Rose | Híbridos Rebeldes 2

54. Revelaciones

Penúltimo capítulo.

REVELACIONES

Hareth

Seguí respirando con la sensación del alivio extendiéndose en mi pecho. Sin embargo, no me permití estar quieto, realmente estaba con la piel erizada y el corazón palpitando con fuerza ante la impresión de lo sucedido.

Hannah estaba herida, tenía los ojos puestos sobre ella pero giré la cabeza en dirección a los que se estaban retirando. El color fuego de su cabello desapareció de mi vista cuando dobló fuera de la propiedad.

Volví la atención a la chica en mis brazos y nos puse de pie, notando como más personas se retiraban del lugar. Justo cuando tuve la intención de dirigirme hacia el coche, una voz conocida se manifestó conmocionada.

—¡¿Qué le pasó a mi niña?! Por los dioses… —Hannah había cerrado los ojos, pero consiguió mover los párpados para observar a mi madre. Mis padres y hermano menor habían aparecido repentinamente desde el interior de la casa.

—Fue afectada por la magia negra —respondí—. Tengo que llevarla al hospital, el doctor Parrish solucionará esto —dije convencido, apretándola más contra mí—. ¿Dónde estaban ustedes? —no pude evitar preguntar.

—¡Encerrados en ese maldito sótano! —exclamó un indignado Harry—. Fue ella, Neira nos obligó a meternos ahí…

—Lo importante ahora es Hannah —mi padre interrumpió—, vámonos.

Obedecimos y lo seguimos hasta el vehículo que eligió. Subí en la parte trasera, Harry me ayudó a acomodar a nuestra… a Michelle sobre mi pecho. Mi padre aceleró la camioneta, respiré una vez más solo viéndola a ella. Salimos de la propiedad, atravesamos a una rápida velocidad las calles que dirigían al hospital. En todo el trayecto no solté su mano mientras me permitía indagar durante un momento en los recuerdos prohibidos porque con ella todo siempre había sido tan diferente.

Harry me hizo resumirles lo sucedido, les conté como pude porque me encontraba medio ido analizando lo que insinuó la Diosa Luna.

Al llegar delante del edificio, la atención fue inmediata. Perseguí la camilla hasta que se perdió delante de una puerta restringida, me quedé caminando de un lado a otro, desordenándome el cabello queriendo desesperadamente que ya todo esté bien. Mi madre me abrazó sin sospechar al lío de emociones a los que me estaba enfrentando.

Hannah ya no corría peligro pero debían quitarle los rastros de ese maldito veneno que aún no se eliminaba de ella. Tardaron dos horas en conseguirlo, fui el primero en apresurarme al lugar donde la transfirieron para recibir visita, debía pasar la noche aquí solo por seguridad.

La vi agotada, me quedé contemplándola desde el marco de la puerta. De repente abrió sus ojos y me sonrió, incluso se apresuró a levantar la cabeza, acomodó la espalda contra el respaldo de la cama mientras reducía el espacio que nos separaba.

—¿Cómo te sientes? —dije al tomar su mano, ya no había ningún rastro maligno sobre su cálida piel.

—Estoy bien, pero me siento cansada, me recomendaron dormir después de verlos a todos. —Su vista paró en dirección en la puerta, allí estaba toda la familia—. El doctor dijo que querían verme.

—¿Cómo no después de ver cómo te dejaron? —mi madre se apresuró a nuestro encuentro. Hazal hizo lo mismo, ambas adoraban a la pequeña de la familia.

—Cuando despiertes ya estarás cómo nueva, como si nada hubiera pasado —afirmó Hazal, desde el otro lado de la cama—. Ahora tienes que descansar…

Me desconecté del presente, pero aun así detectaba el contacto de nuestras manos. Su tacto me llevó a esos momentos cálidos que significaban tanto. Con ella nunca me pude esconder, desde el principio pudo tocar el afecto más grande que alguien le podía ofrecer. Apenas ahora reconocía lo que podía representar ese instantáneo aprecio.

—Te dejaremos descansar —la mano de mi madre sobre mi hombro me hizo despertar.

—Iré en un momento —avisé, nadie dijo nada al respecto. Abandonaron la habitación y yo me reacomodé en mi sitio. Alcé su mano, la mantuve entre las mías acariciándole el dorso.

Siempre fui tan ciego. Me convencí de que todo había terminado entre los dos, pero nada nunca se apagó.

—¿Tú estás bien?

Asentí. Tragué duro y pestañeé varias veces para alejar ese ardor que subía por mi garganta. Me remojé los labios y suspiré.

—Estaré bien después de romper el lazo con Mia. Decidí aceptar la renuncia porque no nos corresponde estar juntos. Sus sentimientos la hicieron elegir al indicado y ahora a mí los míos me hace ver a la indicada.

—¿Qué?

Guie el dorso de su mano hasta la altura de mis labios, le di un beso justo ahí manteniendo el contacto durante varios segundos, con los ojos cerrados. Al abrirlos, ella me observaba sin entender nada.

—Ahora quiero que descanses, ya hablaremos más tarde. Pero antes… —pausé, acercándome más— ¿Me das un abrazo?

Me sonrió, también se acercó.

—Cada vez que lo quieras y necesites. —La atraje a mi pecho, la presioné ligeramente contra mí y ella correspondió el afecto—. Siempre estaré para ti.

Siempre —susurré con la mano apoyada por detrás de su cabeza, bajando en una caricia suave sobre sus hebras rubias.

(…)

—Hazal —la llamé al verla esperando junto a nuestros padres, fuera del edificio. Ella me miró inmediatamente—. ¿Podrías recibirlos por hoy en tu casa?

—No hay problema, pero ¿qué pasa con la mansión?

—Exacto —secundó mamá—. ¿Y por qué no te incluyes en la lista?

—Tengo asuntos pendientes que tratar a solas en la mansión, luego pretendo volver aquí. Nos vemos en la mañana, ¿sí? —Me alejé sin dar más explicaciones.

—¡Lewis! —exclamó mi padre, presintiendo mis intenciones. No me detuve, y esperaba que nadie me siguiera. Cambié de forma y aceleré mis pasos, crucé la calle alcanzando el inicio del bosque que me guiaría directo a mi destino, me adentré en él y en menos de lo esperado ya me asomaba hacia afuera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.