Rowena

Capítulo 16

El acólito dudó: la orden le parecía legítima, pero tal vez la verdad no cabía en actos que olían a trampas.

—¿No será extraño, señor? La Casa de Lysa tiene reglas sobre el trato directo con laicos.

—No lo será si tu novicia piensa que ofrece una pequeña promesa por las reparaciones. Dile eso —Varren desplegó la voz como quien pone una red invisiblemente—. Y que lleve… un nuevo ramo. Que no falte la mirra.

El muchacho asintió, confundido pero obediente, y salió. La puerta se cerró y el ruido del pasillo volvió a colarse como un rumor bajo la rendija.

Varren dejó que la frase de la novicia rodara otra vez en su pensamiento: “lo había visto allí con un mercader de armas”. No era acusación, repitió una vez más. Pero era suficiente para plantar una duda.

Allí, en la penumbra de su cámara, empezó a trabajar: sacó de un cajón un sobre con nombres y señales. Tomó el nombre de Tyren, lo dibujó en la palma de la mano con tinta, y en su mente alzó una breve cronología: visitas a muelles, pagos a contratistas, más licitaciones que proyectos, una reunión con el capitán de la guardia de la que Tyren no había ofrecido explicación. No tenía pruebas. Pero la política rara vez necesita pruebas cuando la sospecha se siembra con la paciencia de un jardinero.

Llamó a su secretario, Elion, que entró con el sigilo de quien ha pasado demasiados inviernos en las salas de papeles.

—Elion —dijo Varren sin mirarlo—. Quiero que sigas por las calles a los que atienden a Tyren. Que averigües el nombre del mercader que lo visita en los muelles. Manda discretos. Nada de carteles. Y trae a la novicia Rowena, aquí, mañana al caer la tarde.

Elion arqueó una ceja, con esa mezcla profesional de prudencia y curiosidad que tanto gustaba a Varren.

—¿Quieres confrontarlo?

—No todavía. Primero, que el mercader sea observado. Dos hombres. Uno que pregunte y otro que anote. Y una cosa más: no lo relaciones conmigo. Si se filtra, que parezca que otra casa se inquietó y me vino a pedir consejo. Necesito distancia, Elion. Y dame un informe sobre cualquier licitación que haya beneficiado a Tyren en el último año.

Elion ya iba a salir cuando Varren volvió a hablar, con la voz ya más fría.

—Y encuentra a la novicia por las vías del templo. No la empujes. Pregunta por su devoción, déjale una moneda envuelta. Si acepta hablar, tráela. Si rehúye, no la sigas. Quiero opciones, no compromisos.

Elion asintió y se marchó con la lista en la punta de los dedos. Varren permaneció un momento más, encendió una lámpara y colocó su mano sobre el mapa de los muelles. La luz dibujó sobre el papel líneas que parecían nervaduras. Fue entonces que sonrió por primera vez: pequeño, como quien disfruta de un movimiento que otros no ven.

No tardó en transformar la duda en acción: dio ordenes para que se filtrara un comentario neutro a un par de comerciantes de armas —un halago disfrazado de rumor—, y encargó a su espía de confianza, Rhia, que indagara si Tyren había recibido paquetes extraños. La maquinaria de la sospecha quedaba en marcha: si Tyren no tenía nada que ocultar, pronto lo demostraría; si lo tenía, la sospecha sería la piedra que rodaría ladera abajo.

Pero Varren no quería solo derribar a Tyren; quería convertir la sospecha en una palanca. Por eso pensó inmediatamente en Rowena. Una mujer del templo, conocida por la cortesía y la humildad, poseía dos ventajas para cualquier consejero: nadie sospecharía de su utilidad como agente, y su voz podía viajar —en veladas, en confesiones, en preguntas inocentes— sin levantar alarmas. Si la novicia era capaz de insinuar sin acusar, de sembrar dudas con la suavidad de quien reza, entonces podría ser un recurso invaluable.

Hizo llamar a su mayordomo. Cuando el hombre apareció, Varren le entregó un pequeño objeto envuelto en lienzo...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 21.10.2025

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