—Buenos Días—saludé al personal que iba saludándome a mi mientras me dirigía al ascensor privado para ir a mi piso.
Suspiré. Sobre mi escritorio habían un montón de papeles que tenía que atender y comenzaba a sospechar que iba a ser muy tedioso.
Amanda trajo para mí un cappuccino, asegurándose de que iba a rendir para terminar rápido. Ella me conocía muy bien. Le agradecí por eso con una sonrisa.
Al parecer los inversionistas griegos venían a finiquitar los asuntos mas importantes para comenzar con la construcción de un hotel Resort de 5 estrellas en Mykonos, Grecia.
Kiryacos había enviado un correo donde me notificaba de lo planeado. Estarían aquí el día siguiente, así que tendría que organizarme para reunirme con su equipo.
Y tendría que decirle a Alexander.
Dado que él era en el realidad el jefe, necesitaba estar presente también en las reuniones.
Llené papeles, firmé acuerdos y trabajé lo mas rápido que pude. Entre tiempos, Amanda actuó fenomenal intermediando por mí al traerme algún snack para comer. La máquina de café que habíamos puesto en la oficina era de las mejores ideas que Alex pudo haber tenido. La usábamos muchísimo.
Y a todo esto yo disfrutaba de cada minuto. Esto era para lo que yo tanto había estudiado y trabajado. Aún conservo un poco de aquella opinión de que tal vez se me dio más de lo que esperaba y que, curiosamente, yo dormía con Alex.
Él me calma diciéndome que trabajaba duro para avanzar cada día y que lo de nosotros era natural, simplemente se dio en el mismo momento. Yo siempre terminaba por hacer a un lado el asunto y seguir mi vida. Siempre he sido partidaria de que la vida está escrita y que entonces así tenían que suceder las cosas.
El teléfono vibró.
Tengo 15 minutos esperando por ti, Emily. Baja.
¿Por qué él es así? Reí.
Voy, Bestia.
Tomé mi cartera y le indiqué a Amanda que podía ir a comer, mientras caminaba al ascensor. Me respondió con un "Claro, Em" y nos despedimos con sonrisas. Esa chica salvaba mi vida todos los días.
—Un día de éstos deberías pasarte, así interactúan con su jefe—dije mientras me montaba en el Roll Royce.
—Un día de estos voy a subir a buscarte yo mismo. Pero ya te dije que hoy mismo iba a ir. Voy a pasarme a hacer un escaneo del trabajo en general.—dijo mirándome. —Te tardaste.
—No vi la hora. —le respondí mirándolo de vuelta. Sonreí al ver su expresión. Era tan él.
Sus ojos se fueron a mis labios, ladeé mi cabeza mientras él se acercaba y dejaba un beso sobre ellos. Profundo, lento y luego, voraz.
Mordió mi labio al separarse. —Te queda muy bien ese color en el vestido, creo que no te lo comenté antes—me elogió.
—Eres de pocas palabras. Gracias. —Sonreí.
Se adentró en las calles, yendo a un lugar discreto y acogedor que habíamos descubierto hace unos días cuando íbamos a almorzar. Ofrecían comidas latinas y que particularmente me encantaban, así que decidimos venir nuevamente.
Cuando entramos nos recibieron con una sonrisa y nos ubicaron en un ventanal lo suficientemente alejado para seguir con la discreción que nos daban todos al parecer.
—¿Lo hacen adrede o qué? —le pregunté a Alexander en especie de broma.
Nos sentamos uno frente a otro mientras dejaban el menú para elegir.
—Bueno, yo no he sido.—dijo tomando el suyo.—deben ser los trajes.
A pesar de la seriedad de sus palabras y su rostro no pude evitar reír, y reírme como era debido.
Curiosamente él podía llegar a tener razón. Él viene en un traje, como cosa rara, hecho a la medida y tenía un aura controladora. Y además, se veía como alguien de importantes negocios.
Y yo iba normal, pensé. Pero andaba con él así que no importaba. Me veía como una empresaria porque estaba con un empresario. ¿A quién íbamos a engañar? Si Alexander salía en todos lados, por más que lo evitase.
Me miró con diversión y procedimos a pedir.
Elegí una parrilla y papas grunge y él optó por lo mismo. Pidió vino y el chico se retiró a por los pedidos.
—Kiryacos viene con su equipo mañana—dije.
—¿A qué?—dijo seco.
—¿Cómo que "a qué", Alex? —dije. —vamos a comenzar un proyecto, y tú estás enterado de eso.
—De todo lo que pasa. —dijo seguro. —pero por eso sé que no tiene que hacer una mierda en esta ciudad, no todavía.
Reí. El chico trajo el vino.
—Supongo que quiere seguridad o las vistas de aquí, qué se yo. —dije insegura. Tomé de mi copa.
—Sobretodo las vistas. —dijo.
—...¿cómo?
—Ya me entiendo yo. No es tu asunto.
—Si es mi asunto.—dije. —capaz lo que quiere es conocerte o conocer más la empresa.
—Y un cuerno—bufó. —¿Cuándo es la mierda?
—¿Cual de todas las mierdas?—dije divertida.
—¿De qué estoy hablando contigo? Y no digas Mierda.—dijo.
—La Mierda a la que te refieres aún no tiene hora.—dije.
—Lo que sea, iré contigo —dijo. —Por favor, no digas tanto esa palabra. En mi boca ya es normal, pero no estoy acostumbrado a escucharte decirlo. Va a donar fuerte, pero parece... feo.
El chico trajo la comida y se retiró. Yo le repliqué a lo anterior.
—Nadie le dice fea a una fea, es ilógico. Y tú y yo tenemos los mismos derechos de decirla. Puede que no sea fino, es verdad. Pero yo no soy fina— y le sonreí. No me iba a avergonzar de nada.
—Tal vez eso es lo que te gusta de mí— dije al cabo de unos segundos. Y él sonrió.
¡Amanda!— exclamé asomándome por la puerta de mi oficina. —ya es tarde y no me había dado cuenta de que sequías aquí. Lo siento. Alexander tenía que venir pero lo pospusimos porque surgió otro asunto en la empresa principal, fui a auxiliarlo —Sonreí apenada.
—No te preocupes, Em. Está bien, el tiempo sirvió para adelantar. —sonrió. —Pero me retiraré porque hay un lugar donde quiero ir a comer y siempre se llena muy rápido. Te daré mi calificación de la comida— me aseguró y le sonreí. Ella me conocía.