Rowena

Capítulo 15

La cámara de Varren ocupaba una torre baja del ala administrativa: una habitación sobria coronada por una ventana estrecha que dejaba entrar la luz del atardecer en una franja oblicua. Sobre la mesa de nogal había mapas doblados, un atril con cuentas a medio cerrar, una taza manchada de tinta y, junto al brasero apagado, un pequeño busto de mármol que nadie recordaba haber pedido. El olor a pergamino viejo y cera recién consumida se mezclaba con el aroma más reciente de la tarde: la resina de un incienso que alguien había dejado en la antecámara para ganar favores en secreto.

Varren, el consejero, no era hombre de gestos grandes. Tenía la frente ancha y una boca que prefería las frases cortas; la ambición le cabía en la precisión de sus ojos, siempre midiendo posibilidades. Sentado detrás de la mesa, repasaba con el dedo un pergamino donde figuraban partidas para obras menores; las cifras le parecían, como siempre, mapas de intenciones.

La puerta se abrió sin protocolo. No entró un cortesano con licencia ni un mensajero oficial, sino un muchacho de hábito gris, limpio de manos y nervioso de paso: un acólito del templo de Lysa. Traía en la mano una pequeña caja de madera cubierta por terciopelo azul y un rostro demasiado joven para mentir con soltura.

—Consejero Varren —saludó con la reverencia justa, la voz un hilo—. Traigo las limosnas de la Casa de Lysa para las reparaciones de la Fuente en la Plaza. Me indicaron dejarlas en privado para evitar corrientes de aire.

Varren dejó el pergamino y palmeó una silla sin mirar el rostro del muchacho.

—Déjalas y ve —dijo, seco.

El acólito no dejó la caja donde el consejero le indicó. Con la torpeza calculada de quien cumple un encargo que además oculta otro, se acercó a la mesa, dejó la caja y habló por última vez, como si le hubieran enseñado una sola línea y esa línea fuera imprescindible:

—Mientras venía, señor… vino por aquí una mujer de la Casa de Lysa, la novicia Rowena. Traía ofrendas hoy en la corte. Dijo algo de… guardias y puertas. Preguntó si alguien había visto al consejero Tyren cerca de los muelles —la palabra “muelles” la dejó con un énfasis involuntario—. Dijo que lo había visto allí con un mercader de armas. Era solo un comentario, pero lo dijo dos veces.

Varren cerró los ojos un segundo para ordenar los retazos de sorpresa que giraban como pavesas en su mente. Tyren era, hasta entonces, un rival contenido: más ruidoso que astuto, asentado en la corte por beneficios militares y amistades con oficiales. Sostener que se reunía con comerciantes de armas junto a los muelles no era una acusación directa, pero lo era lo suficiente como para encender un farolillo prudente en la cabeza de cualquier consejero.

—¿Estás seguro? —preguntó Varren, dejando que la voz fuera llana y sin alarde.

El acólito asintió. Tenía el físico de quien no tenía nada que perder y la mirada de quien ha aprendido a medir las palabras.

—Lo juraría. No sé qué habría de malo en ello, señor. La novicia no dijo “traición”, no lo dijo en absoluto. Solo preguntó, como si hubiera visto algo que no encajaba.

Varren sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

—“No encaja”. Buen eufemismo. Gracias por la limosna. —Hizo una pausa—. ¿Sabes dónde se hospedan los acólitos de Lysa cuando vienen a hacer estas entregas?

—En la hospedería contigua, señor. Puedo llevarle a alguien, si quiere hablar más.

Varren tomó la caja y la abrió con un gesto que mostró antes de todo interés por la curiosidad el cálculo político innato. Dentro había monedas, yesca y un pequeño ramo de hojas secas. Lo que realmente quería no estaba en la caja: estaba en la manera en que la novicia había insinuado una reunión en los muelles con un mercader de armas.

—Dile a quien corresponda que se agradece la donación —murmuró Varren—. Pero antes de irte, vuelve mañana y trae a la novicia. Dile que la Casa de Varren ofrece un agradecimiento personal por su devoción. No digas más...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 21.10.2025

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