Hareth
Cuando ya creía que todo estaría bien, la tempestad me atropelló nuevamente. Y esta vez el golpe fue tan fuerte y potente que me tenía de un hilo.
Estaba ahogándome, un nudo inquietante presionaba mi garganta. Y no iba a conseguir respirar hasta que Mia volviese a mirarme.
A verme como suyo. Porque lo nuestro era real.
—Por favor, háblame.
Estábamos más distantes que nunca, cuando hacía el intento por conseguir hasta el más mínimo contacto, ella huía. Se escapaba de mis brazos y me resultaba muy difícil entender cómo podría lograrlo, ella estaba más determinada que nunca en castigarme.
Y lo estaba consiguiendo. Y yo todos los días me reprochaba el no haber sido sincero con ella desde un principio. Todo habría sido distinto si lo hubiera hecho.
Entre nosotros todo comenzó con deseo, pasión y mentiras.
Nunca debí permitir que este último nos atacara.
Rouse no me respondió. Transcurrieron días y yo cada vez que la veía insistía rogando conseguir una reacción de su parte. Me estaba matando, nos encontrábamos cerca, la tenía conmigo pero tan distante. El frío de un bloque de hielo me empujaba hacia atrás cuando intentaba romper esa barrera entre los dos.
—¿Cuánto tiempo más durará esto, Rouse? —increpé con dureza, ya estaba perdiendo la paciencia. Ejercí presión en mi mandíbula y respiré, viajé la vista dentro de la habitación para impedirme decir algo incorrecto. Verla incluso me hacía mal, ver esa expresión en su rostro me destruía lenta y tortuosamente.
Regresé la vista sobre ella, tenía la mirada baja. Ni si quiera se dignaba a mirarme.
Relajé mis rasgos y dejé salir un suspiro por la boca.
—No sé qué intentas, pero de mi parte no conseguirás ninguna reacción. Solo recuerda que te amo.
Abandoné el cuarto con rapidez luego de comprobar una vez más que ella no pensaba romper el hielo.
No se estaba derritiendo ante mi fuego, ni un poco.
La puerta de mi despacho formó un estruendo tras mi espalda.
Destapé la botella y me la empiné tomando un gran sorbo, hice que el segundo trago durara en mi boca mientras me reprochaba una vez más esta ridiculez. El líquido quemó mi garganta, pero nada podría desgarrarme más como su indiferencia.
Mia…
Mi mano tembló, las lágrimas ardían en mis ojos. El coraje y la insoportable impotencia me comían por dentro. Una dolorosa sensación me rompía y destrozaba el cuerpo. No podía concebir tantas promesas arruinadas.
No podía concebir que ella no es mía.
Arrojé la botella contra la pared más cercana, los vidrios rotos alcanzaron mis pies al igual que el líquido que derramó. Emití un grito frustrado con las manos apoyada en la cabeza, mis dedos se enredaron en mis hebras y tiraron con fuerza.
Cuando sentí que caería, busqué inmediatamente con qué apoyarme. Mis manos consiguieron sostener mi peso al aferrarse al borde del escritorio, me apoyé sobre él, encorvado. Mi pecho no dejaba de subir y bajar en un ritmo errático a causa de mi pesada respiración.
Estaba tan molesto, tan jodidamente rabioso con la persona que me arruinó la vida.
Neira Relish.
Me odiaba por no poder dejar de pensarla.
Compartíamos un departamento en la ciudad de Filadelfia, uno bastante cerca de la universidad a la que asistíamos.
Nos visualicé en el dormitorio, ella se encontraba en ropa interior admirándose en el espejo del cuerpo completo que decoraba la habitación. La contemplé peinándose su larga cabellera azabache con los dedos, ella descubrió mi mirada lascivo a través del reflejo en el espejo. Sonrió ligeramente y después amontonó los mechones de su pelo formando una desordenada coleta alta.
No lo resistí más y me acerqué.
—Dime, ¿te gustaría que me cortara el pelo? Me dieron ganas de tenerlo hasta los hombros. Así te facilitaría el acceso. Mira… —simuló tener el pelo como deseaba y después ladeó la cabeza viéndome con una expresión irresistible—… podrías sostenerme así.
Ejerció presión en su cabello sin quitar sus ojos oscuros sobre mí, nuestro reflejo tan cerca del otro estaba ardiendo.
—¿Sí? —emití suave—. Observa, si tuvieras el pelo corto no podría hacer esto —empuñé sus hebras en la mano y tiré consiguiendo tener el control de la movilidad de su cabeza. Hice que girara el rostro en mi dirección, su mirada chocó contra la mía y sonrió—. Eres preciosa —besé su boca y compartí su gesto feliz—. Es tu decisión si quieres cambiar tu corte, de cualquier manera tendrías mi aprobación, Relish.
—Te amo mucho —susurró con ese increíble brillo de amor en su mirada. Deslizó sus manos sobre mi espalda desnuda, pegándose contra mi pecho. Su rostro descansó sobre mi hombro y de esa forma le echó un vistazo a nuestro reflejo.
Le correspondí el gesto, paseando mis dedos en una caricia lenta y larga en el bajo de su espalda, mis manos casi alcanzaron otra zona cuando ella giró desprevenidamente. Quedé detrás, viéndola pasear sus manos sobre su vientre. Alcé las cejas, inquisitivo en su dirección.
—¿Te lo imaginas? Un hijo nuestro.
—Hasta el momento, no quiero compartirte con nadie más, Neira.
Ella no pudo evitar reírse.
—Bueno, pero quiero tener a un mini Josh, ¿me oíste? Toda una familia contigo, lo conseguiré —susurró deseosa lo último.
—Claro que sí. Espera unos cinco años —sonreí.
—Perfecto. Quiero que se llame Hunter.
—¿Y la niña?
—Sofía.
—Hunter y Sofía —declaré a lo que ella asintió.
—¡Basta porque me los imagino y alucino! —chilló emocionada, alejándose y precipitándose al closet—. ¡Ven que en cualquier momento llegan nuestros amigos! ¿Pediste la comida?
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Editado: 29.01.2022