Rowena

Capitulo 38

Agneo ladeó la cabeza, una mueca que intentaba ser compasión.

—Puedo ordenar investigaciones, pero sabes el tiempo que toman y las formas en que la nobleza decide qué investigar. Hay manos que prefieren que algo quede así. La corte no abre la boca sin beneficio.

Rowena había previsto la respuesta. Allí, en ese cuarto, se consumaban los pequeños matrimonios del poder: favores por favores, silencio por silencio. Ella no tenía el oro necesario; tenía otras monedas.

—Puedo pagar de otra forma —propuso—. Tengo archivos, documentos de las cámaras menores… puedo señalar pequeñas buenas acciones para algunos hombres, remover trabas para ciertas licencias.

Agneo estudió su rostro como quien mira un mapa: ubicación y peligros.

—¿Qué pides a cambio? —preguntó—. No soy el que pide, sino el que recibe.

—Protección para Marisol. Y para el templo, si la denuncia se intensifica —dijo Rowena—. Y discreción.

Agneo suspiró y alzó una mano como quien mueve fichas invisibles.

—Haré lo que pueda. Pero no prometo la luna. Hay otras vías.

Rowena entonces se fue a buscar las otras. Lysa, en persona, la prendió con el gesto que sólo las amigas de la misma sangre saben dar: no era protección sin precio, sino compañía con verdad.

—Si te lanzas a la pieza de ajedrez, no volverás a ser la misma —dijo Lysa—. ¿Qué estás dispuesta a perder?

Rowena no respondió de inmediato. Había pensado en la pregunta noches enteras mientras la medalla le quemaba el costado del corazón.

—A cualquier costo —susurró—. Por ella.

Lysa apretó los labios. Era un pacto que no gustaba a nadie que hubiera tomado votos para guardar la esperanza. Pero la lealtad personal es a veces más ruidosa que la del credo.

—Entonces ve con quien tenga la fuerza —dijo Lysa—. Y vuelve conmigo si tu precio trae más daño que beneficio.

La siguiente noche fue más oscura que todas. En la taberna donde los hombres jugaban a trocar vidas con monedas, Rowena se encontró con Ravel. Las cicatrices en su cara eran mapas y advertencias. Él no preguntó mucho: había aprendido a leer el terror en las sombras.

—Sabes lo que quiero —dijo Ravel, mostrando una sonrisa que olía a éxitos pasados—. Dinero del que no preguntas origen, favores que se olvidan con rapidez. O… algo con más sabor.

Rowena no tenía la moneda que pedía. Lo que tenía, en abundancia, era acceso. Ravel olfateó eso y se relamió como un perro familiar.

—Acceso sirve también —murmuró—. Quién entra y quién sale. Documentos. Una llave plateada a un cajón. Tú me los traes, yo olvido la tarima.

La transacción estaba planteada en términos claros y ruinmente prácticos. Rowena supo, con el instinto de quien ha sobrevivido a trampas, que entregarle documentos a Ravel era darle cartuchos a alguien que los usaría para disparar contra otros. Aun así, le ofreció algo peor: su palabra de futuro favor, su garantía personal.

—Te ayudaré —dijo—. Pero no quiero que vuelvas a poner a mi madre en la plaza. Necesito promesa de silencio.

Ravel contestó con la frialdad de un usurero.

—Promesa es mejor con boleta. Traeme lo que te pido cuando quieras que el telón baje. Y mantendré mis ojos cerrados.

La noche, en su rincón, aceptó a medias el trato. Rowena entregó una lista menor, documentos que ataban a un comerciante acusado de fraude, y a cambio la nota que pedía el silencio quedó en su poder. Pagó favores oscuros, y cada uno dejó una costura más en su alma que se tensaba.

Fue entonces cuando la propuesta llegó como se reciben los venenos en la corte: envuelta en seducción y promesas. Lady Evelin —o, más precisamente, la facción que usaba su nombre como bandera— la invitó al salón de los cedros. Al entrar, la habitación olía a maderas saladas y a ánimos calculados. Había hombres y mujeres vestidos para la ambición, y en su centro, la propuesta desplegó su forma con la claridad terrorífica de una guadaña...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 20.12.2025

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