran más largos.
Más densos.
Más cargados de algo que no sabían si era rabia… o miedo.

Y aunque el Silenciador no lo dijera en voz alta, la duda lo carcomía.

Isa lo sabía.
Lo sentía cada vez que él la miraba.

Así que decidió moverse antes que él.

A las tres de la mañana, las cámaras de seguridad marcaron un bucle de grabación.
Un fallo. Un "error técnico".

Mentira.

Isa había salido de la mansión.
Sin ruido.
Sin testigos.
Vestida de negro, con una chaqueta larga y una bufanda cubriéndole el rostro.

El auto la esperaba al final del camino.
Sin placas. Sin luces.
Uno de sus sombras conducía.

—¿Todo listo? —preguntó ella, subiendo al asiento trasero.

—Sí, señora. La clínica en Zúrich está cerrada al público. Solo personal de su red.

—Perfecto.

La clínica era pequeña, de diseño minimalista, escondida entre montañas.
Imposible de ubicar si no sabías lo que buscabas.

Isa no temía a los resultados.
Temía a las consecuencias.

El análisis fue rápido.
Preciso.
Silencioso.

Una de sus médicas de confianza —una mujer de rostro duro, ojos oscuros como piedra— le entregó el sobre sellado.

—¿Querés que te lo diga ahora?

Isa lo miró.
Y negó con la cabeza.

—Lo leeré cuando esté lista.

—Isa…

—No quiero que nadie sepa.
—Ni siquiera Elías…

Isa levantó la mirada.
Letal. Firme.

—Especialmente Elías.

La doctora asintió.
Ella también sabía lo que podía pasar si esa información caía en las manos equivocadas.
Y el peor lugar… era en el corazón del Silenciador.

En el camino de regreso, Isa abrió el sobre.
Unas pocas palabras en una hoja blanca.

Resultado: positivo. 5 semanas.

No gritó.
No lloró.
No sonrió.

Solo guardó el sobre en la chaqueta, cruzó las piernas y miró por la ventana.

La lluvia empezaba a caer, golpeando el vidrio con una calma engañosa.

—Vamos a jugar, chiquito —susurró, bajito, como una promesa—. Pero nadie sabrá que estás ahí… aún.

Y en su cabeza, una nueva estrategia comenzaba a construirse.
Más peligrosa.
Más íntima.
Más definitiva.

Porque Isa no era solo la reina del tablero.
Ahora… tenía un heredero.

Y el juego, oficialmente, ya no era el mismo.




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