DANAE
Ese día, llegué a mi casa con una tristeza sofocandome, agradezco al cielo que solo mi hermano Ares me vio llegar con mi cara larga y bañada en lágrimas.
Ares no me cuestionó, no hizo ni siquiera un comentario para subirme el animo o hacerme sentir peor, él solo se deleito a abrazarme y con ello me hice un mar de lágrimas.
Habían pasados ya dos días, Jordán de igual manera no había presionado y mi mamá igual. Aunque se había preocupado por mi falta de parloteo en la mesa o mis berrinches que hacía al ver las películas con Litzy.
Y en estos momentos estaba en la tarea de acompañarla a ver una de esas películas de Barbie, mientras mamá y Ares preparaban la cena.
—La cena está lista —indica mamá, se acerca a nosotras y apaga la televisión para hacer que la pequeña se mueva al comedor.
Con sus ojos indica que yo también lo haga. Si yo estoy hecha polvo por el rompimiento de nuestra amistad de años, no quiero imaginarme a Yeray, la a de estar pasando peor. Solo pensar en eso se me hizo un nudo en la garganta que tuve que tragar al igual que mis lágrimas.
Con algo de pesadez me dirigí a la cocina y tomé mi asiento.
—¿Qué tienes? —Se aventuró a investigar quién me dió la vida, tomando mis manos y escaneando mi rostro —. ¿Estás enferma?
—Estoy bien —«al menos físicamente» pienso con un desgane. Suelto las manos de mamá y me siento intentar comer algo.
Me miro con preocupación pero no dijo nada y se sentó antes de ponerme el plato, me observo cada minuto al igual que Ares.
Al terminar de comer, veo que las gotas caían con lentitud que al chocar con el vidrio, hacían un sonido muy relajante. Tomó el plato ya casi vacío, me pongo de pie y lo arrojó dónde están los trastes sucios para ponerme en la puerta que daba al jardín de atrás, era una puerta corrediza. Por lo que la abrí para sentir la brisa, de brazos cruzados y cerrando los ojos para tener una mejor sensación.
—¿Qué le pasa a tu hermana? —Escucho susurrar a mi mamá, cuestionando a mi pobre hermano.
—No sé, pero está extraña —contesta, con el mismo tono de voz.
La escucho suspirar.
—Danáe —me llama con suavidad, abro mis ojos y los dirijo a ella —. Cierra esa puerta, hace frío.
Yo asiento. Sin procesar las palabras que dijo. Volviendo a cerrar mis ojos.
Recordando lo de esa tarde, cuando me prometí olvidarlo. Pretender como si no paso nada de eso, sin embargo le estoy dando una tarea difícil a Yeray. En algunos días, quizás, este bien. Pero él, él va a durar mucho para volver a retomar tan siquiera el diálogo conmigo o tan siquiera verme a los ojos.
Me irrita, estúpido. ¿Cómo pudo enamorarse de mi? ¿Y por qué yo no pude de él? Yeray es todo lo que iba chica puede soñar, pero yo no.
Tal vez, estaba con la vista pérdida. sintiendo culpa, en algo que no puedo forzar, por más que quiera.
Yo no soy como él, no puedo fingir tan bien y tampoco quiero vivir una mentir. Ni para el ni para mí.
¿Y entonces por qué me siento mal? Hice lo correcto. Hice lo que creí estar bien para mí. Para los dos, pero mi egoísmo pedía que el siguiera fingiendo para no perder su amistad.
Pero hice lo correcto.
Todo va a cambiar de ahora en adelante, ya no nos veremos cómo los mejores amigos que fuimos alguna vez. Y aún así lo voy a guardar en mi corazón.
Sonreí.
Porque el no me dejó ser egoísta. Y él no se permitió fingir más por mí.
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No supe cuánto tiempo estuve ahí, pero la lluvia no me alcanzaba. Al abrir mis ojos me sobresalte al escuchar una voz:
—¡Cierra esa puerta! —volteó a ver a mi hermana con enfado. Él solo alza frunce el ceño —. Estás sonriendo.
—Sí —contesto honesta —. Yeray siempre hizo lo correcto, ¿No es así?
—Pero de que estás hablando —dice confundido, acercándose a mi y cerrar la puerta.
—Solo yo me entiendo.
Ares se encoge de hombros. Dándole la menos importancia a mis palabras.
Apunta a la sala, yo le sigo con el dedo. Abro mis ojos por la sorpresa y mi sonrisa vuelve a nacer. Mi corazón da un buelco para volver a latir como si hubiera corriendo un maratón.
—Jordán —lo nombró, dirigiendome a él.
Jordán también está con una media sonrisa y sus ojos miel me miraban con un brillo. Un brillo que me recordó a mi mejor amigo, pero no me permiti vacilar mi sonrisa al verlo.
Estaba medio empapado, su playera roja tenía alguna que otra gota salpicada con sus paltalones negros y tenis de igual color. Que parecían haber pisado un charco de agua.
—Mira lo que trajo el agua —trate de bromear. Él soltó una risita quedaba cosquilleos en mi estómago.
—¿Estás bien? —frunzo mi ceño a su cuestión, asiento —. No conesteahas mis mensajes desde ayer —justifica su pregunta —, creí que te iba a encontrar con un bote de helado o algo así.
—No veas mucha televisión —se mofa mi hermano, pasando por el medio de los dos.
—Veo Netflix —conesta Jordan. Ares hace una sonrisa ladeada.
—Pero es en la televisión.
Se burla, lo veo sin poder creer. ¡Dijo que le caía bien!
—¡Ares! —le llamo en reproche.
Él voltea los ojos. Lo veo ponerse un impermeable y tomar una sombrilla de las que estaban a un lado de la puerta.
—¿Vas a salir? ¿Hoy David no viene?
Me sonríe con burla. No entendí eso.
—Solo daré un paseo, quizás, visite a alguien.
Y con ello se despide, saliendo de casa.
Invitó a Jordán a sentarse. Él acepta gustoso.
—¿Que tal las cosas con Yeray? —quizo saber.
Tal vez no fue la mejor manera de empezar una charla animada. Así qué me doy a la tarea a contarle lo sucedido y también el cómo yo pretendía ser egoísta.
Él me estaba escuchando atento, dando una que otra intervención para animarme a hablar.
Por lo que veo, es genial poderse desahogar con alguien.