Rowena

Capítulo 29

—Señora Halder —dijo, serena—. Confundes la indignación con la justicia. Mi madre mantiene sus cuentas al día; cualquier error viene de su despacho, de quien pesa y homologa.

La señora Halder sonrió con malicia: le gustaba ver a la gente retroceder. Pero Rowena no había venido sola. En el corrillo, un par de mozos a los que había prestado pan y una pequeña suma para una deuda con el segundo panadero, salieron a su defensa de manera casual. Uno de ellos, Tomas, el lacayo de los establos, afirmó con contundencia que a la tarde anterior la señora Halder había recogido más del doble de lo que marcaban los libros, y que la balanza del mercado había parecido ligera.

La acusación, articulada por alguien con menos que perder, tenía efecto. La señora Halder, que contaba con la complacencia de muchas miradas, se vio obligada a retroceder o a soportar una revisión en público. La humillación que quería infligir se tornó en incomodidad para ella. Rowena había protegido a su madre con la misma tela que había usado para tejer confianza: pequeñas deudas pagadas en pan, en favores, en certezas.

—Deberías tener cuidado —murmuró la señora Halder cuando la multitud se disolvía—. No conviene dañar las reputaciones de las que tienen amigos en altos lugares.

Rowena la miró sin ira y con la calma que a veces es peor que la furia.

—No he venido a causar daño, solo a recordar que los mercados son para comprar y vender, no para dictar condenas.

La señora Halder salió humillada, pero no derrotada; se llevó un rencor que podía acomodarse al abrigo de alguien con tiempo.

No todos los hilos que Rowena lanzaba se quedaban en manos honestas. Fue así como un nudo se formó cuando notó una división clara en la corte: había quienes preferían mantener el statu quo de dádivas y favores como ejercicio del poder —los tradicionalistas, a quienes Lady Evelin representaba con talento y veneno—, y aquellos que empezaban a ver con interés un desliz de la balanza: pequeños nobles que buscaban más independencia del trono, y los domésticos cansados de agradecer almuerzos por cada permiso. Entre ambos extremos, aparecían facciones: conservadores que usaban el templo como apéndice del trono, reformistas que miraban el mercado, y una red de mozos y criados que compartían información por sobre las diferencias de sangre.

Rowena lo anotó todo en su mente como quien escribe en pergamino invisible. Agneo, cuando la encontró al atardecer en la galería, no necesitó preguntas para entender.

—Has hecho apostolado entre pan y estiércol —dijo él sin burla—. Es un método antiguo y efectivo.

—Que no me confundan con una sibila de las cocinas —replicó ella—. Los que barren los suelos ven los cimientos, Agneo. Allí están las grietas de la casa.

Él sonrió, pero una sombra pasó por su rostro. Antes de que pudiera decir más, Lysa apareció con la gravedad de quien ha escuchado nombres.

—Lady Evelin pide verte —anunció—. No es una invitación social, sino un requerimiento que viene con la frialdad de quien ordena.

Rowena sintió el estómago apretarse. Lady Evelin ya no era solo un nombre en el rumor; era una figura que podía usar la sonrisa como espada. Había manipulado a sus protectores y ahora, con cuidado, intentaba cortar. ¿Sería por el mercado, por las raciones, por la oscilación de aliados? Rowena aún no lo sabía.

La sala donde Lady Evelin la esperaba olía a té fuerte y a flores que querían ocultar su propio olor. La mujer, vestida con el esplendor que dejaba entrever las joyas pero no ostentaba vanidad extrema, se inclinó con una cortesía medida.

—Sistera Rowena —dijo—. Tu voz se ha vuelto famosa. Para algunos, una curiosidad; para otros, una perturbación.

Rowena respondió con calma estudiada. Convertir la conversación en ritual gana tiempo y revela menos.

—Solo pido que el templo recuerde su deber —contestó—. La caridad no debe ser moneda.

Lady Evelin dejó escapar una risa baja que no tocó su boca del todo. Sus ojos, pequeños y afilados, parecían buscar el respaldo de la habitación...



#2450 en Otros
#373 en Novela histórica
#222 en Aventura

En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 28.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.