Las rosas caen delicadamente en el piso, los guardianes del palacio resguardan las entradas sin notar los delicados pétalos de los hermosos sakuras que se alzan imponentes hacia el cielo azul, los reyes se mantienen entretenidos en las jugadas de ajedrez, los cocineros se pasan chismeando sobre la próxima fiesta que tendrán en honor al príncipe, los sirvientes ruedan como las manecillas de un reloj por los pasillos, sonriendo, porque será su oportunidad de por fin comer algo fresco luego del gran período de invierno.
Todos parecen ignorar las grandes arcadas que suenan en la habitación principal, el príncipe, con su lindo pelo rojo todo arreglado, está sosteniendo con sus delicadas manos el lavado, escupiendo sangre, el color carmesí se mezcla con el agua que se va desapareciendo hacia las tuberías, alza la mirada, observando su reflejo, el mismo que veía antes de enamorarse, antes de pensar que aquella chica pelinegra le iba a devolver sus sentimientos de la misma manera, sin embargo, unas ojeras cubren sus ojos, sus labios están agrietados, sus muñecas están pintadas por pinchos de aguja.
Retrocede asustado, pegándose la espalda con la pared, inhala y exhala para controlarse ¿qué diría la corte al verlo de esa manera? ¿qué diría su mejor amigo Donghyun al verlo así? Se limpió la boca con el dorso de su camisa, su mirada dura le devolvía el vistazo. No podía dejarse llevar por los sentimientos, se decía, mientras agarra papel higiénico y se intentaba secar los restos de sangre en su vestimenta.
Ya recuperado se dirige hacia donde están sus padres sentados en el trono, les da una reverencia, se sienta sin hacer ruido, observando a los pueblerinos entrar y salir dejando a sus pies desde cosas deliciosas para comer hasta artefactos para colocar en su cuarto. Su corazón empieza a latir velozmente cuando mira a la chica que lo tiene loco, lo tiene como si él fuera una marioneta y ella la encargada de dirigirlo con sus cuerdas.
La chica sonríe de lado, dejando un pequeño cajón al frente de los reyes y el príncipe.
—Buenas noches, alteza—la sonrisa no ha dejado sus labios—. Aquí le traigo una linda sorpresa—señala la curiosa caja. Los ojos de las tres personas sentadas entre diamantes y terciopelo, asienten sin ni siquiera parpadear.
—¿Qué es?—pregunta curioso el rey, conocido por todo su pueblo por su amabilidad y dulce carácter.
—Es un regalo que nunca pude darle al príncipe Youngmin—la sonrisa del aludido decae, recordando el estado de ebriedad que tuvo la última vez que se juntó con ella, las manos que lo tocaron por todos lados de su cuerpo, el sabor amargo de su garganta, sus ojos llenos de lágrimas, su garganta cerrada que no pudo decir nada al respecto.
—Hijo, dile las gracias a esta linda jovencita—lo invita su madre con la mano hacia donde se encuentra la chica pelinegra, sus ojos sonríen, su boca es una mueca desagradable envuelta en una sonrisa ligera.
Solo al acercarse, el olor a flores, le produce arcadas, se pellizca las piernas para no vomitar, sintiendo el sabor del vómito en el principio de su cuello. Los recuerdos de las tardes que estuvo sonriendo y jugando mientras la chica le trataba de hacer trenzas en su pelo, las veces que él se escapaba del castillo para ayudarle en la plantación de su padre, los sentimientos rotos de su mejor amigo por no ir a su cumpleaños, todos esos pensamientos hacen lagunas en sus pequeños ojos, que luchan para no explotar, sus manos tambaleando, reciben el regalo, su boca no se abre para agradecer, no obstante, la malévola mirada de la persona que ama, le lastiman el corazón, las flores en sus pulmones crecen más y más, pinchando sus pobres órganos con sus espinas peligrosas.
Vuelve a sentarse sin mirar a nadie, observando un punto vacío de la pared, la chica desaparece de su vista, los pueblerinos siguen entrando y saliendo, Youngmin solo los ve como manchas, ha abierto el regalo del amor de su vida, sus manos sudan por querer abrirlo, sin embargo, no se atreve hacerlo frente a sus padres, porque sabe que se va a quebrar, las flores marchitas navegan por su boca, hace todo lo posible para aguantarse las ganas de escupirlas, pero no puede darse ese lujo, no puede, delante de su pueblo, porque eso no hacen los príncipes.
Cuando ya todo termina, se despide de sus padres con una reverencia, corre hacia su cuarto, abre la puerta del baño de una patada y expulsa todos los pétalos que andaba guardando, estos salen como confetti y pintan el suelo de un curioso rojo sangre, abatido, se recuesta en la pared, sintiendo sus lágrimas rodarle las mejillas, ni se percata que esas mismas se han convertido en flores diminutas que le pichan los cachetes al deslizarse hasta su barbilla.
"Su enfermedad no tiene cura. Sufre de un amor no correspondido, en unos meses o más, posiblemente sus pulmones estén llenos de espinas y muera" la voz del doctor de la familia, resuena en su cabeza, se siente tan desdichado que hace volar su regalo por el aire.
Al mismo instante se arrepiente y va a verlo, arrastrándose como puede hasta el otro extremo de la habitación, lo abre, varias fotos saltan de la caja, fotos de él sonriendo con la pelinegra, fotos de cuando eran pequeños y pertenecer a diferentes clases sociales no era un impedimento para estar juntos, fotos de los dos con Donghyun, en la playa, en las montañas, en todos los lugares que puedes imaginarte.
Sale disparado hacia el retrete, se sostiene de la taza del inodoro, escupiendo varios pétalos que salen sin pena, escurriéndose por todos lados, inhalando y exhalando, se incorpora, se levanta y se lava la boca con agua.
—Youngmin—alguien lo llama, se seca como pueda, fingiendo una sonrisa, sale a recibir a su mejor amigo que lo observa preocupado, una mano roza su mejilla cariñosamente, las lágrimas traicioneras se escurren por sus ojos, Donghyun no se muestra sorprendido, todo lo contrario, lo estrecha contra su cuerpo en un abrazo gigante, brindando todo el cariño y amistad que el pelirrojo necesita en esos momentos de dolor—¿Quieres ir a ver el río conmigo?