Rowena

Capitulo 40

El final se cerró con la misma precisión con la que terminan los tratados: un compromiso escrito, un sello con cera y tres testigos que garabatearon su nombre con caligrafía distinta. Rowena firmó. La tinta se demoró en la piel como si supiera que estaba dejando algo en la página que ya no podría recuperar.

Cuando salió del salón, la noche la recibió con un aire que parecía más frío que antes. En la mano llevaba un documento que era el primer eslabón de la cadena que la uniría al rey y a la facción. En el bolsillo, la medalla de hierro palpitaba como si protestara. Había ganado la protección inmediata para Marisol: la acusación sería retirada públicamente, y la plaza tarde o temprano olvidaría la figura de la madre humillada. Pero Marisol quedaría para siempre marcada por la narrativa que otros escribirían sobre ella: que su hija había elegido la corte para pagar deudas.

El costo, Rowena lo sintió enseguida: era la conciencia de que había abierto una rendija en su alma a través de la cual el poder podía soplar y colar cosas que no controlarían ella. Había pactado usar su cuerpo político para obtener seguridad; había prometido dejar atrás una parte de su fe pública; había hipotecado su nombre ante personajes que se moverían como sombras.

Esa noche, antes de dormir, Marisol la abrazó con fuerza. Había perdonamientos y palabras torpes, y una certeza: que la hija había hecho lo que creyó necesario.

—No te pido que me devuelvas la dignidad —dijo Marisol entre sollozos—. Sólo que, si vas a perder algo, no pierdas a la gente que te quiere.

Rowena cerró los ojos. Había aceptado. Sabía que el precio no era solo político: la rendición de su intimidad, la renuncia pública al hábito, la entrega de su nombre a maniobras que podrían convertirla en instrumento. Lo había traducido a una verdad dura: si quería proteger a su madre, debía acercarse al rey. Y había decidido que ese riesgo era preferible a permitir que la sombra de su pasado siguiera cazando a los suyos.

Cuando el día siguiente asomó, Rowena se puso el velo por última vez con intención de despedida. Al salir, Lysa la llamó y le ofreció algo pequeño, sin brillo artificioso: la medalla de hierro nueva, lavada, como quien pasa una llave.

—Que te recuerde quién fuiste —murmuró Lysa—. Si te pierdes, intenta volver a la luna.

Rowena apretó la medalla contra su pecho. Sabía que aceptaba un camino de espinas dulces; que la cercanía al rey abriría puertas y al mismo tiempo la dejaría a merced de ojos que no perdonan. Había pagado favores oscuros, había firmado pactos, y había prometido lo impensado. La sombra del pasado había atacado a la que más amaba. Rowena había decidido que la respuesta sería mayor sombra todavía: la suya, acercándose al trono. El costo era su intimidad, su libertad parcial, y el riesgo de perder a quienes amaba. Pero la primera promesa, la más inmediata, se había cumplido: Marisol no volvería a ser exhibida en la plaza. Y con eso, por ahora, bastaba...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 20.12.2025

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