Rough

OUTTAKE 2

FELIZ DÍA DEL AMOR Y DE LA AMISTAD

—¡Papá!— escuché a Mía susurrar en mi oído

—¡Papá!— escuché a Mía susurrar en mi oído.

Fruncí el ceño y traté de volver a dormir.

—Papi— abrí un ojo y me tomé con mi hija de cinco años con su cara recién lavada y ojos cristalinos a punto de lanzarse encima de mí. Puso su dedo índice sobre su boca para hacerme entender que no debía hablar.

Restregué mi ojo derecho y me levanté en silencio, viendo por unos segundos que Emily siguiese cómoda durmiendo. Gracias a Dios que se había vestido para dormir. Son cosas que aprendes cuando tienes hijos.

Tomé la mano de mi hija aún sin decir una palabra y me dejé guiar por ella. Mis pies descalzos se estaban quejando por lo frío que se encontraba el piso, pero nuevamente sabía que como hablara mía me mataba.

Después de unos diez pasos me obstiné y la tomé en brazos, a lo que enseguida ella se pegó a mi torso desnudo y miró hacia el frente para indicarme que bajara las escaleras hasta la cocina.

Fui bajando sin prisa mientras dejaba uno que otro beso lento en su mejilla sonrojada por naturaleza. Casi me la quería comer. Ella soltó una pequeña risita y se echó para atrás.

—Mamá no se puede levantar, papi— susurró. Asentí como si le hiciera caso, pero cuando estuvo otra vez mirando al frente yo volví a hacer lo mismo.

Eran las seis de la mañana. Y era San Valentin. Por supuesto que mi hija no iba a dejar pasar la oportunidad para hacer que hiciéramos algo juntos para su mamá.

La bajé cuando llegamos al tope de la cocina y sonreí cuando vi a Milo con la misma cara de sueño que seguramente tenía yo. Ese era mi hijo.

Lo levanté para darle uno de esos besos con los que venía molestando a su hermana sólo porque podía y porque él también es mi bebé. Tenía las mismas mejillas sonrojadas que su hermana. Y que me jodan, era hermoso también.

Ciertamente no puedo dejar de pensar en todo lo que había cambiado desde que decidí ponerle atención a una chica con cara de ángel que me obsequiaba un café en un aeropuerto hace unos años.

Alexander Rough si seguía siendo la misma bestia a la que todos estaban acostumbrados. La actitud que tenía con mi familia jamás se igualaría a la que tengo con el resto de más personas.

Personas fuera de mi círculo social que soporto a medias. Como a Amanda y a Nikolas o a mi madre, por ejemplo. Ustedes saben que todo es una relación de amor y odio de nunca acabar.

Lo único que sacaba algo bueno de mí se divide en dos personas de cinco años y mi esposa.

Más jodidamente nadie.

Esa era razón de haber aceptado la noche anterior, bajo chantajes y pucheros adorables de mi hija, levantarme a esta hora para hacerle un desayuno a Em.

Mía había dicho algo como "Papi, por favor" y eso fue todo. Una mirada a su hermano que estaba rodeado por mi brazo a mi lado y lo perdimos todo.

Lo que Mía decía, se cumplía.

—Lo siento, bebé. Es por mamá — susurré en su oído tratando de ser un mejor papá y alentarlo a madrugar por una buena causa.
Él asintió y se apoyó entre mi hombro y mi cuello. Seguí cargándolo sin moverlo. Yo hubiese querido que alguien me sostuviese.

—¿Qué haremos, cariño? — le pregunté a Mía. Ella pensó un poco antes de sonreír y responder como si no la estuviese invadiendo un sueño atroz.

—Mi tía Amanda dejó aquí la mezcla para los hotcakes anoche, sin que mamá supiera — se tapó la boca con una mano para ocultar una sonrisa.

Asentí, escuchando atento sus instrucciones.

—Tu harás eso y Milo y yo le pondremos el chocolate derretido encima.

Asentí otra vez.

—¿Escuchaste, Milo? Tu pondrás el chocolate — le dije. No obtuve respuesta.

Mi hijo se había dormido.

Sonreí.

—Lo voy a poner por allá y lo levantáremos cuando toque poner el chocolate, ¿está bien?— le avisé a Mía.

No sabía cuándo me había vuelvo un marica jodidamente sensible.

Lo dejé en el mueble de la sala que todavía podía ver y observé divertido cómo su postura se volvía igual a la mía cuando dormía.

Maldita sea, yo había hecho un buen trabajo.

Volví con Mía y sin hablar ni hacer demasiado ruido nos pusimos a hacer lo que teníamos que hacer. Era viernes y las compañías estaban desde muy temprano trabajando.

Las floristerías también.

Sin tardarme demasiado textee a una de las floristerías más famosas de Miami para que hicieran un ramo muy grande de rosas blancas y orquídeas.

Grande, voluminoso y delicado fueron las palabras que utilicé. Ellos me conocían.

Claro, señor, fue su respuesta.

Poder, lo llamaban.

Poder que me quitó mi hija cuando me dijo que volviéramos al trabajo.

El ramo estaría aquí en una hora más.

Cortamos frutas, de esas fáciles que no tenían cáscara gruesa y complicada. Mis niveles culinarios no eran tan buenos últimamente.

Fresas, bananas y Kiwis.

—Jugo de naranja, Mía — susurré acordándome que Emily siempre ponía un jugo en mis desayunos.

Asintió y fui a servirlo.

Media hora más tarde teníamos frutas, una torre grande de panqueques calientes, cereal de colores y jugo de naranja. Faltaba sólo el chocolate.

Lo puse en una taza y lo metí unos segundos al microondas. Mientras eso pasó fui a buscar al dormilón del sofá para avisarle que tenía que cumplir con su parte del trato.

Su sueño se había reparado un poco, por lo que si estaba más activo. Revolvió el chocolate y lo metió más tiempo para que fuese más fácil.



#3205 en Novela romántica

En el texto hay: amor, empresario, rough

Editado: 28.07.2021

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