Rosas negras y un listón

07. La máscara agrietada

(Alma)

Luego de pasar mi cumpleaños fingiendo normalidad, he estado planeando mi huída durante estos últimos días. Fue doloroso celebrar esa pequeña fiesta en casa, con Liz y mamá, sabiendo que quizá dejaré de verlas por mucho tiempo. Agradezco que no haya habido contratiempos en mi rutina y que Richard no haya vuelto a aparecerse por aquí, estoy tan agobiada que no toleraría a Liz fastidiándome con él otra vez.

Anoche por fin pude hablar con ella, y le confié mi encuentro con Vein y el asunto con mamá. Tardó un poco en entender que debía huir, pero me dijo que si de verdad tenía que hacerlo, se haría cargo de ella lo mejor que pudiese. No puedo describir la calma que me trajo saber que podía contar con ella.

Ahora, despierta a medianoche, miro al techo y me cuestiono sobre si debería seguir esperando a Vein o si debería huir de una vez. Me cuesta dormir sabiendo que en cualquier momento podría venir otro Agente a buscarme y llevarse a mamá.

Busco el móvil en el velador y me pincho un dedo con una rosa negra. ¿Cómo llegó aquí? ¿Será algún mal presagio? No, debe ser cosa de Vein… tal vez algún recordatorio de que está ahí conmigo, que no me ha abandonado. Después de todo, dijo que me buscaría, y eso puede ocurrir en cualquier momento. Han pasado cuatro días y no sé si es poco o mucho tiempo, por lo que empiezo a impacientarme.

¿A lo mejor la rosa es una señal de que debo irme ya?

Aún con dudas, tomo mi mochila, guardo la rosa en ella, y me visto con lo primero que encuentro. Prefiero pecar de precavida que de confiada.

Salgo de puntillas de mi habitación, y paso por la de mi mamá. Entreabro la puerto y la veo descansar. Siento un lingote de hierro atravesado en mi garganta, y las lágrimas brotan sin permiso.

Me acerco a su cama y me despido de ella con un beso en la cabeza. Se reacomoda entre las sábanas y suelta un leve murmullo, pero sigue durmiendo plácidamente sin reparar en que su hija está a punto de partir. ¿Qué sentirá cuando despierte y no me vea? ¿Se enojará conmigo? ¿Se preocupará?

Decido escribir una nota de despedida y la dejo en su velador:

“Mamá, tengo que irme de casa por un tiempo. Muchas gracias por todo lo que me has dado y por ser mi mamá. Lamento no haber cubierto tus expectativas, pero te prometo que volveré cuando resuelva algunos asuntos que solo yo puedo afrontar. Estaré bien, y espero que tú también lo estés. Con amor, Alma”.

Siento que con la nota dejo una partecita de mi corazón porque, al salir de su habitación, tengo un vacío en el pecho.

Salgo a la calle intentando hacer el menor ruido posible, y el aire frío de otoño me envuelve. Avanzo unos pasos y veo a la última persona que hubiera pensado ver por aquí, mucho menos a esas horas: Es Richard.

¿Qué hace aquí? Intento buscar una razón lógica, pero no la encuentro.

Se acerca con su andar despreocupado, acomodándose el cabello rizado. Lleva dibujada en la cara una sonrisa confiada.

—Hola Alma —saluda, levantando la mano—, lamento no haber venido antes para saludarte por tu cumpleaños… ¿Es muy tarde para pedir una taza de café?

Me quedo sin palabras, y lamento haber salido de casa en ese momento. ¿Qué probabilidades había de toparme con él? Vino a buscarme pasada la medianoche… ¿acaso es un acosador?

Entonces, una bruma negra me envuelve y caigo en la desesperación. No puedo ver nada a mi alrededor, por lo que corro en la dirección que intuyo es la contraria hasta donde está él.

Una mano me sostiene del brazo y siento que me da un infarto. Intento safarme, pero ésta me sujeta con firmeza. Pienso en gritar para que alguien venga a ayudarme, pero no quiero despertar a mamá.

Me giro, y entonces lo veo de pie a mi lado: Es Vein.

—Tranquila, estoy aquí.

No entiendo lo que está pasando. Mi mirada viaja entre Vein y Richard, que se miran fijamente como si se tratase de un duelo del viejo oeste. La bruma negra se disipa y Vein me suelta.

—Quédate detrás de mí —me indica en voz baja y con el ceño fruncido—. Ese hombre no es humano.

Mi mente intenta sin éxito procesar sus palabras. Richard se ve y actúa como un hombre común y corriente. No se parece en nada a los espíritus que he visto antes, y no siento en él la energía que normalmente me transmiten. Si no es un humano, ¿entonces qué es?

—Veintiséis, debí suponer que eras tú —dice Richard, acercándose a nosotros, amenazante, sin borrar esa molesta media sonrisa.

—Retrocede, Alma —me dice Vein, y luego se dirige a él—. Trece, ¿qué haces aquí? ¿Y cómo la conoces a ella?

—Tranquilo, hombre —levanta las manos en señal de rendición, con sarcasmo—, sólo soy un cliente de la cafetería.

—Él es un Agente de la muerte, como yo —me explica Vein sobre el hombro.

—Pero, creí que no podían interactuar con los humanos. Él solía ir a la cafetería, y hablaba con mi amiga Liz, con mi mamá… no entiendo.

Vein asiente y se gira hacia él.

—Así que eres un Supervisor encubierto… Creo que te has pasado un poco del límite, ¿no?

—Lo soy, pero solo estoy aquí para cobrar una deuda —responde Richard, o Trece, como lo llamó Vein.

Mi corazón golpea el pecho y puedo oír los latidos en mis oídos. ¿Richard es un Agente? ¿Por qué puede interactuar con las otras personas y objetos? Habló con Liz, y ella no puede ver espíritus.

—Así que tú la ayudaste, ¿cierto? —Pregunta Trece, con la cabeza algo ladeada—. Vaya problema en el que te metiste, ¿eh? —Luego, se dirige hacia mí—. Verás, Alma, tu madre hizo un Trato con la Muerte el día en que naciste. Ella debió morir en el parto, pero rogó vivir hasta que cumplieras los dieciocho años. Claro, ella no recuerda el trato, pero su momento ha llegado, y no hay nada que puedan hacer para cambiarlo.

—No des un paso más —advierte Vein.

—Bueno, si ese es el camino que has decidido tomar, me temo que no podré ser indulgente contigo… y no esperes que Ella lo sea.




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