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Emily Syer
—¿Quién está aquí?— pregunté. Alexander se encontraba sentado en la cama con sus manos sobre su rostro. Casi temblando. —me estás asustando— dije tratando de apartar sus manos.
Él continuaba sin decir una palabra, solo respirando agitadamente y comenzando a ponerse caliente, y no en buen sentido, yo realmente estaba asustándome.
— Ey...— susurré tomando sus manos y gentilmente quitarlas de su rostro para remplazarlas con las mías, mirando sus ojos azul que ahora se encontraban inundados de lágrimas.
— Ella está con un hombre— dijo, para mí sin ninguna coherencia, negando con la cabeza.
—¿Quién, Alex?— susurré. Suspiró muy fuerte y cuadró sus hombros para luego mirarme a la cara con lágrimas en los ojos.
—Mi madre— me dijo.
Mi respiración se cortó por un momento, Alexander volvió a tapar su rostro. En mi mente comenzaron a suceder muchas cosas simultáneamente. Hice que nos levantáramos.
—¿Pero....?
—Está muerta— susurró. —Está muerta.
Yo asentí. Si, tenía que estarlo.
—Puede ser alguien muy parecida a ella, Alex. No te hagas esto. Puedes estar confundido.
Pero él comenzó a negar con la cabeza, de repente muy seguro de sí mismo.
—La vi. La vi, Emily.
Y me molesté. ¿Cómo que la había visto? ¿Cómo podía ser eso cierto? ¿Como alguien podía estar vivo así como así, después de todo lo que Alexander me había contado?
No no no.
Sequé las lágrimas que pensé que no vería nunca y lo llevé al cuarto de baño para que lavara su rostro. Si ella había aparentado estar muerta para luego irse, haría que Alex le demostrara que no iba a darle el gusto de hacerlo sufrir, y mucho menos demostrarle que su ausencia había destruido mucho de su niñez y de su vida.
—¿Te vio?—pregunté. Negó con la cabeza.
—Está bien— dije mientras salíamos del baño. —¿Quieres explicaciones? porque si es así, Alexander, salimos ya de ésta habitación y la buscamos— Negó con la cabeza.
—No quiero saber por qué me abandonó. Y tampoco quiero que me diga por qué no me llevó con ella— dijo entrando en el gran vestidor de la habitación.
—¿Y si te ve?— Le pregunté. Lo seguí.
—Que se joda— me respondió. —Salgamos de aquí— Me lanzó un par de Jeans y unas poleras sencillas. Busqué los zapatos y comenzamos a vestirnos para salir a tomar aire. Lo necesitaba, él más que nadie.
Lo seguí cuando salió de la habitación y tomamos juntos el ascensor. En ningún momento pude divisar a la susodicha porque él ya había pedido que su auto nos estuviera esperando. Nos montamos en un Ferrari distinto, y condujo hasta llevarnos al Central Park.
En estos momentos no había un mejor lugar para estar, él necesitaba pensar y relajarse, y yo iba a dejarlo tranquilo, le iba a dar su lugar.
— Soy tu amiga, Alex. Sabes que aquí estoy. — Le susurré antes de bajar, cuando lo vi suspirar por lo bajo. Bajó detrás de mí. Me tomó de la mano y continuamos caminando hasta llegar a un lugar que estaba solo.
Era un prado escondido, acogedor y fresco, sin llegar al frío, más de lo que podíamos esperar, que tenía una roca donde nos apoyamos al sentarnos. Colocó su cabeza en mi regazo y con su antebrazo tapó su rostro. No iba a contarme nada, por lo visto. Y lo entendía.
Imaginaba, sabía, que para él estaba resultando demasiado difícil el contener el dolor y la rabia que pudiera estar sintiendo, y aunque a mí no me importaba acompañarlo y apoyarlo, sabía que aún así él iba a contenerse.
Mi mano se metió entre su cabello y comenzó a acariciarlo de a poco, reconfortándolo en silencio, estando ahí para él. Estaba muy tenso, casi como una roca, y me inquietaba el no poder hacer nada.
—Ella se lo perdió, ¿sabes?— dije. —No voy a decir que tal vez tuvo razones porque de verdad no las hay, pero piensa que las cosas al fin de cuentas pasan por algo, y tu ahora eres todo un hombre que contó con el mismo amor que le pudo haber faltado, y ella no hizo falta— le dije.
—Si hizo— dijo.
—Bueno, tienes razón, si hizo falta— dije— pero, Alex, cuando la veas lo vas a poder saber y tal vez..
—No hay un tal vez. No quiero escuchar nada más por ahora. —me dijo. Entendí su reacción pero igualmente no le iba a dar el gusto de callarme.
—Allá tú — le respondí antes de seguir con mi tarea de acariciarle el cabello.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero en un momento noté como nuestros estómagos rugían por comida, por lo que propuse caminar un poco más en la estancia hasta que consiguiéramos un lugar donde ingerir un poco de alimento.
Veía como las parejas caminaban y recorrían el lugar contentos, haciendo ejercicio o hablando y compartiendo momentos, y por un segundo me invadió la tristeza de darme cuenta de que mi matrimonio no era real, y tampoco tan verdadero como los que veíamos. Y digo no tan verdaderos por el simple hecho de que no había un amor recíproco entre Alex y yo, o por lo menos un cariño igual como el que yo sentía.
Solo esperaba que después de algún tiempo se hiciera mucho más fácil.
—Ahí—le señalé un puesto de Hot Dogs.
—Yo no voy a comer unos jodidos Perros Calientes— me dijo parando en seco.
—¿Qué? ¿Tu paladar de primera clase no puede comerlo?— me burlé de él. —eres un sifrino (palabra venezolana para referirse a alguien muy fino, muy refinado y que actúa -o es- de la clase alta).— dije soltando su mano para dirigirme al puesto. Pedí los míos y sonreí cuando él pidió los de él.