Rosi (viaje de fin de curso I)

Dichosas gallinas

— Gracias, Rodrigo, no se cómo agradecértelo, estabas ya en camino y te has vuelto— Carmen no para de parlotear aunque tienen prisa por irse.

— Se lo importante que es este viaje para ellos, Antonio hubiera hecho lo mismo.

Para que capte la indirecta de que se tienen que ir, Rosi arrastra la maleta un poco.

— Nos vamos, que estamos un poco justo de tiempo.

Por fin.

Aún así tarda diez minutos más, Carmen no suelta a su hija, no para de darle consejos, de recordarle lo que tiene que llevarse y soltar unas lagrimitas.

Llegan al coche a paso ligero arrastrando las pesadas maletas, éste es un monovolumen de color plateado.
Un chico está esperando dentro con el móvil y unos cascos escuchando música.

— ¡Cris ayúdame con las maletas!— Rodrigo parece apurado.

Cris sale del coche sin muchas ganas, mira a Rosi con indiferencia y ayuda a su padre a subir las maletas.

— Sube al coche Rosi— le abre la puerta Rodrigo.

El coche huele a nuevo y es amplio y muy cómodo.

—Cris, ponte atrás con ella y así os vais conociendo— ordena a su hijo que ya iba montarse en el asiento delantero.

Obedece con mala cara y se sienta al lado de ella.

— Hola, soy Rosi— se presenta.

— Si, lo sé.

Se coloca los cascos y se pone a escuchar música ignorándola.
El padre lo mira por el retrovisor y arruga la cara disgustado.

Va a ser un viaje muy largo.

 

 

Hay una cola enorme en la autopista. Un camión ha chocado contra un turismo y están retirando la carga de la carretera, cientos de gallinas han escapado al romperse las cajas en dónde iban y dificultan la conducción. No abrirán la carretera hasta que consigan recuperar a todas.
Es imposible que lleguen a tiempo. Los animales corretean por el asfalto, algunos conductores aburridos de esperar se entretienen intentando cogerlas.

Rosi mira por la ventana con las lágrimas saltadas, se ha llevado dos años ahorrando para el viaje, además es su última oportunidad para conquistar a Álex o dejarlo marchar para siempre.

— Maldita suerte la mía— murmura entredientes

Cris le echa una mirada, de si no fuera por tí, yo hubiera llegado sin problemas.

— Llegaremos a tiempo, sólo queda media hora para llegar al puerto— Rodrigo intenta suavizar el tenso ambiente— Seguro que pronto empezaremos a circular.

Ha pasado la media hora y no avanzan ni un centímetro, las dichosas gallinas no se dejan fácilmente atrapar y sólo les queda una hora para llegar.

Rosi está a punto de llorar, el rarito de Cris no le quita la vista de encima culpándola de lo sucedido, el teléfono móvil no deja de sonar, Estrella, sus amigos, su madre, los profesores, todos le preguntan cuándo van a llegar al barco. Agobiada sale del coche a tomar el aire, a unos metros Rodrigo habla con un conductor, los dos miran a unos coches que están saliendo por una carretera rural sin apenas asfaltar.

— Chicos, Héctor— señala al que estaba hablando con él— dice que conoce una carretera secundaria que lleva al puerto, tardaremos un poco más que por la autopista, pero llegaremos a tiempo. ¿Que opináis?

— ¡ Sí, si !— Rosi da un salto de alegría en el sillón.

— ¿Y tú, Cris? ¿Lo intentamos?

Se limita a encogerse de hombros y sigue con el móvil.

Su padre me mira y baja la cabeza, se ve preocupado por la actitud de su hijo, últimamente ha cambiado mucho.

 

Rodrigo golpea el GPS frustrado, ha dejado de funcionar hace un rato, la pantalla se ha puesto negra y una voz molesta no para de repetir:

— Actualizar, actualizar, actualizar...— así una y otra vez.

En una intersección, ha perdido de vista el coche de Héctor un momento y ya no ha podido localizarlo, el GPS que ya no debía de estar funcionando bien antes de estropearse del todo, les ha enviado a enmedio de ninguna parte. Ya ha oscurecido y no hay mi un alma que pueda ayudarles, el tiempo se les acaba.

Rodrigo desconecta por fin el aparato y un incómodo silencio se hace en el coche, él y Rosi están abatidos, Cris sigue con el móvil ajeno a todo, parece que no le importa nada.

— Dime la dirección o el nombre de una calle cercana— ella se gira para mirarlo sorprendida de que hable.

Después de teclear unos minutos en el móvil, la voz mecánica del GPS nos indica la dirección.

—A 300 metros en dirección recta gire hacia la izquierda, doble en la segunda salida de la rotonda dirección...

— ¿Cuánto tiempo pone que nos queda para llegar— pregunta emocionado Rodrigo a su hijo.

— Duración aproximada 21 minutos.

— ¡Biennn!— dicen a la vez Rosi y Rodrigo— Vamos a llegar a tiempo.

Ella se vuelve hacia Cris y está a punto de abrazarlo de alegría pero la cara avinagrada de él la detiene.

Avanzan con las indicaciones del GPS, al poco tiempo a lo lejos se ven las luces del puerto y a dos enormes cruceros con las luces encendidas, algunos pasajeros suben por la escalera de embarque y otros pasean por el barco.

Rodrigo está frenando.

— No, no puede pasar esto.

— ¿Que pasa?— Pregunta Rosi con miedo, ha estado mirando a los barcos intentando localizar a sus amigos y no ha estado muy pendiente de la carretera.

—La carretera está cortada.

Ella mira por el espejo delantero, un enorme cartel amarillo está en medio de la carretera, en él está escrito en grandes letras:

                           CARRETERA
                   CORTADA POR OBRAS
 


Detrás de él un gigantesco socavón parte el asfalto en dos. 
Un operario con chaleco amarillo reflectante y una señal de Stop en la mano se acerca a ellos.

— Señor, no puede continuar— le dice a Rodrigo.

— ¿Pero qué es lo que ha pasado?

— Las intensas lluvias de la semana pasada ha producido un corrimiento de tierra— le informa amablemente.




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