Rose | Híbridos Rebeldes 2

10. Príncipe oscuro

Me remojé los labios para perfeccionar el labial rosa claro que me había aplicado, estaba delante del espejo del baño verificando si mi maquillaje necesitaba unos retoques.

Di un paso atrás para poder tener una mejor visión de mi atuendo, el vestido era hermoso, de un color gris plateado con escote en V, bastante pronunciado. Eso me ponía muy nerviosa. Se ajustaba perfectamente a mi cintura y caía de manera lánguida hasta el suelo, tenía detalles de transparencia y un corte en la pierna derecha.

Llevé mis manos a mis hombros, sobre las tiras del vestido, asegurándome de su fuerza. Era algo tonto pero quería cerciorarme de que fuese segura, di media vuelta, mi cabello suelto y perfectamente peinado ocultaba parte de mi espalda desnuda.

Le sonreí a mi reflejo, me di ánimos internos y me dispuse a abandonar el cuarto de baño.

Aedus se encontraba de espaldas a mí, estaba en el balcón observando el horizonte. Me aproximé hacia ahí y, justo cuando cruzaba el marco que daba hacia ese lado, él se dio la vuelta. Quedamos frente a frente, y pese a estar usando tacones súper altos debía alzar la barbilla para verlo bien.

—Eres bellísima, ¿ya te lo había dicho verdad?

Solo fui capaz de asentir con la cabeza, esbozando una pequeñísima sonrisa mientras aceptaba la caricia de sus nudillos a mi mejilla con mucho agrado.

—El vestido combina con tus preciosos ojos—alagó.

Tener su rostro tan cerca del mío y diciéndome cosas tan bonitas mientras me miraba de una forma fascinante provocaba en mí un montón de sensaciones difíciles de explicar.

Rodeé su cuello con los brazos y dirigí mis manos en su sedoso y liso cabello, lo acaricié por detrás y sonreí ampliamente a la vez que ladeaba la cabeza, viéndolo con entusiasmo. Él ubicó sus manos a los lados de mi cintura, quedó apoyado sobre el barandal, por un breve instante desvié la vista de la suya para contemplar el anochecer.

—Gracias—dije en voz baja, apreciando ese momento.

—No tienes que dármelas—sus ojos relucieron con sinceridad—. Debemos irnos ahora.

—Sí, espera, no tengo ningún regalo para Selene—mencioné un poco preocupada, acordándome de ese dato.

—Tú eres el regalo.

—¿Tendré que ponerme un moño en la frente o algo así?—quise bromear, torciendo un gesto divertido.

—No hará falta, recibir regalos sin envoltura es igual de satisfactorio que con ella—dijo de manera elocuente.

—Es verdad. Vamos entonces—acepté. Me acercó más a su cuerpo, cerré los ojos, deslizó una mano a mi espalda, produciendo que su tacto me fuese como recibir descargas eléctricas placenteras y sumamente deliciosas en esa área de mi anatomía.

Cuando volví a abrir los ojos ya no nos encontrábamos fuera, recibiendo la brisa fresca desde el balcón, sino que estábamos en un lugar totalmente oscuro, pero gracias a mi estupenda visión vampírica fui capaz de reconocer el lugar: una habitación.

Aedus se alejó de mí, un instante después las luces se encendieron, revelando la espaciosa habitación. Era verdaderamente amplia, la cama ubicada en el centro parecía pequeña por culpa de ello a pesar de verse todo lo contrario. No había mucho que ver, lo único que me pareció interesante fueron unos estantes de libros a un extremo, al lado de un escritorio.

—Ahora te tocará a ti esperar por mí—me comunicó Aedus con una mirada y expresión que me pareció de lo más atractiva.

—Ponte más guapo de lo que estás, príncipe.

—¿Príncipe?

—Sí, eres tan bonito como uno—me limité a responder.

Él no dijo nada, su semblante se enserió. Se dirigió hacia la única puerta de esa habitación, la abrió y entonces volvió la vista hacia mí, yo aún no me había movido de mi lugar.

—Solo no me creas tu príncipe azul, belleza. Podré ser uno, pero el de las tinieblas.

No me dio oportunidad para responderle, se adentró en ese cuarto y yo me quedé ahí, parada y con la cabeza llena de confusiones.

Lo que me dijo me produjo escalofríos. Su expresión y el tono tan serio y grave de su voz mandaron estremecimientos a todo mi cuerpo, causando que algo extraño se instalara en mi pecho. Uno que no me gustó para nada.

Decidí olvidar ese episodio, pero me fui difícil ignorar la mala sensación que apareció en mi pecho.

Unos minutos más tarde Aedus volvió a aparecer por la misma puerta vistiendo un precioso traje gris oscuro que parecía combinar con mi vestimenta. Su cabello estaba correctamente peinado hacia un lado, estaba húmedo.

Se acercó hacia mí, que lo esperaba cerca de una enorme ventana que daba hacia la parte trasera del castillo.

La fragancia de su loción me invadió los sentidos, no disimulé mi cara de disfrute al olerlo, al percibir su aroma.

—Estás... Dioses, todo lo que podría decirte quedaría corto—expresé al no encontrar una palabra adecuada con que definir su... todo.

La manera elegante de moverse me parecía impresionante.

—Tenemos que bajar a la fiesta ahora—dijo, detecté en su expresión como mis palabras le habían causado cierta gracia.

—Okey—me hizo un gesto para que avanzara hacia la puerta.

Ya en el pasillo y delante de esa enorme puerta, recordé.

Hace más de un mes yo descubría esa puerta gracias a mis estúpidos celos hacia la alimentadora de Aedus. Doblamos hacia el mismo pasillo en la que me la enfrenté, Dios, ahora me avergonzaba de eso. ¿Qué demonios me pasó?

Llegamos a la enorme escalera de caracol, lo ascendimos despacio, echándonos miraditas de vez en cuando acompañados de sonrisas dulces, este último solo de mi parte.

El salón en el que se estaba llevando a cabo el evento estaba en la primera planta.

Bajamos el último tramo de las escaleras, esas que se unían en la segunda planta. Fuimos hacia el ala derecha y tras cruzar un pequeño salón vislumbré una enorme puerta abierta con decenas de persona dentro, el volumen de la música no era tan alto. Todo se veía bien elegante y sofisticado.




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