Rowena

Capitulo 42

—Hay tres núcleos. El primero es el Círculo Mercantil: comerciantes, gremialistas, gente preocupada por la estabilidad de los envíos y las rutas; ellos temen los bloqueos y aprecian a quien garantice contratos. El segundo está más cercano a la Corona: oficiales, algunos consejeros antiguos que valoran la tradición. El tercero es, en buena medida, la red de Lady Evelin: nobles, cortesanos, espíritus que operan por influencia personal. Si usted se acerca al Círculo Mercantil, puede cortar de raíz muchos intentos de aislarla.

La información era útil y vino acompañada de un gesto que era casi una promesa.

—Si usted me solicita —siguió Jorren—, puedo hacer oídos sordos por la noche y llevar recados sin que los guardias de la corte los lean. Pero todo eso tiene un precio: favores, discreción, y que no la ponga en peligro por imprudencias públicas.

Rowena asintió. Cada hilo que entretejía exigía otro: favores por información, seguridad por acceso. La red se expandía y exigía paciencia.

La semana no permitió tregua a esas estrategias enteras de paciencia. En el mercado, a la hora de la tarde, una escena calculada estalló como lanzada a propósito. Marisol, que había aprendido a moverse con la modestia de las mujeres acostumbradas a no ocupar espacio, fue atraída a un puesto donde el noble Baron Vane —un hombre con botas altas y una voz que no perdonaba— decidió emplear una verdad a medias como arma.

—¡Mirad! —gritó Vane, señalando a Marisol—. ¡La madre de la novicia! Dicen que vende mercancías marcadas, que revende pienso robado. ¿Qué dirá la casa si se sabe que una pariente suya vive así?

La multitud se acercó, las voces se volvieron cuchicheo y luego insulto. Marisol se cubrió instintivamente el rostro; sus manos temblaron. Rowena, que pasaba por la plaza al regreso de recoger ofrendas para el templo, sintió el golpe como una bofetada. Vane no atacaba a la madre para obtener justicia: su intención era otra, más pérfida; buscaba una reacción que debilitara la posición de Rowena. Un noble que humilla la madre de una figura pública sabe que el daño salpica.

Rowena no perdió la compostura. Era consciente de lo que un escándalo podía detonar si se convertía en arma política. Empujó entre la gente con la misma determinación con la que lo haría alguien que arrima su cuerpo para impedir que el viento derribe una lámpara.

—Eso no es justo —dijo, con voz clara—. Si hay acusaciones, que se presenten pruebas en la corte. No se humille a quien no puede defenderse.

Vane sonrió con la arrogancia que se permite quien cree tener ya asegurada la sonrisa de la masa.

—La corte no necesita pruebas cuando el pueblo tiene ojos. Si su hija quiere exigir justicia, que lo haga a su debido tiempo.

Rowena no discutió allí. No era momento para un choque público que pudiera convertir la plaza en ring. Llevó a su madre lejos del ruido, buscó testigos discretos y preparó la respuesta civil que lateramente anularía el efecto del noble: denunció, con documentos que ella había ido coleccionando a lo largo de las semanas, irregularidades menores relacionadas con algunos proveedores que trabajaban con el palacio y con nobles amigos de Vane. No era una venganza teatral, pero sí un movimiento pormenorizado que obligaba a quien hubiera alzado la voz a responder con más que palabras.

Mientras tanto, Lady Evelin procedía con su estrategia de sombras. Había programado cenas privadas, una tras otra, en el salón de cedros: mesas largas, platos finos, velas que lanzaban lenguas de luz sobre rostros pulcros. La aristocracia es experta en convertir la hospitalidad en cárcel. En una de esas cenas, Rowena fue invitada con la comodidad de quien ofrece una copa para probar lealtad. Sabía que el objetivo de Evelin era convencer a su entorno de que Rowena, pese a su carisma en el templo, era una presencia peligrosa: una mujer del puerto convertida en deidad, un híbrido que no convenía al orden...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 20.12.2025

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