Todo era oscuridad, fría y pacífica oscuridad. El silencio era tan relajante como la falta de sensaciones.
De pronto un resplandor, una explosión de rojo en medio de toda aquella oscuridad. Bastante lejano y pequeño pero cuando se apagaba volvió a explotar, creciendo y acercándose más y más hasta que lo abarcaba todo.
“¡No!” quería gritar “¡No perturben mi paz!” pero pronto el color me rodeo hasta abarcar todo a mí alrededor. Y cuando estuve completamente rodeada, cuando no había otra cosa que rojo intenso, la siguiente explosión fue directamente en mi estómago, mientras el color se incrustaba en mi interior. Esta vez el rojo implosionaba dolorosamente y se introducía en mi cuerpo, golpeaba mi estómago, mi pecho y mi cara.
Cerré los ojos, el dolor le daba forma definida a mi cuerpo y me di cuenta de que estaba inmovilizada, recargada en algo plano y cálido. Pronto las oleadas de dolor rojo dejaban a su paso muestras de heridas en distintas partes de mi cuerpo. Recordé que esas heridas las causaron las balas de los cazadores.
Abrí los ojos justo en el momento en que recibía un duro golpe en el abdomen, reconocí el dolor rojo aunque esta vez no pude ver el color. Todo en la habitación era blanco y plateado, lo que resaltaba más las salpicaduras de sangre que me rodeaban. Pude ver al cazador más robusto dando un paso atrás mientras se acomodaba un bóxer, seguramente de plata, en la mano derecha. Su mano y parte de su brazo estaba también cubierto de sangre.
-Por fin despiertas maldita, pensé que tendría que golpearte toda la noche- Antes de que pudiera responder volvió a golpearme en el pecho.
El impacto del golpe aunado a la quemazón de la plata creaba un dolor casi insoportable, además de que seguía sangrando por las heridas de bala. Supuse que estaba atada con alguna aleación con plata, la plancha inclinada se calentaba en contacto con mi piel pero no quemaba atrozmente como la cuerda que aún rodeaba mi cuello. Gruesas bandas del mismo metal rodeaban mis hombros, mi pecho, cadera y piernas, otras más pequeñas detenían mis tobillos y muñecas.
-Escucha muy bien asquerosa vampira, nos dirás exactamente dónde descansa Velkian en el día así como el resto de ustedes,- otro golpe –cuando lo hagas, tal vez te conceda la muerte.-
Intenté hablar pero la sangre acudió a mi garganta y me ahogó, tuve que toserla e intentar aclararme.
-Mihail… sólo hablaré con Mihail…- logré balbucir, con lo que me gané otros dos golpes en el rostro.
-¿Crees que estas en posición para exigir algo? ¡Me dirás lo que quiero saber ahora!-
Levanté la cabeza para mirarlo, había rabia en sus ojos, pero también pude percibir un brillo extasiado, el cazador disfrutaba de la tortura.
-Únicamente le diré lo que sé a Mihail…- volví a insistir.
Pronto perdí la cuenta de los golpes recibidos, no tardó en aparecer el hambre voraz en mi interior a causa de la sangre perdida y se mezclaba con el dolor hasta hacer imposible el definirlos.
-Aprenderás a no meterte con la familia Rossblack- me gritó en varias ocasiones, entendí que su orgullo se había visto herido al no poder proteger a su primo menor.
No sé cuánto tiempo había pasado cuando el cazador pareció cansarse y se detuvo. Salió un momento del cuarto y regresó a los pocos minutos con una bolsa de transfusión.
-Se supone que debo ofrecerte esta sangre como intercambio por tu información, pero dado que te has mostrado tan poco participativa…- Abrió la punta de la bolsa con los dientes y la acercó.
Mi interior se comprimió dolorosamente cuando el olor me llegó, cuando la bolsa quedó a menos de un metro de mí el cazador volteó la bolsa dejando que su contenido se derramara en el suelo. Involuntariamente mi cuerpo forcejeó para poder alcanzar aquella deliciosa sangre que aliviaría en parte mi sufrimiento, pero las ataduras eran bastante buenas y no pude moverme mientras toda la bolsa era desperdiciada. La lúgubre risa del cazador acompañó al horrible espectáculo todo el tiempo.
Al final me arrojó la bolsa vacía y abandonó la sala definitivamente. Aproveché el instante de paz para intentar pensar a pesar del dolor que corroía mi cuerpo, el olor de la sangre inundaba la habitación con su torturante esencia. Solo esperaba que Mihail viniera antes de que me mataran, pues debía asegurarme de que Lía estuviera bien, en cuanto estuviera segura de que ella estaba a salvo buscaría hacer que los cazadores me mataran y me otorgaran el tan anhelado descanso.
A los pocos minutos entró de nuevo el cazador, Sergei, aunque esta vez seguido por su hermano. Les miré atentamente mientras se acercaban a la mesa que estaba recargada en la pared de mi derecha. Luego llegaron frente a mí cada uno con un cuchillo corto en la mano.
-Muy bien sanguijuela, nos dirás dónde duermen tu maestro y tus hermanos.- dijo Nikolas mientras clavaba la punta de su cuchillo en mi hombro, ya herido por una bala.
Gruñí y me revolví el poco espacio que me permitían las ataduras.
-Mihail… se lo diré… a él…- le dije, él seguía escarbando en la herida.