Una tarde, la investigación dio un primer paso visible. Un hombre de mediana edad con la cara curtida por la tinta y la lluvia tocó a la puerta del templo ofreciendo sus servicios de "revisión de memoria pública". Su nombre era Garde, y su cargo, en la expresión que no dijo, era el de un curioso profesional con una oferta de limpieza. Nadie preguntó quién lo pagaba; la gente del oficio no pregunta por extraños: cobran y escarban.
Rowena lo observó, sintiendo la presión en el cuello de la tela como si la mano de Lady Evelin estuviera ya sobre su hombro. Garde hizo preguntas sobre la infancia de Rowena, sobre sus mudanzas, sobre nombres de personas que habían compartido su casa. Su interés no se limitó al templo; su mirada detuvo recursos en la ciudad baja, en la casa de su madre, en las cuentas del patrón que había dado su última limosna.
—¿Qué buscas? —preguntó ella con calma.
—Verdad —respondió Garde—. No me importa si es buena o mala. Solo sé seguir el hilo.
La frase fue un recordatorio: en la corte, cada hilo que se tira puede desenredar no solo una prenda sino un destino. Rowena decidió no huir. En su lugar, empezó a preparar su propia urdimbre de defensa: testimonios de quienes la conocían, cartas que obligaban a recordar favores, pagos que demostraban honestidad. Pediría ayuda a los que había ayudado. No por orgullo, sino por estrategia: la verdad, como la mentira, se sostiene mejor con testigos.
Pero Lady Evelin no se contentó con la investigación formal. Con la sutileza de quien sabe plantar trampas, comenzó una campaña de insinuaciones. En las cenas, dejó caer comentarios sobre la procedencia de Rowena; en las conversaciones de salón, sugirió que el templo era un lugar donde la ambición se disfrazaba de piedad. Cuando Rowena se enfrentó a ella por segunda vez, en un salón donde las cortinas bajaban el ruido de la ciudad como si fueran un telón, la amenaza fue más directa.
—Tu red de lealtades es amplia, hermana —dijo Lady Evelin, mirando las manos como si quisiera leer la palma de la nación—. Ten en cuenta que las manos que te sostienen también pueden soltarte. Y a quienes te ayudan, puedo pedirles que recuerden la costumbre de ser agradecidos con quien los puso.
El mensaje estaba claro: podía tocar no solo a Rowena, sino a quienes la apoyaban. Amenazar a los domésticos era, para la nobleza, una técnica eficaz; la pérdida de un puesto era la primera piedra de la ruina para muchos. Rowena vio cómo la sala se inclinaba hacia la complacencia. La amenaza era efectiva porque mordía donde dolía: en la posibilidad de que aquellos que la sostenían se replieguen por miedo.
Al caer la noche, Rowena reunió a quienes podía confiar. En el refectorio del templo, entre mesas de madera que aún olían a cera, trazó un plan: no para atacar, sino para proteger y para no ceder al pánico.
—No nos escondemos —dijo—. No voy a poner a nadie en la línea de fuego por una ambición personal. Pero tampoco permitiré que las amenazas sirvan para doblarnos. Si Lady Evelin busca provocar miedo, la respuesta será tranquila: pruebas, testimonios y verdad.
Agneo ofreció un gesto que a veces decía más que la retórica.
—Yo puedo conseguir a quien vigile los pasos de Garde —murmuró—. No por espiar sin causa, sino para saber si trabaja para alguien y para qué.
Iren, que había pasado horas hablando con las mujeres del mercado, dijo:
—He hablado con la señora del pan y con la del tintorero. Todos me deben favores que aún están por cobrarse. Si Lady Evelin inicia expulsiones, sabremos a quién asistir.
Lysa, con su paciencia habitual, cerró la reunión con una observación que fue más una advertencia que un consuelo.
—Las redes se tejen, pero también se deshacen —dijo—. La prudencia es hilo que no debemos gastar entero. Rowena: no seas más visible de lo necesario. Usa a Agneo y a tus aliados con medida...
Editado: 28.11.2025