Rowena

Capítulo 27

—¿Cómo pretende mi señor que hable sin ofender? —preguntó Rowena—. El templo es una casa de palabras.

—Habla para mí y no para la multitud —respondió el rey—. Las palabras que doy a oídos no deben crear tumultos. Vendrás discretamente. Y tendrás compañía: un guardián del trono estará siempre cerca.

Rowena comprendió la lección oculta en la oferta: estar junto al rey era un lugar desde donde se cambia la historia o desde donde te cambian a ti. El guardián no era solo protección; era una cuerda que evitaba que los aliados más entusiastas te empujaran a un precipicio.

Cuando la audiencia terminó, el rey se quedó en su ventana. La convocatoria estaba hecha, la promesa sembrada. Rowena salió de las cámaras con la impresión de haber dejado una puerta entreabierta. Afuera, la corte murmuró de nuevo; algunas voces ya la llamaban bendición, otras la llamaban riesgo.

Iren la esperaba en el umbral del templo, con la mirada que no escondía su inquietud. Antes de que pudiera acercarse, Agneo apareció a un costado como si fuera la tercera sombra.

—Has atraído su atención —dijo Agneo, sin júbilo pero sin reproche—. El rey no convoca por capricho.

—¿Qué quiere a cambio? —preguntó Rowena.

—Lo sabrás con el tiempo —respondió Agneo—. Por ahora, ten en cuenta esto: él hará preguntas que la corte teme. No confíes en todas las respuestas que te prometan.

Iren habló en voz baja, con la cautela de quien es conocedora de riesgos.

—Ten cuidado con su cortesía. Es una bendición que pesa.

Rowena tocó la luna en su solapa. Su mano encontró la fría seguridad de la plata. La expresión de sus acompañantes le devolvió el reflejo que más le interesaba: no todas las manos alargadas eran salvadoras; muchas eran instrumentos de cambio.

—Que así sea —dijo, y su voz fue un compromiso—. Iré. Pero en mis términos: hablaré cuando sea necesario y callaré cuando la ciudad lo pida.

Agneo inclinó la cabeza como quien recibe una oferta que no es exactamente una promesa. Iren apretó los labios, pero su mano desnuda no quiso impedir el paso de la muchacha que ya parecía menos nueva.

La tarde se cerró con el rumor que la corte adora mantener: la presencia de Rowena en los aposentos reales se transformó en noticia. Algunos la llamaron "la que cuestiona", otros "la que inspira". En los patios y en las esquinas, las monedas de conversación cambiaron de mano. En casa del templo, Lysa observó el regreso de su aprendiz con orgullo medido y con la cautela de quien atiende los rituales del poder.

—Has recibido una bendición prestada —dijo Lysa—. No la guardes como si fuera propia.

Rowena respondió con la misma calma con la que había ofrecido su plegaria.

—La guardaré como aviso —contestó—. Y no la gastaré sin pensar.

Fuera, la ciudad encendía sus faroles como ojos cansados que deben seguir vigilando. Dentro, algunas voces se apuraban por nombrar a Rowena y a lo que podía venir. En ese murmullo, la corte ya tejía su coser y cantar: algunos le ofrecían respaldo, otros cuchicheaban sobre conspiraciones. Pero en la raíz, bajo las sedas y la porcelana, latía la verdad que ella había plantado: una pregunta era ahora semilla en la mente del rey. Y donde florece una pregunta, la política se vuelve jardín y campo de batalla a la vez.

Cuando la noche cayó y la ciudad se quedaba con su propia respiración, un paje volvió a pasar por el templo con un mensaje sellado: el rey pedía verla a mañana, antes del alba. Rowena tomó la nota entre los dedos. La luna de plata contra su pecho brilló apenas, como si supiera que lo que la sostenía ya no era solo la devoción, sino la velocidad con la que las palabras pueden convertirse en destinos.

Respiró hondo. Lysa la miró y no dijo más. Iren apretó la mano de Rowena un instante, una caricia que tenía más peso que cualquier oración. Agneo se fue con la sombra detrás, y la ciudad volvió a girar sobre su propio eje de rumores.

Rowena cerró los ojos un segundo y dejó que su propia máscara se acomodara, no para ocultarla, sino para hacerse útil. Las bendiciones podían ser prestadas; ella, por ahora, aceptaba la deuda sabiendo que la guardaría como antorcha. En el templo, un coro murmuró una oración que ya no solo pedía clemencia, sino vigilancia. La corte tenía una nueva nota en su sinfonía: la incertidumbre era ahora parte de la música. Y el rey, que había abierto la puerta para escuchar, respiraba con interés...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 08.11.2025

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