Emily
Mi corazón se paralizó. Pude sentir cómo cada músculo que habitaba en mi cuerpo se tensaba. Alex se encontraba atónito. Dejó caer los papeles. De un segundo a otro la mesa de cristal de un costado de la habitación se encontraba en el piso, rota.
Me sobresalté.
—¡Maldita sea!— gritó saliendo del cuarto poniéndose una camiseta negra por encima de su cabeza.
—oh, Dios— susurré yendo detrás de él.
Lo seguí hacia mi oficia, donde rebuscó entre gavetas hasta dar con una carpeta manila. La tomó con fuerza y salió nuevamente. Lo observé ir y tomar las llaves del auto y salir. Afortunadamente alcancé a tomar mis zapatos antes de que el ascensor se cerrara y entrase en él. La mandíbula de Alex estaba tensada completamente y sus ojos estaban humeando tanto que comencé a temer por sus movimientos bruscos.
Esto era demasiado.
Era muy confuso y abrumador, porque estaba en cólera, pero jamás lo había notado tan frío.
Sentí pavor. Imaginaba todo lo que podía estar pasando en la mente de Alex; y nada me gustaba. Estaba harta, estaba muy cansada de las cosas que pasaban. Estaba hasta arriba de todo lo que recaía sobre Alexander. ¿Qué otra cosa iba a pasar ahora? ¿Qué otro golpe se iba a llevar?
Estaba al borde de comenzar a temblar. Él por la rabia y yo por el miedo. No sabía qué era lo que Alexander estaba por hacer.
Y todo sucedía muy rápido, cosa tras cosa. En un segundo estábamos dentro del ascensor, en el siguiente nos dirigíamos a paso rápido al auto, y ahora nos encontrábamos yendo a velocidad elevada hacia no-se-qué lugar.
—Ponte el cinturón— escuché que Alex me decía en un tono muy bajo, casi asemejando un susurro. Su voz se encontraba encerrada, ronca. Los nudillos en sus dedos se encontraban literalmente blancos debido a la presión.
Quería hacer algo.
Suspiré. Yo no sabría mi reacción si estuviese en su lugar. No podía creer lo que estaba sucediendo.
La mano de Alex se puso en la palanca para hacer unos cambios y aproveché el momento para darle aliento, acariciándolo con mi mano por unos segundos. Casi siseaba tal cual una madre haría con un bebé, pero fui a dejar un beso fugaz en su mejilla. Sentía que eso se sentiría más como apoyo.
Cuando me dispuse a retirar mi mano Alex me sorprendió capturándola en el aire, y como una característica de él, de nosotros, entrelazó nuestros dedos y apoyó esa unión sobre mi pierna izquierda, a la altura del muslo.
Me dedicó una mirada rápida de la misma forma, pero como mucha cosa de él también, no dijo nada.
Pero no importaba, porque con Alex eso significaba todo.
Todo esto iba a acabar pronto. Yo lo creía así. Lo iba a creer por el bien de los dos. De nosotros y nuestra pequeña familia.
No sé cuánto tiempo manejó, y tampoco sabía hacia dónde íbamos. Supongo que íbamos a casa del papá de Alex, pero yo jamás había ido, por eso no sabía nada.
Llegamos hacia una casa de estilo rústico algo retirada. La noche iba cayendo, por lo mismo el cielo comenzaba a oscurecerse y las luces de la casa se encontraban prendidas.
Alex salió de auto, haciéndome señas para que me quedara dentro. Por supuesto que no le hice caso.
Abrí la puerta y salí, encontrándome con un viento frío que hizo que los vellos de mi cuerpo se erizaran. Alex al ver que me había bajado detuvo su marcha, esperó que llegara hacia donde estaba él y luego reanudó sus pasos, esta vez junto a mí.
Abrió con facilidad la puerta de la entrada con ayuda de un juego de llaves que jamás había visto. Sentí su mano en la mía empujándome hacia adentro, justo detrás de él.
No había nadie en el recibidor.
Traté de no parecer nerviosa, pero de verdad desde aquí se podía notar la molestia de Alex. Caminó con paso fuerte hacia dentro de la casa. No sé cuántos pasillos caminamos, o cuántas puertas empujó. Apareció una señora, al parecer de servicio, que con voz temblorosa le dijo que su padre se encontraba ocupado en el despacho.
—Joven Alexander... —su rostro se iluminó un poco. Era tímida y respetuosa. Pero sabía qué él había pasado unos años aquí antes de mudarse con la familia de su madre. Él asintió en su dirección y después, sin inmutarse, caminó dando zancadas grandes hacia el despacho. Y yo detrás de él casi corriendo. Le lancé una mirada de disculpas a la pobre señora que nada tenía que ver en esto.
Alex le dió un golpe a la puerta y la abrió de par en par, estruendosamente. Miré los rostros de los dos hombres en la habitación. Alex denotaba furia palpable, mientras que su padre solo mostraba incredulidad.
—Alexander—comenzó a hablar—¿Qué...
—¿Cómo te atreves?— le dijo con la mandíbula prensada completamente. Pudo no ser un grito, pero no por ello dejó de ser gélido.
—¿De qué hablas?— le exigió saber su padre, levantándose.
—¡Me estás robando! ¡Estás llenándote con mi maldito dinero mientras trabajo en tu sucia y destruida empresa!— comenzó a gritar—¡Me hiciste creer que estabas mal cuando tú y mi maldita hermana se roban mi maldito trabajo!— le gritó. La cara del padre de Alex palideció completamente. Observé cómo tragaba con fuerza y se reponía para responderle a su hijo.
—Sabes que no haría algo así, hijo. Te di mi empresa para que la manejaras, solo porque yo ya no pued...
—¿No puedes?—lo interrumpió— ¡Me la diste porque sabías que tú no la podrías poner nuevamente de pie!—se acercó a él y golpeó el escritorio que los separaba. —¿Qué ibas a hacer después? ¿Me la ibas a quitar cuando fuera lo suficiente fuerte como para mantener la puta vida que llevas? — le preguntó gélido.
La habitación se cargó de completo silencio. Se escuchaba la respiración agitada de Alex y estaba segura de que también se escuchaba mi corazón latiendo desbocado.
—No—le respondió. —No hice nada de eso con ningún fin — le respondió. —te lo di porque es lo que me queda, y no quiero que muera ahí.