Alexander Rough
No podía dejar de mirar a mi esposa. Hablaba con propiedad, con seguridad frente al gran número de personas que se encontraba en una de las salas de conferencias más grandes del estado. Caminada con pasos lentos pero seguros, moviendo sus manos fluidamente mientras explicaba las ideas que habíamos ensayado hasta altas horas de la noche anterior, que no hicieron mella en el aspecto de su rostro, porque mi esposa se veía hermosa.
Su cabello enmarca su rostro en esa ondas que a mí tanto me gustaban. Había cierta picardía en su mirada y portaba una sonrisa leve, que nuevamente demostraba que ella estaba logrando su objetivo, haciéndose notar imponente.
Como esposa, pareja e igual a mí.
Ya había tenido que ir al baño antes de entrar, y con el favor del universo, aún esperaba que esto terminase sin contratiempos para poder ir en un lapso de tiempo cercano.
Si. Yo era el que afrontaba las consecuencias de los frijoles que mi esposa tenía en el estómago.
Esto era algo emocional y sin explicación, pero no por eso dejaba de ser real. Porque en ningún jodido momento esto fue un juego.
Me levantaba a tempranas horas a depositar lo que tenía en el estómago en la taza de baño y comía todo el maldito día. No sabía cómo coño no había perdido el trabajo de ejercicios de rutina que había hecho anteriormente. Porque eso era otra cosa, no iba a pisar un gimnasio en bastantes días, o por lo menos lo que esto dure.
Según la doctora, con la que hablamos lo sucedido por una llamada telefónica, esto es completamente normal en determinados casos, y dado mi caso, podía durar mucho o poco. La cosa estaba en que yo me estaba preparando psicológicamente para tener bebés y en algunas y raras ocasiones, el cerebro actúa emocionalmente y hace que tenga síntomas que debería tener la mujer, afrontando el embarazo también.
Y eso es lo que estaba pasando a mí. Lo único que me faltaba era que apareciera una jodida pelota en mi estómago y parecer embarazado también. Yo parecía una jodida niña.
Pero yo quería que fuese ya.
Ahora.
No me malinterpreten. Amaba a esos benditos frijoles, pero quería mi estado de salud regular de vuelta.
Desesperadamente.
Cuando Emily dio las gracias fue mi turno de entrar en escena. La sala se sumió en un silencio donde únicamente hacían eco las pulsaciones de las cámaras que portaban los periodistas al disparar los flashes hacia nosotros. Me situé a un lado de Emily cuando fui a su encuentro, y luego de tomar su mano como pase, comencé a explicar y sondar en las medidas que íbamos a tomar para lanzar al mundo unos proyectos que distaban de relacionarse con cadenas hoteleras, destinos paradisíacos o cadenas de restaurantes. Esta vez íbamos a lanzarnos a la tecnología.
R. A. Corporation iba a ir de lleno con todo y la más avanzada tecnología.
Era un paso muy grande, pero como todo en R. A., también era seguro.
Cuando hube terminado con la charla, dimos paso a la rueda de prensa. Habían preguntas de nuestros proyectos anteriores y de estos a los que no aventurábamos. Y como todo periodista, no faltó alguien que buscara una primicia o algo que no se supiera sobre un tema delicado.
La estafa familiar a la que fui sometido.
Respondí con ética y verdad, después de todo no era un secreto para nadie que mi propia familia estuvo involucrada en ese lapso severo por el qué pasó mi sucursal principal. Pero tampoco era un secreto para nadie que había salido victorioso de todo, y que mi familia no había pagado a gran escala los delitos que cometieron.
Y es que eso era suficiente.
Ellos gozaban enteramente de las ganancias que yo obtenía, y como eso no era lo suficientemente bueno para ellos, quisieron más a punta robos y delitos.
Los había parado, si. Pero aunado a eso, además de ganarse el conocimiento internacional de lo que ellos habían sido capaces de hacer, desde ese momentos yo los había dejado de mantener. Mi padre y mi hermana tenían, desde ese día en adelante, que ver cómo iban a salir adelante sin mi ayuda económica, sin mis influencias.
La empresa de mi padre era un fracaso cuando la dejó en mis manos, y poco a poco moví las cartas necesarias para levantarlas, el error de su parte estuvo en cagarlo todo cuando comenzaba de nuevo a ser algo de renombre, lo que obviamente causó que se fuera abajo por segunda vez, y en esta ocasión sin nadie que estuviese dispuesto a levantarla para después ver cómo le arrebatan su esfuerzo.
Mi hermana siempre había costeado sus cosas a mis costillas, desde siempre. Primero desde las costillas de mi padre, y cuando este dejó de ser alguien, se aferró a mi. Y yo no tenía problema alguno, ella era la princesa de mis ojos, hasta que ella también cagó todo y destruyó la confianza que yo había depositado en ella.
Es su culpa, no la mía.
Ya no tenía nada que ver con ninguno de ellos. Y se lo hice saber a Kristen hace poco, cuando intentó volver a contactarse conmigo.
Sabía que le dolía haber quedado sin absolutamente nada de lujos y las cosas que yo le otorgaba, pero también sabía que yo no iba a doblegarme porque fuese mi hermana, porque a ella no le importó eso cuando decidió robarme y traicionarme.
—hermano..— abrió la puerta de mi oficina. Me percaté de que era ella unos segundos después, cuando la rabia comenzó a fluir de nuevo por mi cuerpo. ¿Qué cojones hacia ella aquí?
Se acercó de a poco, con lágrimas en los ojos.
—Creo que dejé muy claro la posición que iba a tener contigo de ahora en adelante, Kristen— le dije muy frío.
Ella se secó las lagrimas, para nada porque enseguida siguió llorando.
—yo.. lo lamento tanto, Alexander— me dijo, pero la interrumpí.
—nada de lo que digas me importa ahora, Kristen— le respondí. —Nada de lo que digas va a hacer que me retracte. Si tanto te urgen las cosas que te daba entonces ponte a hacer algo productivo con tu vida, pero no te quiero aquí. No quiero que te involucres en mi vida. Arruinaste todo— le respondí. Sus hombros cayeron muchísimo, y algo en su mirada cambio.