Rosas negras y un listón

13. Perder no es una opción

(Vein)

Debo encontrar una manera de derrotar a estos cinco guardias sin poner en peligro a Alma. Físicamente, tendría una oportunidad, pero las armas que llevan son especiales. Están imbuidas de energía espiritual, y son capaces de dañarme.

Trece hizo algo parecido en nuestra pelea. Cuando tomé el letrero, él improvisó con él un arma espiritual y consiguió lastimarme. Pero éstas están a otro nivel.

Le extiendo la llave a Alma, y le pido que entre a la oficina.

—Adelántate, busca en los cajones un libro negro muy antiguo. Yo ganaré algo de tiempo.

Ella se niega, pero termina aceptando. Con ella dentro de la oficina, me siento más tranquilo.

Analizo mi entorno, y veo no muy lejos de mí una estatua que lleva una cimitarra. Me lanzo hacia ella y consigo extraerla de su soporte. Me recuerda mucho a la que usaba en el pasado.

Los guardias parecen analizarme. Los conozco de vista, nunca he hablado con ellos, pero sé que el que los lidera es el jefe de los guardias. Es, con diferencia, el más alto y fuerte de todos. ¿Qué hace aquí? No debería estar escoltando a La Muerte?

Al fin, cargan contra mí.

El primer contacto no tarda en llegar. Él usa un martillo y consigo bloquearlo con la cimitarra. Me empuja hacia atrás, casi hasta golpear la pared.

Me deslizo y rodeo el vestíbulo, esquivando los ataques de los otros guardias. Uno de ellos arroja su lanza, incrustándose en el muro a escasos centímetros de mi rostro. Doy un salto contra él, aprovechando que está desarmado, y logro acertar un corte en su brazo, para evitar que vuelva a atacarme. Él se retuerce, me agacho y atino otro corte en la pierna.

Uno menos, quedan cuatro.

Cuando me giro, otro guardia me ataca con su espada, y consigo bloquearlo a duras penas. Como no tenía mucha estabilidad en el suelo, soy arrojado varios metros más allá. Eso fue peligroso, estuve a punto de ser herido. Debo evitarlo a toda costa… No puedo dejar a Alma indefensa.

El líder se acerca por un flanco, y el guardia que me arrojó, por el otro.

Me incorporo y doy un salto hacia una de las estatuas, y consigo derribarla al suelo para dificultar su avance. No consigo demasiado tiempo, ya que lo evaden sin dificultad.

Estoy tan concentrado en evitarlos, que no veo a otro guardia que me ataca con su lanza, usándola como un bastón. Me golpea en el rostro y caigo al suelo. Cuando va a atacarme con la punta de la lanza, logro rodar y atinar un corte en el muslo, provocando que hinque la rodilla. Lo ataco con la cimitarra apuntando al abdomen, pero lo bloquea con la lanza.

Hace mucho tiempo que no me encuentro en una batalla en desventaja numérica, pero mis reflejos siguen siendo los mismos que antaño.

Me incorporo de un salto, y me giro esperando el siguiente tarde.

Llegó más pronto de lo que esperaba.

E impacto del martillo en todo el pecho me lanza contra otra estatua. Ésta se hace trizas, y yo ruedo entre los escombros.

El golpe fue atronador. Siento que mi cuerpo se ha lastimado por dentro, ya que mis movimientos empiezan a dificultarse. Es la primera vez que tengo esta sensación.

Por lo menos, el guardia de la lanza parece estar inmovilizado por mi corte. Quedan tres. Vamos, aún puedo hacer algo para reducirlos. Perder no es una opción.

Uno de los guardias con espada se acerca de un salto, y en vez de esquivarlo, me lanzo contra él. Nuestras armas golpean en el aire, y consigo utilizar mi peso para empujarlo hacia el suelo.

De un tajo, le abro el pecho y una gran bruma negra empieza a brotar, en seguida de un grito desgarrador. «Lo lamento, colega». Tomo su espada, y ahora tengo un arma en cada mano.

Mis últimos dos rivales están frente a mí, furiosos.

Hasta ahora, he podido vencer a los más débiles, pero con ellos será más difícil. Necesito una estrategia para vencer. Entonces, recuerdo una lección de mi padre, cuando me enseñaba a pelear en la aldea.

Voy a la carga blandiendo la cimitarra y la espada, y doy vueltas para que ellos deban bloquear, sin dejar hueco para recibir un ataque. En ese momento, aprovecho uno de los giros para lanzar la espada como distracción.

Atino un corte en el brazo del guardia de la espada. Pateo con todas mis fuerzas y lo lanzo contra el suelo, levantando pequeños trozos de mármol en el aire. La situación es frenética, y debo moverme con cuidado de no tropezar con los cuerpos o los escombros.

Solo queda el líder, y me giro hacia él. Sin embargo, él también es un guerrero experimentado. Mientras yo atacaba a su compañero, él ya cargaba su ataque directo a mi pierna.

El impacto fue atroz.

Me lanza girando contra la pared, y caigo al suelo junto con algunos escombros. Intento levantarme, pero mi pierna está destrozada. La bruma negra brota de ella, y me siento mareado.

«Vamos, no puedo terminar así… Debo levantarme».

El líder camina hacia mí, apretando el martillo con firmeza. Su rostro es rígido como el de las estatuas a nuestro alrededor. Tras fallidos intentos por levantarme, creo que todo se acabará aquí. Está cada vez más cerca.

Entonces, la puerta principal se abre y Alma sale de la oficina. Al verme tendido en el suelo, baja de un salto y examina la situación.

El líder la observa, y en su rostro parece dibujarse una sonrisa maliciosa. Cambia de objetivo y se dirige hacia ella.

Sin mucho más que poder hacer, tomo algunos escombros y se los lanzo, en un acto desesperado, tratando de que desista. Éste se gira y su risa parece un trueno.

—Se acabó, Veintiséis —me dice, ladeando la cabeza—. Hasta aquí llegaron… Delta —le dice al guardia acuclillado de la lanza, aquel que pensé que había inmovilizado—. ¿Puedes con ella?

Delta asiente y arroja su lanza con todas sus fuerzas. Yo grito, como si eso pudiera desviar la trayectoria.

Sin embargo, y ante el asombro de todos, Alma detiene la lanza con la mano. Toma impulso, y tira la lanza de regreso con todas sus fuerzas. Ésta le da directo en el hombro al guardia, que cae al suelo, gritando e intentando detener la bruma negra que emana de él.




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