Preludio  

Despertar en esta iglesia olvidada es siempre lo mismo: silencio, oscuridad, y el peso de siglos sobre mis hombros.

Abro los ojos y lo primero que siento es el hambre. No la reconocí al principio—cuando aún era humano, cuando aún tenía un nombre que importaba. Ahora sé que es lo único constante en esta existencia: una sed que nunca termina, un vacío que ninguna cantidad de sangre puede llenar.

Me incorporo lentamente. Las marcas en mis brazos arden—cicatrices que yo mismo me infligí anoche, tratando de calmar lo incalmable. No funcionó. Nunca funciona.

Las voces comienzan de inmediato. Miles de pensamientos ajenos invadiendo mi mente como un enjambre: "...no puedo pagar la renta..." "...si descubren lo que hice..." "...¿por qué me siento tan solo?"

Aprieto los dientes, obligándolas a retroceder. He aprendido a controlarlas, pero el esfuerzo me agota.

Me pongo de pie y camino hacia la única ventana de esta capilla en ruinas. La luz de la luna se filtra a través del vitral roto, proyectando sombras de colores sobre el piso de piedra. Hace tiempo que aprendí a apreciar la noche. Es lo único que me queda.

Pero hubo un tiempo—breve, efímero—en que conocí el sol.

En que tuve un nombre.

En que creí que el amor podría salvarme de lo que soy. Me equivoqué.

Ahora solo queda Roulan: el cazador nocturno, el monstruo que drena a los olvidados, el condenado que escucha los pensamientos de toda una ciudad y no puede escapar de ninguno.

Salgo de la iglesia hacia la noche que me espera. El hambre ruge. Debo cazar.

Pero antes que mis pies toquen el camino de tierra, una pregunta atraviesa mi mente—no como las voces ajenas, sino como un eco de mi propia memoria:

¿Cómo llegué hasta aquí?

¿Que hice? ¿Porqué' ¿A caso valió la pena?

Y entonces, inevitablemente, vuelvo al principio.

Al día en que conocí a Leirbag.

Al momento en que lperdí... y gané.