Era la fiesta de fin de año en el hotel L'amour D'Vienot, y Andrew no podía recordar por qué demonios había aceptado asistir dicho evento. Sin dudas se trataba de algo relacionado a sus padres y la amistad con el señor D'Vienot, ya que, por su puesto, sus padres aun muertos no dejaban de atormentarlo.
Fue una serie de pequeños eventos lo que lo llevaron hasta ese momento.
Para comenzar, Andrew había entrado en el momento equivocado en la oficina de su hermano, cuando justamente estaba organizando la última entrega del año al hotel. Ellos habían discutido. Andrew no podía seguir encerrado en su burbuja por siempre mientras Anthony daba la cara por la empresa.
Andrew siempre prefirió el trabajo interno, encargarse de los empleados y el papeleo. También disfrutaba mucho de esa autoridad, aunque ese era otro tema. Su hermano gemelo en cambio solía ser el que consolidaba las negociaciones importantes y el que había tomado el lugar de sus padres respecto a ciertas relaciones comerciales como lo era la vieja relación entre los Rosegold y los D'Vienot.
El vino Rosegold era la bebida estelar del hotel. De hecho, en el recinto había una bodega de vinos que llevaba el nombre de su familia y funcionaba como atracción para los huéspedes. Era importante que ellos dieran la cara por todo lo que sus padres habían construido.
La familia Rosegold había sido invitada desde hace décadas al hotel. La fiesta que organizaban anualmente era el evento del que todos en la ciudad hablaban, pero ellos no habían asistido en años. No desde la muerte de sus padres. No hasta el año pasado.
Pero había una diferencia entre el año pasado y este, y es que este año no había nadie que evitara que Andrew tomara el camino fácil para olvidarse de todos. Anthony no había podido asistir, o mejor dicho no quiso hacerlo.
Luego estaba su hermana, que había pescado un gran resfriado por la época. Como siempre, ella tenía suerte.
Solo eran Andrew, un montón de invitados y el camarero que lo atendía. O eso hubiera querido él.
—Señor Andrew. —Lo llamó una voz masculina, él estaba por pedir otro trago.
Bermont D'Vienot, por su puesto. El dueño del hotel.
El hombre tenía varias canas decorando la mayor parte de su cabello y su barba perfectamente recortada. El hombre tenía un rostro amable, pero con ojos naturalmente severos. Andrew se obligó a ponerse de pie para enfrentarlo.
El suelo pareció moverse bajo sus pies, pero el rubio mantuvo la compostura.
—Señor D'Vienot, maravillosa fiesta. —Comentó Andrew.
El hombre levantó su copa, en señal de que estaba de acuerdo. Sus ojos recorrieron sutilmente a Andrew y más específicamente la bebida que él tenía en su mano.
—Veo que lo ha estado pasando bien, aunque no he visto a sus hermanos esta noche.
—Sí. Anthony está... Con su pareja y Elizabeth tuvo que quedarse en casa por un grave resfriado, pero le puedo asegurar que ambos hubieran deseado estar aquí.
—Eso veo... He escuchado que la pequeña Elizabeth ya se graduó y con un excelente promedio. Aún recuerdo cuando era una niña y sus padres la traían de la mano.
Andrew asintió, y el camarero tras la barra le entregó otro vaso. Nada de vino esa vez, solo un fuerte vaso de whiskey.
—También te recuerdo a ti, Andrew. —Continuó. —No creas que no pienso en ustedes solo porque mis viejos amigos han pasado a mejor vida. Aún si tu hermano nos visita un poco más seguido, no hay rencores. Siempre has sido diferente a él, algo más reservado.
A Andrew se le contrajo el pecho, pero lo dejó hablar. Sabía que el hombre no lo decía con malas intenciones.
—Me gusta más el trabajo de oficina. —Se limitó a decir.
—Eso veo. —Los ojos de D'Vienot seguían siendo amables, pero Andrew no quería seguir ahí.
Hacía horas que había recurrido a la bebida para que el tiempo corriera en una frecuencia distinta. Aunque no recordaba cuánto tiempo había pasado, su cabeza dando vueltas era un indicativo de que definitivamente ya no debería estar ahí.
—¿Cómo tiene pensado retornar a su casa? —preguntó el hombre.
Andrew lo miró.
—¿Me está echando de la fiesta? —Andrew había tratado de sonar divertido, pero sabía que su tono había salido algo brusco, más de lo que esperaba.
—No, por supuesto que no. —D'Vienot recorrió el salón de baile con la mirada hasta que aparentemente dio con alguien a quien le hizo una señal con la mano. —De hecho, me gustaría que pasara la noche en el hotel, como cortesía. Tal vez por la mañana se sienta un poco mejor.
—Estoy bien... Conduciré a casa. —dijo Andrew, pero sus palabras parecían tropezar un poco entre ellas.
—Insisto. — Dijo con una nota de firmeza. —Valerian puede acompañarte.
A su lado, como esperando a ser llamado apareció el hombre más atractivo al que Andrew había visto en su vida. No era la primera vez que lo veía, sin embargo, era la primera vez que lo tenía tan cerca. Aquellos ojos verdes eran sin duda tan penetrantes como Elizabeth se los había descrito.
Valerian D'Vienot.
Andrew miró al hombre de cabello grisáceo y volvió a insistir.
—En serio, no es necesario. —Trató una vez más.
—Sí lo es, pero espero ansiosamente verlo por aquí pronto. Tal vez mañana podamos conversar un poco.
Andrew no dijo nada cuando el hombre se despidió con un asentimiento de cabeza. Luego fue turno del joven castaño de hablar.
—Puedo llamar un taxi si realmente prefieres irte. —Dijo Valerian, con amabilidad neutral. —Pero comprenderás la preocupación de Bermont.
Andrew sin embargo no quería escucharlo.
—Gracias, pero puedo solo.
Y con eso se retiró.
O al menos trató de hacerlo, pero el alcohol en sangre le dificultó calcular sus pasos correctamente. El movimiento rápido solo hizo que Andrew pisara mal y tropezara.
Estuvo por caer al suelo cuando una mano firme lo tomó del brazo.