Rowena

Capitulo 43

—Rowena —dijo Evelin con la voz de quien ofrece un caramelo con gusto a moneda—. Es admirable lo que ha hecho por la comunidad. Pero ya comprende que no todos aquí comparten su pasado. La gente necesita certezas.

Las palabras iban acompañadas de sonrisas que marcaban los límites de aceptación. No hizo falta que Evelin pronunciara las innuendos. Otros en la mesa los completaron: sugerencias sobre orígenes, frases susurradas que hablaban de “lugares no convenientes” y “relaciones antiguas con marineros”. Los rumores se plantaron como semillas finas: nadie dijo nada rotundo, pero la idea germinó. Rowena oyó sin alterarse. Tenía experiencia en soportar sutiles puñaladas; su problema era que las cuchilladas así, calladas y repetidas, surten efecto con el tiempo.

Esa misma semana, el capitán Thar, hombre que representaba la ley con la firmeza de quien la tiene por oficio, abrió un registro en el despacho de suministros del palacio y descubrió una fisura. Thar no tenía interés en intrigas cortesanas, pero era hombre de cifras y órdenes, y cuando las cifras no cuadraban su instinto se convirtió en constelación de sospecha.

—¿Tú anotaste esto? —preguntó a un recaudador administrativo, señalando una partida de harina que aparecía en la orden pero no en la carga.

El recaudador hizo un gesto que pretendía explicar sin mentir mucho: descuidos, traslados mal anotados. Thar, sin embargo, repasó las órdenes del mes anterior y anotó firmas que volvían a repetirse, pequeñas notas que señalaban destinos poco habituales, envíos a patios traseros y nombres de comerciantes que nunca habían tenido acceso a la corte.

—Esto no es un error —murmuró—. Es algo deliberado.

La pista era débil y Thar lo sabía; la ley no actúa con sospechas. Pero el capitán conocía lo que un hilo suelto podía revelar si alguien lo seguía con paciencia: que la telaraña de suministros tenía manos que desviaban, y que esas manos podían estar conectadas a una red que alguien usaba para comprar silencio. El rastro, por ahora, terminaba en un nombre que sonaba cada vez más en los corredores: Halver, maestro del gremio de provisión.

Rowena necesitaba asegurarse de que el flujo de víveres y utensilios hacia el templo y hacia los barrios donde su madre había vivido no corriera peligro. Así que, en la penumbra de un almacén donde el olor a madera vieja se mezclaba con la humedad, concertó un encuentro con el maestro Halver. Era un hombre que vestía grueso, con manos de comerciante y ojos que no se permitían sorpresa.

—Maestro Halver —empezó Rowena—. La corte necesita estabilidad de suministro. Si usted garantiza entrega a tiempo, tendrá mis recomendaciones en los asuntos de reglamentación. Me interesa que su gremio tenga preferencia en las próximas licitaciones.

Halver midió la oferta. Un comerciante sabe cuándo le ofrecen seguridad de demanda y cuándo le ponen una cuerda al cuello.

—¿Qué me pide a cambio? —inquirió—. No suelo regalar precios ni favores.

—Protección y discreción —respondió Rowena—. Y, en lo posible, una pequeña desviación de ciertos lotes al barrio del muelle. Hay familias que se quedan sin provisiones y una ciudad inquieta es mala para los negocios.

Halver contempló la posibilidad como si pesara su balanza. Acceder significaba atarse a la corte y, más aún, a Rowena. Rechazarlo podía significar perder contratos. Finalmente, el comerciante sonrió con la practicidad de un hombre que conoce la necesidad.

—Un trato —dijo—. Haré llegar lo que dice. Pero, señora, recuerde que los favores no nacen de la nada. Alguna vez me tocará pedirle aquello que pueda hacer con una palabra en la corte.

Rowena asintió; la red se cerraba en un nodo más: las provisiones como moneda. Con Halver asegurando granos y cera, la ciudad podía enfrentar el invierno y la gente tendría menos motivos para dejar que los rumores se vuelvan causas. El quid pro quo era tibio y a veces cruel: un comerciante ganó clientela, Rowena seguridad para su madre y para su templo, y la corte obtuvo estabilidad. Cada cosa tenía nombre y precio...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 20.12.2025

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