Rowena

Capítulo 5

Al final de la ceremonia, cuando la comitiva volvió a subir, Hermana Lysa se movió por primera vez. Fue una acción breve: levantó un velo con la sola punta de los dedos. Aquello bastó para que el murmullo amainara y una sensación de obediencia se extendiera como una marea. Rowena sintió entonces, con una claridad insoportable, la diferencia entre reverencia y sometimiento. Lysa no necesitó voz. Su gesto fue un decreto silencioso que la gente acató sin pensarlo.

Sera la empujó suave, queriendo que se levantaran. Ya no era momento de ocupar el borde: al terminar las ceremonias se conversaba, se evaluaban peticiones, se hacían gestos privados. La plaza retomó su rutina comercial, pero algo había cambiado para Rowena: la imagen del templo se había vuelto una estructura viva, que reclamaba su lugar en la ciudad y en la conciencia de quienes acudían a ella.

—Si quieres aprender de verdad —dijo Sera mientras caminaban— tendrás que venir más días. Y no sólo a mirar: tendrás que empezar a pedir con manos limpias y a aceptar cuando te contesten con un silencio.

Rowena miró hacia la logia donde Hermana Lysa ahora conversaba con uno de los acólitos, su perfil recortado por la luz. La figura, que había empezado la jornada como una mancha, ya no era solo un símbolo lejanamente admirado. Era una promesa de poder real, capaz de alterar destinos con un gesto. La plaza del templo le había enseñado eso en menos de una hora.

Respiró y, por primera vez desde que llegó, repitió una de las plegarias en voz baja, no porque entendiera cada palabra, sino porque había aprendido el ritmo que la volvía parte del lugar. Las sílabas estaban lejos de ser magia, pero tenían peso. Y en ese peso encontró la primera verdad del templo: pertenecer era aceptar sus reglas; pedir, su moneda; observar, el primer paso para comprender cómo ese poder se hacía legítimo en el mundo.

Mientras se alejaban por la calle que descendía del templo, Rowena sintió los ecos de las campanas en su cuerpo como si una cuerda invisible la hubiera atado a la plaza. No sabía aún qué le pedirían a cambio, pero comprendía que si quería estar dentro, tendría que aprender a hablar el idioma de los gestos y a medir sus súplicas como monedas preciosas. Y, en lo profundo, algo en ella se alegró: no por la reverencia a Hermana Lysa ni por la institucionalidad, sino por la certeza de que había un lugar donde los movimientos de la gente contaban y podían ser leídos. Eso le daba una vía. Y a Rowena le gustaban las vías...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 21.10.2025

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