Rosas negras y un listón

17. Regreso a casa

(Alma)

Luego de regresar donde Madame Nyx y contarle la decisión de Quince de ocupar el lugar de La Muerte, diría que se entristeció. En el fondo, le gustaba recibirlo en su casa.

Me ofreció un plato de comida que acepté como si no hubiera comido en días. Luego nos despedimos con un abrazo apretado. El gato intentó seguirnos, pero Vein insistió en que se quedara. Madame Nyx lo aceptó entre refunfuños que ocultaban una sonrisa.

Intentamos usar la máscara agrietada para abrir un portal hacia mi casa, pero no funcionó.

Así que ahora hacemos el camino a pie. El sol empieza a ponerse.

Pensé que recuperar mis recuerdos lo haría todo más fácil. Pero no. La caminata se volvió algo incómoda. Vamos uno al lado del otro, como si de pronto no supiéramos qué decir. Vein se frota las manos y carraspea de vez en cuando, como si las palabras se le quedaran atrapadas en la garganta.

—Desde aquí —digo al fin, rompiendo el hielo—, ya alcanzamos mi ruta habitual a casa.

—Entonces… —murmura Vein, nervioso, cambiando de tema—. ¿Es cierto que lo recuerdas todo?

—Sí. Pero sigo siendo yo —le aseguro, sonriendo—. Nada cambió.

Él asiente, soltando un suspiro de alivio que casi me hace reír.

—Gracias —le digo, desviando la mirada.

—No me debes nada. Todo se lo debemos a Quince.

—No me refería a eso… —siento mis mejillas arder—. Antes de dejar atrás a Ayse, quería agradecerte por cuidar de nuestra cabaña. Por no rendirte.

Vein se sonroja y baja la cabeza.

—Lo hice por mí —admite, rascándose la nuca—. No sabía que recordarías… No quise confundirte con los sentimientos de una vida anterior.

—Yo… No creo que se trate solo de viejos recuerdos —digo en voz baja—. Fue… algo más.

Nuestras miradas se cruzan, pero ambos apartamos la vista como adolescentes torpes.

Al llegar al puente de los amores imposibles, Vein detiene en medio del camino.

—Aquí fue donde te vi por primera vez —dice, apoyándose en la barandilla—. Te alejabas entre la multitud. No imaginé todo lo que vendría después. Lo lamento.

—Recuerdo ese día. No estuvo tan mal —bromeo, y me acerco—. Tus heridas ya sanaron, ¿cierto?

Vein asiente, y le desabotono la chaqueta y la camisa. Él se sorprende, pero no opone resistencia. Puedo sentirlo temblar.

Deslizo mis manos por su pecho, y desato el improvisado vendaje que le apliqué en el hombro con el listón rojo.

—¿Qué haces? —pregunta, nervioso.

No puedo evitar soltar una risa traviesa. Dejo mi mochila en el suelo, saco un bolígrafo y escribo algo en el listón. Luego, lo ato en uno de los balaustres del puente.

Vein se asoma curioso, pero lo arrastro conmigo antes de que pueda leerlo.

No quiero que lea lo que escribí:

LOS AMORES PARA SIEMPRE SÍ EXISTEN

AYSE + EKREM

De alguna forma, es un cierre. Un adiós a nuestra historia pasada. Para empezar de nuevo.

Calle arriba, el peso en mis hombros se vuelve más real. Cada paso me acerca a casa… y a la incertidumbre. ¿Qué debería hacer ahora? Muero de ganas por ver a mamá, decirle que todo está bien. Espero ver también a Liz. Pero… ¿deberían verme llegar con Vein? ¿Mamá pensará que me fugué por un chico? Mierda, estará furiosa.

Respiro hondo. Debo ser menos dura con ella. Ahora sé que ella también cargó su propio dolor, que su vida estuvo marcada por un sentimiento de vacío que no podía recordar.

Al llegar a la esquina de la cafetería, veo las luces encendidas, el aroma de papas fritas flotando en el aire. Me detengo. Llegué a casa. ¿Y ahora?

—¿Ansiosa? —pregunta Vein, sonriendo.

—Sí. Me da miedo cómo reaccionará mi mamá. Quizá debería esperar a que cierre.

Me apoyo contra una farola, con la vista clavada en las vitrinas.

—Te acompañaré hasta que decidas entrar —dice él, apoyando una mano en la farola—. Luego me iré.

—¿No vendrás conmigo? —pregunto. Había dado por hecho que me acompañaría.

—Puedo hacerlo, si quieres. Aunque los demás no podrán verme.

—Sí que podrán —respondo, y saco el anillo de jade que le quitamos a Trece.

Se sorprende, parece haber olvidado que yo lo tenía. Se lo extiendo, y él lo toma.

—Si es lo que deseas, estaré contigo.

Sus palabras encienden mis mejillas. El anillo brilla un instante en su mano al ponérselo. Ahora podrá ser visto. Podremos caminar juntos frente a los demás.

Veo un espíritu revolotear junto a una farola, a lo lejos, y sonrío.

—Oye… —murmura Vein, casi temblando—. No sé qué vendrá después. Pero pase lo que pase, quiero estar a tu lado.

Mi corazón se acelera.

—¿No has pensado en aceptar la sugerencia de Quince y retirarte? ¿No quieres descansar en paz?

—Si no es a tu lado, no tendré paz —responde, con una convicción que me desarma.

Sonrío.

—Con los años, me pondré vieja y arrugada. Y tú seguirás igual de joven.

—No me enamoré de tu rostro… —se atropella en sus palabras, y empieza a agitar los brazos como aspas—. ¡Digo, eres hermosa! ¡Pero…!

Le pongo un dedo en los labios. Se congela.

Lo miro y, por un instante, el mundo desaparece. Solo existimos nosotros. Solo importamos nosotros.

—Antes de decir nada, quiero que sepas que hablo por mí, no por viejos recuerdos —le advierto—. Ayse y Ekrem forman parte de nuestro pasado. Pero yo... Alma… elijo a Vein.

Su respiración se agita. La mía también.

—Yo… —continúo—. No me importa que seas un Agente de la Muerte. No me imagino cómo será mi vida a partir de ahora. Pero quiero que estés en ella.

—¿Quieres decir que…?

—Que también me enamoré de ti, tonto.

Su abrazo me toma por sorpresa. Mis brazos se rinden y cuelgan a ambos lados, para luego encontrar su lugar en la espalda de Vein.

Cuando nuestros ojos se encuentran, ya no hay dudas. Solo nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.