Roulan

Capítulo 1:  El encuentro inesperado (I)

Parte 1

La rutina gris

Luis despertó a las 8 a.m. como era su costumbre… debe estar en la oficina a las 8:30 pero siempre llegaba tarde, tenía razones de sobra por la cual llegaba tarde, la más importante quizá tenga que ver que ya le gustaba el empleo, mucho favoritismo, ya que era una empresa familiar y los cargos mayores se lo dieron a los dos hijos del dueño para que hicieran algo.

La oficina siempre olía a café recalentado, las paredes tenían empapelado, el edificio era viejo y no se había remodelado en mucho tiempo.

Luis estudio diseñador gráfico y por tanto diseñaba carteles, tarjetas y presentaciones y como había mencionado era familiar y por ello con miles de broncas entre hermanos y el padre por dinero y por poder; después de varios meses entendió como se manejaba el liderazgo ahí, el papá era ignorado a veces y los hijos llegaban cuando querían y dejaban clientes sin atender, ya que uno ocupaba el puesto de relaciones públicas y el otro de cobros; por lo que solo hacia su trabajo.

Luis miró la pantalla de su computadora—otro cartel para la ferretería de los hermanos Salazar, quienes llevaban tres días sin ponerse de acuerdo sobre si el logo debía ser azul o verde. —Luis, ¿ya terminaste lo del folleto? —La voz de Don Gerardo sonaba cansada, como siempre. —Casi, don Gerardo. Solo falta que me digan qué color... —Ponle el que tú creas. Ya me cansé de ser mediador entre esos dos. Luis asintió, sabiendo que cualquier color que eligiera sería el incorrecto.

Salir del trabajo a las 6:30 tomar un colectivo que me lleve al gimnasio, irse caminando hacia la casa a escasas cuadras del gym, durante la trayectoria compraba su comida y algo de despensa en un super.

Tenía pocos amigos y su roomate de nombre Nando Arrea, que conoció dos años atrás en una reunión de un amigo del gimnasio, durante la fiesta le comento que ocupaba donde vivir, ya que se quería salir de la casa de sus padres y le ofreció un cuarto de su departamento y solo cobraría una cantidad módica, es piloto aviador, viaja mucho; por lo que estaría la mayor parte del tiempo solo en el departamento.

Luis abrió la puerta del departamento y el olor a ajo y cebolla lo recibió como un abrazo. Era extraño—Nando casi nunca cocinaba. De hecho, Luis no recordaba la última vez que habían cenado juntos en casa.

—¿Nando? —llamó, dejando su mochila junto a la puerta.

—¡En la cocina! —respondió una voz alegre.

Luis caminó hacia allá y encontró a su compañero de departamento inclinado sobre la estufa, revolviendo algo en una olla con concentración exagerada. Nando Arrea era un tipo fornido, de sonrisa fácil y espaldas anchas que aún conservaban la postura militar de sus años de entrenamiento. Vestía una camiseta de los Jets y pantalones deportivos, y su cabello castaño claro estaba despeinado como siempre.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Luis, genuinamente sorprendido—. Pensé que estabas en Monterrey hasta el viernes.

—Cancelaron el vuelo de carga. Problema con el avión. —Nando se encogió de hombros sin dejar de revolver—. Así que tengo tres días libres y pensé: "¿Cuándo fue la última vez que comí algo que no fuera del aeropuerto o de una cadena gringa?"

Luis se acercó a la olla y miró dentro. —¿Estás haciendo... espagueti?

—Intento de espagueti a la boloñesa. —Nando le dio una probada con la cuchara de madera—. Mi abuela me dio la receta hace años. Nunca la había intentado. Prueba.

Luis sopló la salsa caliente y la probó. Estaba sorprendentemente bueno—tomate, carne, especias que no sabía identificar. Asintió aprobadoramente.

—No está mal.

—"No está mal" viniendo de ti es un cumplido. —Nando sonrió—. Ve a cambiarte. La pasta estará lista en diez minutos. Y abre una cerveza, ¿sí? Hay unas Coronas en el refri.

Quince minutos después estaban sentados en la pequeña mesa del comedor—realmente era más una mesa para dos apretada entre la cocina y la sala. Nando había servido los platos con un orgullo casi infantil, y Luis tenía que admitir que se veía bien.

—Entonces, ¿cómo va el trabajo? —preguntó Nando, enrollando espagueti en su tenedor con la técnica torpe de alguien que come más tacos que pasta.

Luis suspiró, tomando un trago de cerveza. —Igual. Los hermanos Salazar son un dolor de cabeza, siguen sin ponerse de acuerdo en nada. Don Gerardo sigue mediando. Yo sigo haciendo diseños que a nadie le gustan.

—Suena emocionante.

—Es una mierda. —Luis pinchó un pedazo de carne con más fuerza de la necesaria—. Pero hay paga... bueno, te confieso que algunas quincenas no pagan

Nando lo observó por un momento, masticando lentamente. —¿Ya enviaste currículums a otros lados?

—¿Para qué? Todos los trabajos de diseño aquí son iguales. O trabajas para una empresa familiar donde los dueños se pelean por todo, o trabajas para una agencia grande donde eres un número más.

—Podrías intentar freelance.

—No tengo contactos. Ni portafolio decente. Ni...

—Ni ganas de intentarlo —interrumpió Nando, pero sin tono de reproche. Era una observación, no un juicio.

Luis dejó el tenedor. —No es que no tenga ganas. Es que... no sé.

Siento que estoy atrapado. Que nada de lo que haga va a cambiar realmente las cosas.

Nando tomó un largo trago de su cerveza antes de responder. —¿Sabes qué es lo jodido de volar?

Luis levantó la vista. Nando casi nunca hablaba de su trabajo así, de manera profunda.

— A treinta mil pies de altura, todo se ve pequeño. Las ciudades, las carreteras, las personas... todo. Y te das cuenta de que los problemas que parecen enormes desde abajo son solo puntitos desde arriba. —Hizo una pausa—. Pero también te das cuenta de que esos puntitos son todo lo que tienes; si no haces algo con ellos, si no intentas moverte, aunque sea un poco, vas a quedarte en el mismo punto hasta que te mueras.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.