Rose | Híbridos Rebeldes 2

20. Carga

Rose

«Todo es culpa mía».

La única culpable era yo.

Sin darme cuenta había cometido una terrible equivocación. 

Hareth jamás me mintió, la única mentirosa fui yo. Él omitió información, pero yo directamente le mentí diciéndole que era el único cuando no era así. 

Él no me dijo nada sobre Neira porque aún no lo creía oportuno, y yo… tampoco. Yo decía que aún no era el momento de revelarle que existía alguien más por la simple razón de no querer cambiar las cosas, pero ya todo había cambiado. Lo hizo desde el primer instante en el que decidí ocultarle cosas.

Todo cambió y yo no me di cuenta de ello hasta que lo tuve delante de mis ojos.

La culpa punzaba dolorosamente en mi pecho mientras analizaba mi situación.

Yo actué mal, no debí abrirle la puerta a otro antes de aclarar mi situación. Pero es que la excusa: “el engaño de Hareth” fue la justificación perfecta para cometer un error que quería probar desde siempre.

Yo quise saborear lo prohibido.

Y lo hice, caí por el pecado más dulce.

Y lo peor de todo es que mi arrepentimiento no estaba siendo para nada honesta. Sabía que debía temerle a la cercanía de Aedus, a los sentimientos que despertaba en mí, debía temerle hasta a la mención de su nombre porque incluso aquello provocaba espasmos en mi cuerpo. Por eso mismo, no debí acercarme tanto. No debí permitirle acceso a mi corazón.

Yo debí haber hecho lo correcto y no seguir lo que dictaba mi estúpido corazón.

Podrán tacharme de maldita, de estar jugando con los dos, incluso podrán llamarme perra (yo ya me lo decía), pero todo ello sin saber lo que supone estar en mi lugar, de tener estos sentimientos por dos hombres de los más excepcionales. Las sensaciones que me provocaban estaban logrando que perdiera la cabeza. Poco a poco perdía más la cordura, haciéndome tomar decisiones equivocadas, como, por ejemplo, haber besado a Aedus.

No debí haberlo besado.                                      

—Tres segundos, y hablo en serio cuando te digo que si te atrapo; te beso.

El corazón me latía desbocado por la emoción que insinuaban sus palabras, yo no debí permitirle es beso, pero quise. Como dije en un principio, yo lo deseaba.

—Me gusta tenerte cerca —había repetido sus palabras—, muy cerca—aclaré como lo había hecho él y no permití que nos separáramos. Alcé una mano en su pecho y tomé un puñado de su camiseta, en ningún momento aparté la vista de sus ojos, le di una señal bajando la mirada en sus labios antes de ponerme de puntillas y estampar mis labios a los suyos.

Ese fue el momento que yo debí evitar. No debí permitir que sucediera jamás.

Había descubierto el secreto de Hannah y lo malinterpreté todo debido a un hechizo que pretendía hacer exactamente eso: que yo lo malinterpretara, y eso hice.

El hechizo funcionó a la perfección y yo caí, Harun y Aedus lo habían planeado todo, Harun para ofrecerme un lugar en su manada y Aedus para que nuestra verdad saliera a la luz.

Y ese momento, y más la manera, no debió ser así, pero así fue. Y por ese motivo cometí el error de refugiarme en los brazos que en un principio debí haber rechazado.

Sí, yo debí haber seguido firme con mi decisión de elegir a Hareth, de permanecer a su lado pese a todo, a esa extraña conexión con Aedus. Pero no pude. Me desmoroné, las emociones pudieron conmigo y yo solita me condené a esos choques de sentimientos que me exigían la cercanía de los dos.

La curiosidad mató al gato.

Ahora entendía muy bien esa referencia.

Recordé la primera vez que lo vi, él entrando al salón del trono acompañado de Marisa.

La intriga que provocó en mí con su aire enigmático y esa hermosa melodía me habían hecho querer descifrar ese misterio que escondían sus maravillosos ojos rojos. Su mirada me atrapó y yo no pude librarme de ellos hasta ahora, quizás nunca lo haría.

Pese a mi negatividad en un inicio, yo sentía mucha curiosidad por él, solo que las reprimí, y así debió quedarse. Debí haber forzado a esa sensación para desaparecer por completo, tuve que haber dominado esas ganas de querer verlo o estar cerca de él con todas mis fuerzas, solo de esa forma pude, quizás, haber evitado todo lo que estaba sucediendo.

Pero no.

Aedus irrumpió a mi vida cuando yo creía que nada ni nadie, podría arruinar o cambiar mi perspectiva con respecto a mi novio. Y entonces él lo hizo, con su sola presencia me hizo experimentar emociones y sensaciones completamente nuevas y espectaculares. Para que negarlo.

Rechacé la oferta de Sheldon de renunciar a Hareth sin siquiera decir nada, en ese momento estaba decidida, no me importaba nada más que él y las cosas nuevas que estaba experimentando junto a él. No había ni quería nada más que permanecer a su lado. Pero de pronto me hallé queriendo y necesitando algo más, a alguien más.

Y eso estaba mal, muy mal.

Así que reprimir esas cosas que sentía por Aedus no funcionó, esas sensaciones iban más allá de mi fuerza de voluntad; me dominaba y de alguna manera, me controlaba.

Creía no poder controlarlo, detener esa demanda tan exigente que me pedía a gritos su cercanía. Pero si quería, podía. Lástima que no quería. Solo que debía.

Demonios, yo debía.

Por eso mismo ahora me encontraba en una búsqueda, tenía a la sabana de la cama arrugada por estarla apretando con tanta fuerza, en un gesto de retención. Lágrimas silenciosas escurrían por mis mejillas con lentitud, casi no parpadeaba por estar tan sumergida en mis pensamientos, me encontraba absorta pensando en muchas posibilidades, buscando una posible mentira de su parte.

Aedus debía tener algo malo, no iba a volver a ver a alguien nunca más como un ser perfecto, todos teníamos secretos, todos mentíamos.

«El mundo está lleno de mentirosos y pecadores».




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