(Alma)
Ya está atardeciendo. De no estar aquí, estaría saliendo de clases, camino a casa. Antes de partir hacia la Sociedad de la Muerte, llamo a Liz para preguntar por mamá.
—Ha sido difícil… Quiso acudir a la policía para reportar tu desaparición —dice, preocupada—. Logré convencerla de que no lo hiciera. Me pidió que intente ubicarte y que la mantenga informada. Intuye que estoy en contacto contigo.
—Por favor, no le digas que hablamos. Estoy a punto de ir al mundo de los espíritus para arreglar esto. Te juro que todo va a salir bien.
—Llámame en cuanto vuelvas y, por favor, cuídate mucho.
—Lo haré. No dejaré que me extrañen por mucho tiempo.
—Te quiero, chica.
Cuelgo y dejo el móvil con el resto de mis cosas. Quince ya prepara el portal y Vein repasa unas notas en su libreta.
—Toma —dice Madame Nyx extendiéndome un llavero con forma de llave antigua—. Vein me pidió que te lo diera.
Asiento y lo guardo en el bolsillo. No soy muy supersticiosa, pero ella ya me demostró su poder al desbloquear mis recuerdos de vidas pasadas gracias a su conexión con la muerte. Además, supe que también le enseñó a Vein a manipular su espíritu para formar la rosa negra e ir a salvarme.
Aún siento la cabeza hecha un lío. Los recuerdos siguen llegando, pero en este estado espiritual me es más fácil mantenerlos a raya.
Quince se pone la máscara y abre una puerta que conduce hacia la oscuridad absoluta.
—Es hora —dice, y cruza el portal. Lo mantiene abierto para que nosotros también podamos cruzar.
Vein me toma la mano y lo seguimos. Al contacto, una imagen me golpea: Un Vein más joven me conduce de la mano entre el fuego. Gritos a nuestro alrededor. Una aldea en llamas.
Sacudo la cabeza. La oscuridad se desvanece y aparecemos ante un largo pasillo de piedra blanca, impecable. Antiguo, pero al mismo tiempo nuevo. Como si hubiéramos viajado en el tiempo a un templo griego recién construido.
Casi creo que se trata de otro recuerdo, pero la voz de Quince me aterriza.
—Nos están esperando —dice, y nos guía.
Salimos hacia una gradería que desciende hacia un enorme salón, con columnas corintias y molduras doradas. Está atestada de Agentes, tantos que me ponen nerviosa.
—Tranquila —me dice Vein al oído—, todos ellos están de nuestro lado.
Quince sube a un altillo y se dirige a la multitud.
—Queridos colegas. Ha llegado el momento de alzar nuestra voz. Hoy haremos historia. Todos los aquí presentes estamos cansados de ser meros peones, condenados a cumplir los caprichos de La Muerte.
Hace una pausa dramática y señala hacia Vein.
—Les presento a mi colega, Veintiséis. Algunos de ustedes ya lo conocen o han oído de él. Es la persona que me inspiró a encabezar esta protesta.
Hace un gesto para que Vein hable y, aunque al principio parece dudar, sube también y toma la palabra.
—Compañeros, llevo más de siete siglos en servicio, y soy uno de los más antiguos de entre los presentes. Nuestra tarea guiando a las almas al más allá ha perdido el rumbo. El mundo ha cambiado, y los estándares para decidir cuándo una persona cierra su ciclo han quedado bastante anticuados. He desobedecido a La Muerte y, aunque deba afrontar el castigo que eso implique, estaré en paz sabiendo que hice lo correcto. Admito que también he sido egoísta, y que he actuado por amor —me lanza una mirada sutil, y me sonrojo—. Porque aunque mi cuerpo haya muerto, mi humanidad aún no lo ha hecho.
Varios de los presentes se miran las caras, dudando, y un leve murmullo comienza a llenar el salón.
—Nadie es perfecto —añade Quince—, y eso demuestra que la labor que hacemos es más que ser solo unos escoltas carentes de voluntad. Creo que cada uno de ustedes tiene el poder de decidir lo que es correcto en cada ocasión, y por eso son libres de apoyarnos o de dar un paso al costado. Si alguien tiene algo que decir, este es el momento.
El murmullo se vuelve un tenso bullicio. Vein y Quince intercambian miradas, preocupados de perder el apoyo de los Agentes.
—Cuenta conmigo —dice una Agente morena, de unos cuarenta años, dando un paso al frente—. Todos nosotros hicimos un pacto con Ella, a cambio de extender nuestra vida o salvar a alguien que amamos. Y precisamente por esa razón, es que los entendemos y queremos que las cosas cambien.
—También conmigo —se une un hombre de mediana edad, y se gira para hablar a los demás—. Había perdido mi propósito, pero nuevamente tengo esperanza. No anhelo mi libertad, sino el poder ayudar a aquellas almas que merecen ser salvadas… Para que no sufran lo que nosotros hemos sufrido.
—Lo siento —añade otro Agente, casi de mi edad—. Pensé que se trataría solo de una protesta inofensiva, pero lo que promulgan va más allá de los riesgos que estoy dispuesto a correr.
Algunos más se apartan y Quince les indica la salida. Se van, pero la gran mayoría se queda. Comienzan los vítores, entre exclamaciones de lealtad y apoyo.
—Gracias amigos —dice Quince, pasándose una mano por el cabello ralo—. No esperaba tanto apoyo, y gracias a ustedes sé que tendremos éxito. Ahora, es momento de iniciar con la fase uno.
En poco tiempo, se organizan en grupos. Unos diez Agentes irán a la prisión a liberar a los prisioneros. Otros se distribuirán en grupos de cinco en puntos estratégicos para convencer a más Agentes. El grupo más grande, con Quince al frente, va hacia la Torre principal, donde se encuentra el núcleo de la Agencia.
—Iremos con ellos —me informa Vein al oído—. Nos mantendremos cerca, esperando el momento justo para entrar por la puerta de servicio.
Asiento y salimos del edificio.
Y me quedo boquiabierta.
Estamos frente a una plaza inmensa, rodeada de edificios blancos con detalles dorados. Todos tienen un estilo arquitectónico renacentista, y todo parece hecho del mismo material. Incluso los árboles son blanco, como si hubieran sido tallados. Solo las sombras dibujan las formas.
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Editado: 26.04.2025