Rose
Abandonamos el despacho, dirigiéndonos en nuestra habitación, tanto él como yo necesitábamos descansar para recobrar fuerzas. El alivio de haber estado juntos fue como recibir el oxígeno que tanto nos costó conseguir.
Hareth salió renovado del baño, yo me quedé necesitando un momento a solas.
Quedé contemplándome en el espejo, viéndome vulnerable. Mis manos aferradas al borde del lavabo iban ejerciendo cada vez más presión, inútilmente lo hacía porque no quedaba satisfecha, no conseguía encontrar mi fuerza. Yo obtuve lo que quería.
Un nudo de rabia estaba atorado en mi garganta, la sensación de impotencia no quería abandonarme, estaba inundada de una profunda y tormentosa molestia que me sacudía internamente.
Mis ojos aguados transmitían lo pésima que me sentía. Un dolor abrumador parecía quemar mi pecho, punzaba y punzaba como si se estuviese quebrando lentamente.
Mi corazón dolía, se rompía...
¿Por qué lo hice?
Las lágrimas se convirtieron en sangre, una línea de estas comenzaron a bajar por mis mejillas hasta quedar manchando el blanco del lavabo, goteando sobre esta sin intención de detenerse pronto. Se escapaban porque, pese a yo luchar contra ellas, a intentar detenerlas, no paraban. Me pasé las manos por el rostro para limpiarlas, causando un desastre, esparciéndolas más, viéndome totalmente acabada.
Mierda, me lo merecía.
Abrí la llave y me lavé la cara hasta que no hubo más lágrimas, casi ahogándome con el agua que no dejaba de echarme en la cara. Mis manos temblaban como mi pecho, que me advertía de una llama agónica a punto de arrasar con todo, con el nudo de rabia y culpa queriendo emerger en un grito de mi garganta.
Y me las reprimí, no encontré consuelo alguno pero de alguna manera conseguí mantenerlas dentro.
"¿Así que a veces vienes y no me saludas?"
"Soy egoísta porque tampoco quiero dejarte"
Alcancé una toalla para secarme la cara, me cubrí el rostro con esta durante un tiempo innecesario. Tragué la bilis que permanecía atorada en mi garganta sintiéndome con menos peso. Dejé la toalla en su lugar y volví la vista al espejo, detallando mi reflejo: ojos hinchados, con una visible herida abierta reflejándose en ellos, y mi nariz roja acusaban de haber estado llorando.
Tomé un segundo más para bajar la tensión y recuperar el ritmo normal de mi respiración. Adopté una postura adecuada, adquiriendo un semblante diferente.
No podía estar mal. Hareth me necesitaba, yo lo había elegido a él y permanecería a su lado hasta siempre.
Esa fue mi decisión y por primera vez estaba segura de respetarla hasta el final.
En algún momento iba a tocarme hacer esto, ese momento llegó y yo hice conocer mi elección. Y estaba siendo tan difícil.
"Quiero creer que tengo una oportunidad contigo"
«De verdad lo siento, príncipe».
"Di mi nombre..."
No debí caer, maldita sea.
No debió parecerme tan correcto cruzar esa línea prohibida.
Lancé un suspiro más, y en ese momento noté una mancha en la bata del baño que tenía puesta. Mierda, se me arruinó. Me la quité, cambiándola por una toalla, aseguré esta alrededor de mi cuerpo y procedí a abandonar el baño no queriendo más lamentos.
Pasó, y ya está.
Encontré a Hareth muy centrado en la pantalla de su iPad, estaba de pie apoyado contra el espaldar del sofá.
—Hay buenas noticias —pronunció, alzando la vista a verme.
—¿Qué? —dije desde mi lugar.
—Se encontró una manera de acabar con las sombras que andan sueltas, y es gracias a ti.
—¿A mí? —exclamé, contrayendo el rostro por la sorpresa.
—Eden mencionó que la hija de Eleonor Collins había adquirido el poder de una luz, otorgado por un Dios desconocido, tan fuerte y capaz de desvanecer para siempre a esas sombras.
—Estos días estuve trabajando en ella para poder controlarla, buscando forma de encenderla y apagarla cada vez que quisiera. Y lo conseguí, mis emociones ayudan bastante, y el más mínimo enojo era el incentivo que avivaba ese poder en mi interior. Y también el dolor y el... amor.
El afecto de ambos, Hareth y Aedus, había despertado en mí un mar de sensaciones ocasionado que este poder fuese aún mayor, que se manifestase con más libertad. Ese día, la primera vez que conocí a Neira, ambos intentaron protegerme, deteniéndome al mismo tiempo, tocándome, produciendo que su tacto fuese el principal motivo para que ese algo ardiera encantada en mi interior.
Y después de que el hechizo que me mantenía reprimida fuese deshecha, ese poder se relajó porque este mismo poder lo había estado comprimiendo también. Así que ahora yo tenía el control.
"Ahora tú tienes el control" esas fueron las palabras exactas de Eden al informarme de ello.
Y por eso mismo le transmití bastante de ese poder a un objeto que creó, ese objeto debería guardar esa luz, soportarla hasta su uso.
Y aparentemente estaba funcionando, estaba destruyendo a las sombras que iban por ahí consumiendo la energía de los demás para un bien ruin y maléfico. Con suerte también acababa con la criatura principal.
—Lo lograste —celebró él, dejando el iPad en el sofá para acercarse hasta mí—. ¿Ves? Tomarse el tiempo para uno mismo ayuda bastante, por eso no quise llamarte.
—Mentir y después alejarme fue mi mayor error, lo lamento.
—Ya deja de disculparte, todo ha sido culpa mía. Si yo hubiese hablado primero tú también habrías compartido esa información conmigo, ¿tengo razón?
—Es lo más seguro. Pero de todas formas...
—Nada —selló mis labios tras ubicar su dedo índice sobre estos—, ahora ya todo está bien.
Esbocé una mínima sonrisa y asentí. Situé mis manos sobre la piel de sus costillas y las deslicé, rodeándolo con mis brazos queriendo y necesitando un abrazo. Cerré los ojos con fuerza y dejé ahogarme con su aroma, aspiré su riquísimo olor, ese que me tenía presa y adicta a él.
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Editado: 29.01.2022