La nueva doctora llegó una mañana fría, con el cielo plomizo apretado contra la ciudad.
Vestía de blanco impoluto, cabello recogido con pulcritud y una voz suave como terciopelo.
Pero sus ojos…
Los ojos de esa mujer no eran los de alguien común.
Eran los de alguien entrenado para no temerle a la muerte.
O a Elías Costa.
—Su nombre es Bianca Márquez. Directa de una de las clínicas privadas más exclusivas en Ginebra —anunció uno de los hombres de confianza de Elías—. Tiene credenciales limpias, experiencia con pacientes de alto perfil.
Elías no la miró demasiado. Solo asintió y le dio acceso.
Lo que no sabía…
Era que Bianca ya tenía acceso.
Desde mucho antes.
Isa estaba sentada en el diván de su habitación.
Vestido de seda blanca, piernas cruzadas, y una expresión de falsa inquietud perfectamente calculada.
—No sabía que me enviarías otra doctora… —murmuró, con la dulzura envolvente de una serpiente dormida.
Elías, de pie junto a la puerta, la miró de arriba abajo.
—Quiero asegurarme de que estás bien. Te has estado viendo… diferente.
—¿Preocupado por mí, Elías? —alzó una ceja, sonriendo suave—. Qué romántico.
—No te provoques a ti misma, Isa —dijo él en tono grave—. Si estás enferma o… embarazada, tengo que saberlo. No me gustan las sorpresas.
Ella solo bajó la mirada con una mueca falsa de sumisión.
Y entonces, Bianca entró.
Con la maleta.
Con la bata.
Con las mentiras preparadas.
Veinte minutos después, Elías esperaba de pie al borde del pasillo.
Isa salía con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, y Bianca caminaba detrás de ella con la seriedad de un profesional que acaba de entregar un veredicto.
—¿Y bien?
—Nada preocupante, señor Costa —dijo la doctora—. Sus síntomas son compatibles con un cuadro de estrés agudo. La señorita Isa necesita descanso, una dieta balanceada, y… menos discusiones.
Elías no dijo nada.
Solo miró a Isa, que le sostenía la mirada como si no acabara de manipularlo por completo.
—¿Estás segura?
—Completamente. No hay embarazo.
Isa puso una mano sobre su vientre, como si lamentara decepcionarlo.
—Te lo dije, Elías. No hay bebé. Solo… mucho en mi cabeza.
Él asintió lentamente, aunque algo no terminaba de encajarle.
Esa noche, en la penumbra del jardín trasero, Bianca se reunió con una sombra vestida de gris.
El intercambio fue rápido.
—¿Hiciste lo que ella pidió?
—Sí. Él lo creyó.
—Perfecto.
—¿Y…? ¿Es verdad?
Bianca sacó una copia sellada del informe original.
—Está embarazada. Seis semanas. Todo en perfecto estado.
La sombra tomó el sobre y lo guardó bajo el abrigo.
—Umbra estará complacida.
—¿Y el padre?
La sombra sonrió.
—El padre puede destruir imperios…
Pero está demasiado ciego para ver lo que crece justo frente a él.
Mientras tanto, Elías observaba a Isa desde el balcón.
Ella dormía, o al menos eso parecía.
Tan tranquila, tan inofensiva…
Tan mentirosa.
Y aunque su instinto le gritaba que algo no encajaba, no podía comprobarlo.
Pero pronto lo haría.
Porque Elías no descansaría hasta arrancar la verdad de raíz.
Y cuando lo hiciera…
El mundo tendría que arder.