—Eres amable al dar lecciones —replicó—. Pero algunos de nosotros tenemos la paciencia cansada. No permitimos desorden. Ni dentro del templo ni fuera.
—¿Teme el desorden? —preguntó Rowena—. O teme que sus propios modos sean examinados.
La frase fue un filo. Lady Evelin la repasó con la mirada y luego, sin ningún sobresalto, lo transformó en sonrisa.
—Eres atrevida —dijo—. Y la audacia es un lujo que no dura cuando se pone en manos equivocadas. Te daré un consejo: los hilos que tejen en la oscuridad terminan por asfixiar a su tejedor.
Rowena no se dejó intimidar, pero notó el matiz en la amenaza. Era la primera amenaza real: ya no era solo rumor; la nobleza se movía. Y cuando la nobleza se mueve, se usan redes que no aparecen inmediatamente en los caminos.
Esa misma semana, un incidente reveló cuán precisa podía ser Lady Evelin. Un rival —no de sangre, sino de influencia en la pequeña nobleza que cortejaba la corte— fue desacreditado. Rowena había necesitado que alguien cuestionara la honradez de un tal Sir Halden, un joven caballero que buscaba hacerse con la protección de un marqués rival. Para lograrlo, volvió a recurrir a Tomas, el lacayo. No lo manipuló con órdenes; lo persuadió con la promesa de una mejora en su puesto si, de manera casual, se dejaba ver urdiendo un rumor sobre el caballero: una carta supuesta que lo vinculaba con juegos de azar que arruinaban inventarios.
Tomas, con la mirada de quien aceptó una dádiva de pan y un futuro en la caballeriza, se dejó llevar. Se le vio en la taberna recalcando la historia, dándole cuerpo. Las palabras llegaron a oídos de quien debía llegar. Sir Halden perdió favores y con ellos la posibilidad de presentarse con la garantía que buscaba. La carta nunca existió; la ficción, sin embargo, había sido suficiente.
El éxito no fue gratis. A la mañana siguiente, una figura se paró en el umbral del templo y, con un papel mal doblado y una mirada hecha de preguntas, dejó un mensaje: "Se investiga su pasado". No hubo sello visible en la nota, pero había una forma en la tinta que delataba profesionalidad. No era el escribiente de la corte; era alguien que trabajaba detrás de los comedores de los señores: buscadores de sombras.
—Alguien quiere el costado de tu vida —dijo Lysa, leyendo la nota con manos que no temblaban—. Esto no está hecho para el rumor; está hecho para armar pruebas.
La investigación que empezaba a tocarlos a todos era distinta. No era un rumor que se pueda ahogar; era un ojo que pide papeles, fechas, nombres. Alguien quería abrir la trama de Rowena y ver si la tela que había tejido tenía agujeros.
—¿Quién podría tener interés en cavar? —preguntó Iren, que llegó con la preocupación estampada en la frente.
—Lady Evelin tiene manos largas —resopló Agneo—. Pero también otros buscan razones para quitarte del camino. Un investigador puede venir por encargo de un noble que teme ser expuesto por los cambios.
Rowena no quiso mostrarse frágil. Su decisión fue medida.
—No esconderé lo que soy —dijo—. Si hallan cosas que merecen castigo, que se muestren. Pero no permitiré que jueguen con mi madre ni con los que me ayudan.
Lysa asintió, aunque la línea que cruzaba entre valentía y temeridad la hacía fruncir el ceño.
—Prepara papeles —ordenó—. Reúne testimonios en los que confías. Si vienen a falsificar verdades, que su falsedad quede visible.
Mientras tanto, la corte se dividía más. Algunos pequeños nobles, interesados en la presencia de Rowena junto al rey, comenzaron a ofrecerle discretas piezas de información; otros, temiendo el desorden, buscaban asegurarse de que su influencia no creciera. El chambelán, que hasta hacía poco había sonreído a las palabras de Rowena, envió a un escribano que debía tomar nota de sus movimientos: no tanto por lealtad, sino por el deber de la casa. Las facciones, claramente, ya no eran rumores; se mostraban en miradas, en envíos de cartas, en el cambio de platillos en las cenas...
Editado: 28.11.2025