Rosas negras y un listón

02. El Agente de la Muerte

(Vein)

Mi siguiente trabajo me trajo a esta parte de la ciudad a la que no suelo venir a menudo, y tengo frente a mí uno de los escenarios que más detesto atender: Un muchacho de menos de veinte años que quiere saltar de un puente.

Estoy rodeado de gente que intenta convencer al muchacho de que no lo haga, y yo quisiera unirme a ellos.

Reviso mi libreta, efectivamente es él. Leo su historia y compruebo que está dispuesto a morir por un amor no correspondido. De alguna manera, me veo reflejado en él, pero hay una gran diferencia: creo que dar la vida por amor es una forma digna de morir, pero no por un amor que nunca fue.

La gente se alborota y no puedo hacer más que esperar. Creo que esta es una de las peores partes de este trabajo, tener que esperar sin poder hacer nada hasta que ya es muy tarde. Es parte de esta maldición, el castigo por los errores que cometí en vida.

Veo los rostros de las demás personas. Quisiera creer que todos los presentes están ahí para ayudar, pero la verdad es que la mayoría solo está ahí por morbo. Siento desprecio, aunque no soy mejor que ellos. En el fondo, quisiera poder tener la habilidad de saber cuándo y cómo morirá cada una de esas personas.

Entonces, me parece reconocer a alguien entre la multitud y, aunque no tengo un corazón como tal, sentí que se detenía por un instante. Apretujada entre la multitud, aferraba unas bolsas contra su pecho.

El tiempo parece detenerse cuando ella levanta la mirada y dirige su mirada hacia donde estoy. ¿Acaso puede verme realmente, o es solo casualidad? Quisiera poder verla de cerca.

Cuando me acerco hacia ella, se aleja entre la multitud. Decido seguirla pero, cuando atravieso el gentío, escucho gritos tras de mí. Debo ir a cumplir mi trabajo, así que deshago mis pasos no sin antes girarme una última vez y ver cómo ella se aleja por la calle.

Toda la multitud está parapetada al borde del puente en el lugar donde hasta hace un rato estaba colgado el muchacho. Muchos murmuran, algunos gritan. Una señora mayor solloza.

Salto desde lo alto del puente y aterrizo sin dificultad en la carretera que se extiendo bajo él.

A lo largo de los siglos, mis ojos han visto muchas terribles cosas a través de esta máscara. Sin embargo, me niego a observar directamente el cuerpo del muchacho. Intuyo dónde está, a pocos metros de mí. Puedo sentir su presencia.

Algunos autos pasan alrededor a toda velocidad, y otros que parecen entender la situación se detienen, provocando un coro de bocinas, gritos e insultos tras ellos.

Me giro y veo al muchacho de pie, muy alterado y confundido. Mira hacia todos lados, y centra su atención en su propio cuerpo inerte, cayendo de rodillas.

—Tranquilo. Ya todo ha pasado —le digo acuclillándome frente a él—. Espero que te hayas sentido realmente convencido de que esta fue la decisión correcta. No soy quién para juzgar.

El muchacho ahoga un grito al ver mi apariencia. Entiendo que no debe ser muy agradable ver a alguien vestido de uniforme negro y máscara de calavera. No era necesario ser muy listo para entender quién era yo y por qué estaba ahí.

—Cállate y ya llévame. No aguanto un segundo más aquí.

Como mera formalidad, le explico mi función y le doy las indicaciones de lo que debe hacer para cruzar al otro lado, aunque siento que está tan atormentado que no me presta atención.

Me siento impotente de tener que llevarme a alguien tan joven, con tanta vida por delante. Lamentablemente para él, no correrá la misma suerte que otras almas por haber decidido su suerte por propia mano. Quienes lo hacen están condenados a reencarnar en un animal o una planta.

Algunos colegas afirman que el peor castigo es perder la humanidad y reencarnar en una forma de vida inferior, que ni siquiera requieren nuestra intervención para cruzar al otro lado. Yo no lo veo así. Para mí, el verdadero castigo es este trabajo, en el que perdemos nuestra humanidad continuamente, y somos conscientes de ello.

Por lo menos ellos, cuando cumplan con su rol en esa nueva forma de vida, podrán volver a tener una oportunidad como humanos.

El muchacho me mira con impaciencia y siento fuego en su mirada. Extiendo mis brazos y materializo una puerta espiritual frente a nosotros, para luego dirigirlo hacia la entrevista con La Muerte. Cruzó sin siquiera dirigirme una palabra más.

Cuando me quedo a solas, oigo llegar la policía y un gran número de curiosos se acercan por la carretera.

Subo de un salto al puente y veo a la gente con sus móviles grabando y tomando fotografías. «No se puede ser más despreciable», pienso, y me alejo.

Cada vez me cuesta más encontrarle un sentido a la Humanidad, a este trabajo, a la eternidad. Me refugio en las veces en las que mi visita ayuda a darle paz a las almas que se sienten atormentadas por dejar este mundo, pero no siempre es el caso.

Entonces, recuerdo a aquella chica de pelo corto y ojos azules que intenté seguir. Me recordó a alguien muy importante para mí, pero no pude acercarme lo suficiente, además de haber demasiada gente a su alrededor. Decido caminar en la dirección en la que se fue, con la esperanza de encontrarme con ella una vez más.

Tras varias horas caminando en círculos, empiezo a perder la esperanza de verla. Todas las calles se parecen entre sí; todas las personas parecen vivir vidas muy parecidas. Algunas luces comienzan a apagarse y me rindo en mi búsqueda.

Me quito la máscara y me planteo regresar a la cabaña y descansar. Es cierto que no necesito dormir y no me canso físicamente, pero me gusta recostarme en el catre con vista hacia los acantilados, y fingir que me quedo dormido.

Entonces, oigo un ruido proveniente de un callejón cercano. Me acerco despacio, y noto que algo se mueve en un basurero.

Un gato sale de entre las bolsas y me maúlla. Se acerca a mí ronroneando, sin apartar la mirada de mis ojos.




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